El error de subestimar el dólar
La renuncia de Federico Sturzen egger fue indeclinable. Casi tanto como el dólar, que no encontraba su techo, y una estrategia que nunca logró contener a la moneda estadounidense. “El principal error fue haber subestimado el dólar. En la mesa de dinero no se puede hablar con el corazón, sino que hay que anticipar la jugada y guardar las teorías que no se validan en la práctica”.
La frase, pronunciada por lo bajo, proviene de uno de los funcionarios del gabinete, que supo antes que nadie que la decisión del presidente Mauricio Macri también estaba tomada: quería a Luis “Toto” Caputo al frente del Central. Ya desde el freno de la última corrida cambiaria estaba convencido de que él debía ser el hombre. También lo pensaban en la Jefatura de Gabinete.
Un dólar a $28 rompió con todos los pronósticos de los economistas locales. Ninguna de las 37 consultoras que anticipan los movimientos de la moneda estadounidense vaticinaba este valor para junio. Solo tres lo hacían para diciembre. La idea de flotación libre –es decir que pueda subir o bajar la cotización según los designios del mercado– encontró así su freno en la idiosincrasia local, aunque fue refrendada en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). A diferencia de Brasil y de otros países de la región, la Argentina no cuenta ni con moneda ni con un mercado relevante. ¿Quién puede pensar en pesos en un país que tuvo entre 1968 y 2017 una inflación promedio anual del 204%, o del 84% si se restan 1989 y 1990, los dos períodos de hiperinflación? ¿Cómo se puede confiar en una moneda que eliminó 13 ceros en los últimos 40 años? En la Argentina, el peso es una unidad de cuenta y medio de pago, pero no una reserva de valor. De ahí que la ola verde se convierta en fiebre cuando más que estrategia prima el desconcierto. Ayer, los bonos de largo plazo argentinos cayeron, el riesgo país se incrementó y la demanda de dólares minoristas también tuvo un alza sostenida.
Pasar la tormenta es ahora el principal desafío del nuevo titular del Banco Central. Sobre todo anticipar los movimientos. También entender que la pesificación de la economía no es por coerción, sino por confianza, que al igual que lo que exigen los inversores excede al voluntarismo.
“En nuestro país se ahorra en pesos cuando el dólar está muy caro o se aprovechan las estrambóticas tasas de interés ortodoxas para ganar plata los meses que se calcula que estará quieto el dólar. La Argentina no está preparada para flotar libremente, pero sí de manera administrada”, admitió uno de los economistas menos críticos con el gobierno de Macri.
El cambio era imprescindible. Sin quererlo el gabinete más previsible de los últimos años generó la economía con menos certezas. La figura del ministro coordinador con Nicolás Dujovne a la cabeza corría el riesgo de convertirse en maquillaje con metas de inflación que se recalcularon varias veces –del 10 al 15% y del 15 al 27% sin escalas– y con un financiamiento imposible para las pymes con tasas del 40%. ¿Qué significa esto? Que por cada 100 pesos que una empresa necesita debe devolver 40 más. Eso en un escenario en el que los costos se le disparan, la economía se frena y la conflictividad se incrementa. También cuando la lluvia de Lebac alejaba cada vez más las inversiones productivas de la miel financiera y los concursos preventivos de marcas importantes serán noticia en los próximos días.
Otra de las cuestiones que sellaron la salida de Sturzenegger fue la venta de reservas con un dólar que estaba barato. La mayoría de los técnicos afirmaban que el valor de referencia debía ser $ 27/28, pero cuando el tipo de cambio llegó a $26 ya se habían vendido, durante toda la corrida, cerca de US$12.000 millones.
“Hoy lo que desató el alza fue el memorándum de entendimiento con el FMI, porque se manifiesta un compromiso firme con el tipo de cambio y su flotación. Eso despertó al mercado”, justificó uno de los funcionarios salientes del Central ante la consulta de la nacion. Atrás quedó ese cartel en inglés que decía “no le tengas miedo a la flotación, tenele miedo a Jack, el Destripador”.
La suba violenta del dólar tampoco conoce de autarquías: el alza impacta de lleno en la opinión pública y en la imagen del Presidente. Es que los dólares están por todos lados en la Argentina. Siete de cada diez autopartes que se utilizan para la producción local de coches terminados vienen del exterior. Un 65% de las drogas que tienen como insumo las farmacéuticas para la producción de remedios no hablan castellano y el 90% de los celulares y LCD que dicen fabricados en Tierra del Fuego cuentan con tecnología del exterior. El Grupo Techint, uno de los principales fabricantes de tubos de acero sin costura del mundo, necesita importar mineral de hierro para abastecer a sus mercados internacionales, mientras la más cercana Arcor requiere del cacao para que los chocolates lleguen a los quioscos. El número es elocuente: seis de cada diez insumos que se importan no tienen un proveedor local que pueda abastecerlos. A eso se suman los combustibles con su valor liberado, entre tantos otros ejes que demuestran que el tipo de cambio afecta a todos los segmentos y no puede ser minimizado.
Tal vez por eso la economía se encamina a una recesión más fuerte y se vuelve a cumplir la definición del economista Miguel Bein sobre la maldición de los años pares: en los impares, en los que hay elecciones, la economía crece porque se aceleran la inversión y el gasto, mientras que en los pares se ajustan el dólar y las tarifas, cae el salario real y habitualmente la economía no crece. Más con la sequía que evaporó gran parte de los dólares del campo. Ahora los desafíos no son pocos. Pero, como ironizó uno de los pilares de Balcarce 50, se hizo zapping del mundo más filosófico de Merlí al pragmatismo de Billions. La saga recién comienza.
La ola verde se convierte en fiebre cuando prima el desconcierto