LA NACION

Un paso que va en la dirección correcta, medio a regañadien­tes

- Alejandro Katz

Jóvenes y urbanos. Fueron ellos, especialme­nte ellas, quienes tensaron el músculo que llevó a la sociedad argentina a reclamar que sobre las mujeres que interrumpe­n su embarazo ya no se ejerza una amenaza penal. Y ayer la Cámara de Diputados aceptó, medio a regañadien­tes, que no podía ya desconocer esa exigencia, que no podía, por octava vez, hacer que todo tuviera que recomenzar el año próximo.

En los dos meses de presentaci­ones, en las 22 horas de debate, se consiguió, pese a todo, ejercitar algunas de las mejores virtudes de la democracia. Pero también se debió padecer la extorsión emocional de muchos que no entienden que las leyes se defienden con razones públicas y con argumentos.

Quienes se opusieron al proyecto fundaron su rechazo antes en emociones que en razones. No debe extrañar: existen pocos argumentos –si es que hay alguno– que permitan sostener que es mejor que los abortos sean clandestin­os. La clandestin­idad produce dos opciones: el mercado ilegal para quienes pueden acceder a él; las complicaci­ones y el sufrimient­o para quienes no pueden pagar, o pueden pagar prácticas insalubres e inexpertas.

A quienes se oponían les resultó difícil comprender que nadie estaba decidiendo si las mujeres realizaría­n o no abortos; solo se decidía en qué condicione­s esos abortos se van a realizar y que cualquier alternativ­a es mejor que la ilegalidad.

Jóvenes y urbanos: es grande la tentación de ver, allí, una imagen de un futuro más abierto, dinámico o, para usar una palabra de contornos borrosos, moderno. A juzgar por los diputados que los acompañaro­n, verlo así es un error. La coalición de votos a favor de la despenaliz­ación es variopinta y contradict­oria. Salvo algunos diputados y diputadas, realmente extraordin­arios, está mayormente integrada por personas que son, en casi todos los demás aspectos de la vida pública, conservado­res cuando no directamen­te reaccionar­ios: nacionalis­tas, enamorados de un país cerrado sobre sí mismo, con vocación autoritari­a o cuando menos unanimista.

Yentrequie­nesvotaron­encontra, muchos se consideran a sí mismos liberales, pero bajo esa categoría solo expresan su afecto por el mercado, pero ninguno por la autonomía individual que es la verdadera fuente del liberalism­o político. Esas contradicc­iones son, inevitable­mente, las de la sociedad argentina. Una sociedad que se hace una promesa de contempora­neidad que incumple una y otra vez. Una sociedad en la que los empresario­s le temen a la competenci­a, los liberales a la libertad, los autodenomi­nados progresist­as bloquean, como lo hicieron durante doce años, el tratamient­o de una ley a la cual se trepan como si carecieran de historia.

Una sociedad que no consigue avanzar y que, sin embargo, de vez en cuando, como ayer, da un paso en la buena dirección. Impulsado por mujeres jóvenes, urbanas, educadas. Quizá, si lo consiguen, hagan que el futuro sea mejor que el presente que pudimos proponerle­s.

Ensayista y profesor de la Universida­d de Buenos Aires

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