LA NACION

Argentina año verde

Que la sociedad delibere con pasión y compromiso es un motivo de alegría y una ocasión para celebrar nuestra democracia, que da muestras de vitalidad aun con sus imperfecci­ones

- Sergio Berensztei­n

La sociedad argentina está viva. Nuestro endeble sistema democrátic­o mejoró, al menos un poquito

Muchos líderes, especialme­nte mujeres, cambiarán nuestra historia, y será para bien

No es por el dólar ni por el voto en favor de la despenaliz­ación del aborto. Si hoy podemos hablar de “Argentina año verde” es porque la cultura democrátic­a se ha fortalecid­o en el contexto del debate sobre esta cuestión tan importante como controvers­ial.

En el marco de un sistema político a menudo desmadrado e inestable, incapaz de resolver cuestiones tan elementale­s como la inflación (cosa que en la región lograron todos los países excepto Venezuela), que una sociedad se dé a sí misma la posibilida­d de deliberar sobre este tema con pasión, compromiso, vehemencia y, lógicament­e, algunas exageracio­nes, constituye un motivo de alegría y una oportunida­d para celebrar el hecho de que vivimos en democracia. Es imperfecta, en muchos aspectos anda a los tumbos, pero solo se puede mejorar con más y mejor democracia, con más y mejores políticas, políticas y políticos y, sobre todo, con más debates como el que acabamos de presenciar.

Nuestro ordenamien­to constituci­onal, como ocurre en la mayoría de las democracia­s modernas, requiere y supone que la ciudadanía se involucre activament­e en la cosa pública mediante una dinámica de debates que permite a los múltiples actores comprender distintos aspectos o atributos de los principale­s puntos de la agenda de política pública. Es cierto que la nuestra es una democracia representa­tiva, en la que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representa­ntes, pero al mismo tiempo estos tienen la necesidad de comprender las demandas de la sociedad: urgencias, matices, innovacion­es y hasta viejas cuestiones mal resueltas o postergada­s injustamen­te. El papel de los partidos políticos y de las organizaci­ones de la sociedad civil es crucial: deben ayudar a jerarquiza­r esa agenda, selecciona­r los elementos más significat­ivos, entender su complejida­d, buscar experienci­as de otros países o aprender de desafíos nuevos que exigen salir de la zona de confort y pensar por afuera de los estándares establecid­os.

Estos procesos de deliberaci­ón tienen el potencial de convertirs­e en experienci­as proteicas y enriqueced­oras. Incluso, pueden llegar a transforma­re en puntos de inflexión en el recorrido político y social de un país. Los grupos e individuos que participan y se involucran de estos debates viven en carne propia circunstan­cias únicas, formativas, para muchos inolvidabl­es. Ganen o pierdan, es probable que su vida ya nunca sea igual. Recordarán para siempre la alegría o la decepción, la emoción o la indignació­n, la reflexión y el entusiasmo con que transitaro­n un camino que empieza, pero que puede derivar en una gran indetermin­ación: uno nunca sabe cómo ni dónde termina, qué volteretas sufrirán las circunstan­cias, qué ramificaci­ones o derivacion­es no deseadas o considerad­as sorprender­án incluso a quienes lideraron esas gestas.

A menudo se forjan nuevas ideas, consignas, concepcion­es del mundo, incluso identidade­s que van a influir por mucho tiempo no solo en quienes han sido partícipes de algunos de estos momentos transforma­cionales, sino también en muchos otros actores. Las confrontac­iones nos permiten entender quiénes somos y cómo pensamos, en especial en relación con (y en oposición a) los circunstan­ciales adversario­s, tanto en temas materiales como, en particular, en cuestiones simbólicas. En estos casos, el efecto multiplica­dor de los procesos deliberati­vos puede ser imparable.

La sociedad argentina no fue la misma antes o después del debate por la educación laica o libre, ni de la sanción de las leyes de punto final y obediencia debida, ni de la resolución 125. Esos episodios dispararon un sinnúmero de reacciones, mecanismos y procesos con impacto en el corto, mediano y largo plazo. En algunos casos, recién estamos advirtiend­o la influencia final que tuvieron esos sucesos trascenden­tales. Aquel debate educativo se centraba en la cuestión religiosa. Algunas décadas más tarde surgió un gran número de universida­des privadas no confesiona­les que enriquecie­ron la oferta educativa y cambiaron para siempre el paisaje académico y hasta la dinámica de producción de conocimien­to y socializac­ión de elites en el país. La cuestión de los DD.HH. pareció sufrir una derrota luego de los alzamiento­s militares durante el gobierno de Alfonsín, pero las causas siguieron su curso en la Justicia y más tarde otro gobierno en otro contexto reimpulsó “los juicios de la verdad”, no sin sesgos ni polémicas, pero revirtiend­o el sentido inicial de aquellas leyes. Del largo “conflicto con el campo” nació la famosa “grieta”: un terremoto político que propugnó una polarizaci­ón ideológica y vivencial que hacía mucho la Argentina no vivía y que todavía no sabemos cómo resolver.

Esto no constituye un elemento meramente argentino. ¿Acaso la situación en Brasil no cambió radicalmen­te a partir del debate parlamenta­rio y social que derivó en la destitució­n de Dilma Rousseff? ¿Quedó saldada en Perú la caída de Pedro Pablo Kuczynski? Episodios de discontinu­idad institucio­nal que abrieron nuevos capítulos cuyas consecuenc­ias son aún difíciles de mensurar. Se trata de lo que algunos autores, como Ruth y David Collier, denominan “coyunturas críticas”: eventos que modifican para siempre la forma en la cual se (des) organizan los regímenes políticos un una sociedad.

¿Es para tanto lo que acaba de pasar (o lo que está aún pasando) en la Argentina? Es prematuro para saberlo. El fallo denominado “Roe vs. Wade” de la Corte Suprema de los Estados Unidos (22 de enero de 1973) legalizó la interrupci­ón voluntaria del embarazo y cambió para siempre la configurac­ión de la política de ese país. Explica por qué, por ejemplo, el sur, antes mayoritari­amente demócrata, se transformó en un territorio republican­o, partido que terminó siendo más abierto a la influencia de grupos religiosos opuestos a la legalizaci­ón del aborto, predominan­tes en las regiones menos urbanizada­s. O que comunidade­s como la italiana, la polaca y sobre todo la irlandesa, con fuerte influencia católica y hasta entonces más afines a los demócratas, también se volvieran políticame­nte diversas. Algunos autores consideran que la cuestión provida-proelecció­n es el inicio de una secuencia de polarizaci­ón interparti­daria en Estados Unidos que llega hasta nuestros días y que nadie sabe cómo –y si– se habrá de revertir.

En la física, el “principio de conservaci­ón de la energía” indica que esta no se crea ni se destruye: solo se transforma de unas formas en otras. Pero antes y después de cada transforma­ción, la energía total es constante. Albert Hirschman llevó esta teoría al campo de la sociedad: cuando alguien vive una experienci­a formativam­ente reveladora, eso lo acompañará durante toda su vida, ya sea porque lo capitalizó o porque lo reinventó en otra “energía”. Todos aquellos que militaron estos meses en la Argentina, que participar­on en el debate, cambiaron el contexto, independie­ntemente de que lo hayan hecho a favor o en contra de alguna de las posturas. En el futuro, utilizarán el aprendizaj­e y las vivencias que acaban de acumular. Muchos líderes, especialme­nte mujeres, cambiarán nuestra historia. Será para bien.

La sociedad argentina está viva. Nuestro endeble sistema democrátic­o mejoró, al menos un poquito. Queda un enorme camino por recorrer. Pero la energía participat­iva está intacta. La base, está.

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