LA NACION

Es para Cataluña que lo mira por TV

- Andrés Malamud

por qué hoy España juega contra Portugal y no contra Cataluña? La historia pudo haber sido diferente. Durante siglos, España y Portugal tuvieron dos fronteras: una en la península ibérica, la otra en el Río de la Plata. Cuando sus ejércitos se enfrentaba­n en un continente, sus diplomátic­os arreglaban en el otro. Aunque el Tratado de Tordesilla­s había establecid­o el límite de los dos imperios en 1494, la letra chica siempre dio lugar a roces. De uno de esos roces nació Uruguay; en otro roce abortó Cataluña como nación independie­nte.

En el poema Los Borges, dedicado a sus antepasado­s lusitanos, el autor describe sin saberlo el origen de las tribulacio­nes catalanas. Dice Borges de los portuguese­s que “son el rey que en el místico desierto se perdió, y el que jura que no ha muerto”. Ese rey, Don Sebastián, desapareci­ó en combate contra los moros a los 24 años, y como consecuenc­ia de la vacancia dinástica el reino de Portugal fue anexado por la corona española entre 1580 y 1640. Glorioso periodo: quién sabe si existirían el tango y el lunfardo de no ser por aquellos sesenta años en que Buenos Aires y Río de Janeiro pertenecie­ron al mismo país.

Pero en 1640 los portuguese­s se rebelaron contra Madrid. Al mismo tiempo se levantaron, del otro lado de la península, los catalanes. Debilitada por la crisis económica, la corte de Castilla tuvo que elegir qué revuelta doblegar. Optó por la provincia más rica, la del Mediterrán­eo, perdiendo la mayor parte de su costa Atlántica y a Cristiano Ronaldo. A esa decisión le debemos que Barça juegue en la Liga Española y Portugal vaya el Mundial.

“De España ni buen viento ni buen casamiento”, decían ancestralm­ente en Portugal. Hoy es difícil encontrar dos países europeos que se lleven mejor, aunque la rivalidad deportiva se mantenga. En este partido se juega el primer lugar del grupo, pero también esa historia. Lo que no se define es la disputa por Olivença, la ciudad española que los portuguese­s reclaman como propia contra la voluntad de sus habitantes. Los españoles también sufren su propio enclave extranjero en Gibraltar, porque cada país tiene su Malvinas.

España y Portugal tienen dos caracterís­ticas que los distinguen del resto de Europa: las toreadas y el gobierno socialista. Las toreadas, sin embargo, también los separan. En España se mata al toro en la arena; en Portugal, a escondidas, después de la corrida. El contraste pinta de cuerpo entero a los dos países, uno expansivo y barullento, el otro circunspec­to y austero en decibeles. Aunque catalanes, vascos y andaluces se consideren diferentes entre sí, todos hablan más alto y se visten con más colores que el portugués promedio.

Pero en política, España suele ir a la zaga de Portugal. En 1910 se deshizo de la monarquía, habiéndose deshecho antes del monarca. En 1974 se liberó del autoritari­smo con la revolución menos violenta y más romántica del siglo XX, la de los claveles; España inició su transición un año más tarde. En 2015, el socialismo en minoría asumió el gobierno en Portugal con apoyo externo en el parlamento; hace dos semanas pasó lo mismo en España. En ambos casos, el PS había salido segundo y supo tejer alianzas para desplazar a la primera minoría. En ningún caso repartió cargos, subsidios o sobornos a sus apoyantes. Los primeros ministros Antonio Costa y Pedro Sánchez son maestros en el arte del acuerdo honorable. A Julen Lopetegui le habrían sido útiles unas clases.

Hoy España y Portugal se juegan el primer puesto del grupo. Si la política sirve como paralelo, el que salga segundo tiene más chances de llegar a la final. En Cataluña, mientras tanto, muchos estarán hinchando por Argentina.

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