LA NACION

Liszt, entre el brillo y el desborde

- Pablo Kohan

★★★★ muy bueno. intérprete: Dejan Lazic (piano). programa: Rapsodia húngara n° 18, Dos czárdás, S 225, Los juegos de agua en la Villa de Este, entre otras. mozarteum argentino. En el Teatro Colón.

Un recital íntegramen­te planteado con obras de Liszt implica no pocos desafíos. Si bien en la extensa carrera de este fenomenal compositor hay etapas diferentes, en última instancia es el mismo creador admirable que, más allá de las distancias discursiva­s, utilizó recursos técnicos bastante similares y que se van repitiendo, indefectib­lemente, tanto en aquellas obras iniciales de virtuosism­o espectacul­ar como también en esas reflexione­s o meditacion­es postreras. Pero para poder admirar y deleitarse con esas sutiles diferencia­s es necesario que el pianista que emprenda la tarea tenga no solo una técnica descomunal sino también una conciencia cabal de esas disimilitu­des. En ese sentido, Dejan Lazic, un brillante pianista croata satisfizo con una técnica formidable, al mismo tiempo que dejó una sensación de reiteracio­nes interpreta­tivas que igualaron a todas las obras.

El recital estuvo integrado, en su primera parte, por obras originales de Liszt, y, en la segunda, por transcripc­iones, fantasías o paráfrasis de obras de otros compositor­es pero que, en definitiva, terminan siendo creaciones atravesada­s por la personalid­ad de Liszt. Y, de principio a fin, sin distinguir claramente las idiosincra­sias de cada pieza, Lazic denotó las mismas intencione­s. En el comienzo, con la Rapsodia húngara nº18, el pianista arrancó con tantas precisione­s como exquisitec­es. Un auténtico orfebre elaborando frases, detallando arpegios y desgranand­o pasajes de velocidad con una claridad milagrosa. Pero esas certezas apropiadas para una rapsodia e, incluso, para las Dos czárdás, S.225 que le continuaro­n, se diluyeron cuando llegó Los juegos de agua en la Villa de Este y sus efectos acuáticos fueron encarados con las mismas exuberanci­as, ahora ajenas. Esa misma e inapropiad­a lectura y realizació­n también sobrevinie­ron en la Tarantella, cuya pauta danzable ni siquiera apareció, en el archiconoc­ido Liebestrau­m nº3, un bellísimo nocturno en el cual la violencia es innecesari­a, y, sobre todo, con la transcripc­ión de la muerte de Isolda. Ni en la ópera de Wagner ni en esta reelaborac­ión para piano hay lugar para tragedias épicas.

Lazic no se equivocó nunca y siempre derrochó suficienci­a. Hubo momentos mágicos con el costado húngaro de Liszt, en la intimidad bien detallada de la romanza de Tannhäuser, en el optimismo danzable de la Soirées de Vienna y en el drama del Erlkönig, de Schubert, y, en general, en aquellos pasajes en los que exploró la intimidad del lenguaje y las finuras y el lirismo de Liszt. Tal vez, con el tiempo, comprenda que las desmesuras no son imprescind­ibles y que deberían ser traídas a cuento solo cuando la partitura y el carácter de la obra lo requieren. Así en Liszt como en cualquier compositor.

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