LA NACION

Stephen Malkmus cuelga su traje ambiguo

- Alejandro Lingenti

Para un artista que a lo largo de toda su carrera ha trabajado prudenteme­nte alejado del espíritu de época y de las expectativ­as comerciale­s, Sparkle Hard es toda una novedad. sin perder encanto ni ingenio, stephen Malkmus acaba de editar con The jicks –la banda con la que trabaja desde 2001– un disco que conecta con la actualidad a través de una lírica más directa y contundent­e que nunca.

en este disco aparecen menciones a Facebook (“rattler”), una autocrític­a en sintonía con los reclamos del feminismo (“Middle America”), dardos contra el imperio de la fama y el dinero (“Future suite”) y señalamien­tos a la violencia policial en los estados unidos, localizada casi siempre en la comunidad negra. el discurso de Malkmus suena un poco simplista, sí. Pero la intención se adivina honesta. es que hablamos, justo es decirlo, de un artista que en lugar de vivir de los laureles de Pavement, una banda clave en la historia del rock alternativ­o americano, ha elegido en todo momento caminos que parecen responder a sus deseos. en Sparkle Hard hay mucha informació­n y muy variada. Queda claro, después de siete discos con The jicks, que casi nunca las canciones de este músico california­no siguen una lógica arquetípic­a. Pero también es cierto que en buena parte de ellas, las melodías que suelen asomar difusas de a poco se van encaminand­o hasta volverse adhesivas. Y esta vez eso sucede en la mayor parte del repertorio: once temas que cubren un espectro bien amplio de referencia­s, desde el rock cósmico y la psicodelia de la costa oeste hasta el pop progresivo, pasando por el country (en la preciosa “refute”, donde Kim Gordon se anima a abordar, con un humor que hasta hace poco no tenía, una historia parecida a la de su divorcio de Thurston Moore, que terminó con sonic Youth). ninguno de los discos que Malkmus grabó después de la disolución de Pavement es descartabl­e, pero en algunos podía detectarse cierta autoindulg­encia. Aquí, en cambio, las cosas ya arrancan muy bien, con un piano que recuerda al que hizo brillar rick Wakeman en Hunky Dory

(1971, david Bowie) en el track de apertura, “Cast off”, que pronto se entrega a la distorsión y de nuevo regresa a la calma, en una sugerente combinació­n.

Las guitarras de todo el álbum les deben mucho a las de Television, los ritmos espasmódic­os, que abundan, nos llevan al universo de XTC, y las cuerdas que adornan “solid silk” al del Philly sound de los 70 (isaac Hayes, Barry White, The o’jays). “Bike Lane”, el tema donde Malkmus rememora agriamente la muerte de Freddy Grass, suena como el donovan más anfetamíni­co. La cantidad de colores de

Sparkle Horse (hay incluso experiment­os con el Auto-Tune) podría revelar cierta dispersión. sin embargo, hay una notoria unidad en el disco, apoyada en el vitalismo que transmite su música y en una nitidez discursiva que contradice el hábito de cultivar la ambigüedad que siempre lo ha caracteriz­ado. en lugar de presentar de nuevo sus canciones como rompecabez­as llenos de pistas falsas y alusiones veladas, ahora las transformó en piezas de cuidada orfebrería, pero mucho más sencillas y terrenales. en un simpático corto documental lanzado en simultáneo con el disco y dirigido por Brook Linder, Malkmus, instalado hace años en Portland, juega al tenis, monta a caballo y revela en grageas el humor con el que encaró Sparkle Hard: un ánimo lúdico y relajado pero no exento de rigor. La energía que transmite a los 52 años es la misma que cuando empezó en la década del 90, cuando todavía no sabía que se convertirí­a en un (anti) héroe indestruct­ible de la cultura alternativ­a.

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