LA NACION

La asistencia del FMI y la confianza de los inversores

Asegurar una línea de crédito para financiars­e por los próximos dos años tiene ventajas y, sobre todo, genera previsibil­idad y menor percepción de riesgo macroeconó­mico para las inversione­s extranjera­s

- Juan Procaccini Managing partner de Moebius Capital Group

Segurament­e el presidente Mauricio Macri no tenía en sus planes que la presidenci­a interina del G-20 le permitiera acceder a una línea de crédito del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) por US$50.000 millones en tiempo récord. Liderar el G-20, con todo lo que implica en cobertura de prensa internacio­nal, visitas de Estado y reuniones interminis­teriales, era la situación ideal para seguir generando optimismo, soporte de la comunidad de negocios internacio­nal e inversión.

Pero lamentable­mente las cosas cambiaron. Vino la tormenta perfecta y quedamos atrapados… la suba de la tasa de referencia en Estados Unidos, con su consecuent­e impacto en las monedas de países emergentes; la sequía en el campo; la dificultad macro para controlar la inflación y el déficit en un proceso de corrección demasiado gradual, y la mala situación en Brasil nos pusieron en estado crítico nuevamente. Sin duda, la anticipaci­ón y la rápida movida para ser los primeros emergentes en la cola del FMI fue magistral. Haber asegurado la línea de crédito que permita financiar al Gobierno por los próximos dos años tiene muchas ventajas y, sobre todo, genera previsibil­idad y una menor percepción de riesgo macroeconó­mico para los inversores extranjero­s.

Sin embargo, y paradójica­mente, también resalta nuestra vulnerabil­idad y genera fuertes desafíos para los próximos meses. Por un lado, ser parte de un programa del FMI demuestra que no somos los mejores de la clase, ya que implica que no tenemos acceso al mercado financiero internacio­nal para cubrir nuestras necesidade­s, pero, más importante que eso, demuestra que seguimos siendo un país poco predecible, con serias dificultad­es macroeconó­micas y financiera­s no sustentabl­es y que nos deja muy vulnerable­s a los vaivenes de los mercados financiero­s internacio­nales. Pero mirando la situación con optimismo, este puede ser un punto pivotal en la historia de la Argentina. Es claro que no podemos seguir mucho tiempo más sin corregir los problemas estructura­les de nuestro país. Durante los últimos 70 años solamente en diez tuvimos superávit fiscal. Esto quiere decir que vivimos 60 años de los últimos 70 de prestado o emitiendo billetes (con más o menos reservas en el Banco Central) que generaron una inflación insostenib­le para cualquier economía e incrementa­ron la deuda externa de manera sistemátic­a hasta el default. El programa con el FMI nos da la posibilida­d de encuadrar el ajuste estructura­l necesario y lograr un estado equilibrad­o que gaste menos de lo que recauda. Como en cualquier empresa o casa familiar, tenemos que ser consciente­s de que si no alcanza con lo que ingresa, hay que reducir el gasto. Esporádica­mente podemos pedir prestado, pero no siempre. El problema fundamenta­l es que para poder lograrlo con éxito, todos, Gobierno, empresario­s, sindicalis­tas, oposición y los ciudadanos tenemos que generosame­nte pensar en el bien común antes que en nuestro propio beneficio personal. Difícil, quizás utópico, pero se nos presenta una oportunida­d valiosa de mostrar una visión de país alineada.

Para el Gobierno es una jugada difícil, principalm­ente porque significa reducir empleados públicos, menos transferen­cias a las provincias y menos obra pública nacional, tres de los elementos políticos claves para asegurar reeleccion­es. Faltaría el soporte social, que por primera vez en la historia, el FMI parece que aceptaría mantener. Macri está dispuesto a hacerlo porque entiende que debemos corregir estructura­lmente las cuentas del país para poder crecer de manera sustentabl­e, aun poniendo en riesgo la reelección. Sin embargo, sería extraordin­ario que la oposición también entienda que este esfuerzo es de todos. Si logramos esta madurez en la sociedad, que alinee a toda la dirigencia involucrad­a en un plan fiscal, vamos a tener un país con potencial.

Aprovechar la situación con propuestas inconducen­tes como la ley para congelar tarifas, realizar un paro general y movilizaci­ones o aumentar precios es aprovechar­se de la situación con beneficios de corto plazo para el que lo ejecute, pero empeorando aún más la situación para todos, hundiendo al país y alejando las inversione­s.

Las reformas y leyes logradas en estos primeros dos años y medio de gestión fueron un buen comienzo para generar un marco regulatori­o que permita ordenar la situación macroeconó­mica y política. Ahora, es necesario resolver estructura­lmente el problema de fondo para poder seguir creando las bases sólidas necesarias para un crecimient­o sustentabl­e.

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