LA NACION

La ilusión y el infierno, en manos de una gran actriz

- Leni González

La carta silenciada

★★★ buena. dramaturgi­a: alicia muñoz. actuación: Mónica Villa. vestuario: Pablo Battaglia. luces: Jorge Roca y Juan Elías Ranieri. sonido: Juan Elías Ranieri. dirección: María Esther Fernández. sala: Centro Cultural 25 de Mayo, Triunvirat­o 4444. funciones: sábado a las 20.30. duración: 60 minutos.

En un espacio desolado como la experienci­a que le tocó vivir veinte años atrás, Isabel de Guevara cuenta la historia jamás contada. En Asunción, donde vive, se siente enferma y estafada por sus compatriot­as españoles en los que creyó para embarcarse, junto con otras pocas mujeres, en la expedición del Adelantado Don Pedro de Mendoza a un mundo nuevo lleno de riquezas. Pero la promesa de la primera fundación de Buenos Aires se desvaneció en penurias, hambruna y muertes. Los sobrevivie­ntes escaparon río arriba, donde la tierra guaraní les brindó mejores oportunida­des para asentarse, siempre con el apoyo de esas pioneras no avisadas que se cargaron la frustració­n propia y ajena sobre sus hombros. Sin embargo, a diferencia de los hombres, ellas nada recibieron en recompensa. Por esa deuda impaga, Isabel escribe en 1556 una carta a Juana de Austria, la hija de Carlos V, gobernador­a de Castilla y de los Reinos de Ultramar, una carta que no tuvo respuesta ni efecto alguno, pero su reclamo es el único registro que ha quedado de esta mujer silenciada.

En ese documento epistolar y en las crónicas de Ulrico Schmidl sobre la fundación, se basó la autora Alicia Muñoz para recrear el monólogo de una mujer singular del siglo XVI en dos momentos de su vida: cuando decide enviar el reclamo a España y, dos décadas más joven, cuando estaba a punto de zarpar a esa aventura inusitada. La directora María Esther Fernández (que realizó la puesta de varias obras de Muñoz con protagonis­mo femenino como La coronela y La chalequera) la había estrenado en 2003 en su teatro El Búho (cerrado en 2014), pero esta vez, en lugar de dos actrices para representa­r cada etapa, es Mónica Villa la única intérprete de Isabel de Guevara. Después de presentarl­a el año pasado en el Teatro del Pueblo, vuelve solo por junio en el marco del ciclo Redonda Independie­nte, que programa una obra diferente del off cada mes en el C.C. 25 de Mayo.

El salto temporal se produce de manera sorpresiva para los espectador­es. En segundos, la magia de las luces y el vestuario transforma­n a Villa de señora madura repleta de heridas en una chica ilusionada, frente a los ojos de un público muy próximo a la actriz, en la sala pequeña del Teatro del Pueblo. Creación de Pablo Battaglia, los dos vestidos, verde y rosa, son magníficos, quizá demasiado en el primer caso, pues se trata de una mujer sin cargos ni nobleza en una aldea rudimentar­ia. Pero es el único elemento de color y vitalidad en medio del vacío y la desesperac­ión. Villa se aferra a un pañuelo entre sus manos, de a ratos sube a una tarima (no hay otra cosa en el escenario) para lanzar su denuncia al mundo y habla sin detenerse con la rabia de la injusticia: su actuación vibra en la oscuridad de las pesadillas, se enciende con la esperanza, todavía no del todo perdida y muta a la alegría inocente de quien ignora el infierno que le espera.

La iluminació­n y el diseño de sonido de Juan Elías Ranieri acompasan el tambor de los recuerdos y los flechazos de la memoria de una mujer que intenta, en definitiva, comprender el sentido de tanto dolor. Nunca sabremos a qué manos llegó la carta, pero el acto de reconstrui­r esa voz acerca su historia a la de todas.

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Mónica Villa, en un trabajo destacado

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