A 50 AÑOS DE UNA REVOLUCIÓN EN VENECIA
Exactamente 50 años pasaron desde que el artista tiñó los canales y sembró el pánico; el Bellas Artes le rendirá homenaje
Acompañada por Beto, su perro salchicha, un día como hoy hace 50 años, Blanca Isabel Álvarez de Toledo tomaba fotos desde un puente en Venecia. Registraba cómo su marido era rodeado por lanchas de la policía mientras derramaba en los canales un polvo que teñía el agua de verde fluorescente. Nicolás García Uriburu no parecía dispuesto a detenerse para explicarles que no era su intención prender fuego la ciudad italiana, mientras turistas de todo el mundo visitaban la famosa bienal y las protestas del Mayo francés amenazaban con extenderse por el resto de Europa.
“Tenía miedo de que le dispararan”, confiesa a LA NACION la exmodelo de Pierre Cardin al recordar aquellos minutos dignos de una película de James Bond. “Separémonos”, le aconsejó el crítico de arte francés Pierre Restany, que había acompañado a la pareja en la arriesgada aventura, cuando el artista argentino fue finalmente obligado a abandonar la lancha conducida por un gondolero amigo.
Blanca ocultó la cámara bajo su tapado y regresó al hotel, mientras las autoridades ordenaban que mujeres y niños se dirigieran a la estación de trenes en caso de que hubiera que evacuar la ciudad. El conserje la recibió con las valijas en la vereda. “La radio alertaba sobre un terrorista argentino y no se sabía si lo que Nicolás había tirado era contaminante o inflamable –explica Álvarez de Toledo–. Lo llevaron detenido a Milán, mientras traían científicos para analizar el agua. Y yo no sabía si lo iban a liberar en una hora o si iba a quedar preso pa- ra siempre, porque si el polvo era tóxico, era un delito grave”.
Su temor principal, mientras esperaba durante horas en un bar con las valijas y el perro debajo de la mesa, era que los hubieran engañado al venderles en Milán dos grandes bolsas de fluoresceína, un colorante orgánico tan inocuo que es utilizado en exámenes oftalmológicos.
La intención de García Uriburu, según descubriría la policía tras un largo interrogatorio, era demostrar que una obra de arte podía adoptar “la forma de la naturaleza” y cambiar de aspecto al integrarse con lo real. Este gesto sin precedente, que también asumiría con el tiempo connotaciones ecológicas, no solo marcaría un hito en su exitosa carrera, sino también en la historia del arte universal, ya que fue el inicio de una serie de coloraciones que lo convertirían en uno de los pioneros globales del land art.
“Esa acción marcó un punto de inflexión en el arte contemporáneo internacional”, opina Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes, que dedicará a la coloración veneciana una muestra homenaje a partir del 29 de este mes. “García Uriburu puso en discusión la jerarquía de la institución artística, porque no lo habían invitado a la bienal –agrega–. Me gusta ese arte no domesticado, que no es endogámico e irrumpe en la vida cotidiana para poner cosas en cuestión”.
“Me parece interesante hablar del componente performático del gesto”, coincide Mariana Marchesi, curadora de la muestra, que abarcará el período de producción que va desde 1968 hasta 1974. Según ella, este “momento fundante” en la carrera de García Uriburu fue importante entre otras cosas porque demostró la intención del artista de salir de la práctica tradicional pictórica, de pensar el arte como idea en lugar de objeto y de repensar el rol del público en relación con la obra.
“El arte debe ser vivido como una experiencia, una participación”, opinaba García Uriburu según Restany, que dedicó un extenso libro a su obra (Electa, 2001).
Con esa idea en mente, lo primero que hizo el artista al llegar a Venecia en junio de 1968 fue buscar el apoyo de los gondoleros, herederos de una tradición milenaria que pasa de padres a hijos. “Ellos son los únicos que conocen los movimientos de las aguas, que eran claves para que el color se expandiera y permaneciera durante varias horas”, explica Blanca. García Uriburu acordó con Memo, un gondolero que además de cantar era pintor aficionado, que lanzaría la fluoresceína desde su lancha mientras Blanca tomaría fotos desde otra cercana, antes de subir al puente.
Cuando la pareja por fin se reencontró, varias horas más tarde, aceptó la propuesta del dueño de un hotel que acostumbraba canjear alojamiento por obras. Ya tenía varias de Picasso, Dalí e Yves Klein, entre otros grandes artistas. La estadía se prolongó por veinte días, durante los cuales Nicolás y Blanca fueron invitados a celebrar por el éxito de la hazaña en las casas de los gondoleros.
Durante las décadas siguientes, aquella coloración se reprodujo varias veces con acciones similares realizadas en ríos, fuentes y puertos de varias ciudades para llamar la atención mundial sobre la degradación del medioambiente.
Quiso el destino que García Uriburu terminara su vida hace exactamente dos años, en un aniversario de aquella aventura inicial, abrazado a un árbol tras desvanecerse al salir de su casa de Barrio Parque. Pero su legado continúa vivo en la fundación que lleva su nombre bajo la dirección de Azul, la hija de aquella atrevida pareja que lo arriesgó todo en Venecia una soleada mañana de 1968.
Para agendar
Venecia en clave verde. Nicolás García Uriburu y la coloración del Gran Canal se inaugurará el viernes 29 de junio, a las 19, en el Museo Nacional de Bellas Artes, Av. Libertador 1473. Gratis.