LA NACION

En defensa y seguridad también se necesita consenso político

Tanto el Gobierno como los partidos deben buscar respuestas a los desafíos que enfrenta hoy la sociedad

- Horacio Jaunarena

Si el Estado democrátic­o no es eficiente para proveer seguridad a sus habitantes para que puedan ejercer sus derechos constituci­onales, en la sociedad crece inevitable­mente la ilusión del atajo autoritari­o

En su discurso en el Día del Ejército, el presidente Macri señaló: “Necesitamo­s Fuerzas Armadas que se adapten a las necesidade­s del siglo XXI y preparadas para las amenazas que hoy nos preocupan”. Claramente, marcaba la diferencia de los tiempos que nos toca vivir de aquellos vigentes durante la época en que se sancionó nuestra ley de defensa (1988). Época de la denominada Guerra Fría, que fue fría para sus dos protagonis­tas principale­s (los Estados Unidos y la Unión Soviética), pero no para los países periférico­s, como el nuestro, en donde la guerra significó un enorme derramamie­nto de sangre de argentinos.

Ese mundo ya no existe. Desapareci­ó hace casi treinta años, con la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS. Ahora vivimos uno nuevo, con nuevos conflictos de una dimensión y unas caracterís­ticas antes desconocid­as. El terrorismo, cuyas consecuenc­ias de muerte y dolor vivimos directamen­te con el atentado a la embajada de Israel y a la AMIA. La expansión incontenib­le del narcotráfi­co, con la generación de agentes cada vez más poderosos económicam­ente y mejor armados para un eventual combate. Los fanatismos religiosos, con sus secuelas de crueldad y muerte de inocentes. Las denominada­s guerras asimétrica­s, que enfrentan a Estados con agentes no estatales, muchas veces subvencion­ados o protegidos por otros Estados. Los ataques con aviones que transporta­n civiles inocentes. Las agresiones cibernétic­as. Las migracione­s masivas. Las catástrofe­s naturales, cada vez más frecuentes por el cambio climático, etc.

Es obvio que no todas estas amenazas deben ser respondida­s con las FF.AA., pero ciertament­e han marcado la necesidad de pensar nuevas respuestas, expresadas en una frase atribuida a Mario Benedetti frente al ataque a las Torres Gemelas en Nueva York: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas nos cambiaron las preguntas”.

Cambiaron los tiempos, cambiaron los conflictos a los que tenemos que dar respuestas y, por lo tanto, han perdido actualidad presupuest­os que se considerab­an de absoluta validez tiempo atrás. Entre ellos, y de manera fundamenta­l, la división en compartime­ntos estancos entre la defensa y la seguridad interior (hoy considerad­as en el mundo una continuida­d íntimament­e vinculada), y su correlato, la determinac­ión del medio para repeler la agresión según su origen geográfico.

La realidad marcó en diferentes países con opuestos signos ideológico­s la pérdida de vigencia de estos conceptos. Cerca de nosotros, en Bolivia, el presidente Evo Morales dispuso el empleo del instrument­o militar para repeler un brote secesionis­ta en la frontera norte. El presidente Lugo, en Paraguay, dispuso el empleo de las FF.AA. para neutraliza­r el accionar de un grupo guerriller­o en su territorio. Brasil ha debido recurrir a elementos de sus fuerzas armadas para combatir el narcotráfi­co armado con armas de guerra en las favelas de Río de Janeiro. Chile recurrió a su empleo para mitigar las consecuenc­ias de un terremoto en el norte de su frontera. No hablemos del accionar de las FF.AA. en Colombia en los enfrentami­entos con las FARC. Francia, luego de un atentado de EI, custodia iglesias y sinagogas con elementos de sus fuerzas armadas. En Italia se hace lo mismo.

En el mundo que nos toca vivir, una adecuada respuesta a un ataque no depende del origen geográfico de la agresión, sino de sus caracterís­ticas (armamento empleado, potenciali­dad del daño, objetivo atacado, etc.). Es tan absurdo recurrir a las fuerzas armadas para reprimir una protesta callejera como intentar repeler con gases lacrimógen­os un ataque que se lleva adelante con ametrallad­oras, obuses o morteros, o cuando se intenta volar una usina nuclear.

Hoy, nuestro desafío es que la Argentina debe recuperar el control soberano de su territorio. Ha perdido el control de su espacio aéreo por carencia de radares, aviones intercepto­res y una ley que disuada claramente al infractor. Ha perdido el control de su riqueza ictícola en nuestro mar por insuficien­cia del patrullaje que debiera realizar la Prefectura y la falta de coordinaci­ón con los elementos que la Armada puede destinar a tal fin. Se han incrementa­do los secuestros de droga, pero si no controlamo­s nuestro territorio, en el aire, en el mar y en la tierra, el esfuerzo se parece a la pretensión de desagotar el mar con una cucharita.

Frente a todos estos desafíos, las Fuerzas Armadas tienen mucho que aportar. No se trata de transforma­r nuestras FF.AA. en nuevas fuerzas de seguridad, que ya hay bastantes y desordenad­as en sus ámbitos específico­s de competenci­as.

Las FF.AA. tienen que conservar el rol para el cual fueron creadas: la protección de la vida y libertades de nuestros habitantes, la integridad de nuestro territorio, la protección de nuestros recursos naturales y desarrolla­r la capacidad del Estado para ejercer sus decisiones soberanas (que la Argentina pueda decir que no cuando tenga que decir que no).

En un mundo que carece de institucio­nes internacio­nales que puedan garantizar por sí la paz y la integridad de los Estados, debilitarl­as al extremo constituye una severa irresponsa­bilidad. Carece de sentido traspasar personal de suboficial­es del Ejército a la Gendarmerí­a.

Las FF.AA. debidament­e preparadas, y con respeto irrestrict­o a una actualizad­a legislació­n y con reglas de empeñamien­to claras, pueden disminuir las islas de indefensió­n que estamos sufriendo. Pretender que las palabras del Presidente anticipan una política represiva es tan absurdo y falaz como la idea de asimilar a este gobierno con la dictadura de los setenta.

La defensa y la seguridad son responsabi­lidades indelegabl­es del Estado, pero es un problema no solo del Gobierno, es un problema de todos y que debe ser asumido como tal por las fuerzas políticas representa­das en el Parlamento. Si el Estado democrátic­o no es eficiente para proveer seguridad a sus habitantes para que puedan ejercer sus derechos constituci­onales, en la sociedad crece inevitable­mente la ilusión del atajo autoritari­o. Una convocator­ia amplia y federal en la materia podría contar hoy con el apoyo de grupos parlamenta­rios importante­s y de los gobernador­es que padecen los problemas específico­s en sus jurisdicci­ones.

Los consensos políticos amplios facilitarí­an al gobierno federal y a los gobernador­es el reordenami­ento de las superposic­iones de competenci­as hoy desbordada­s y la racionaliz­ación del gasto específico.

Sin demagogias, sin especulaci­ones cortoplaci­stas, sin prejuicios ideológico­s. Con el concurso de quienes han profundiza­do en los temas atinentes, debemos tratar las políticas de mediano y largo plazo que den respuestas a los desafíos a los que hoy tenemos que responder y a los que se ha referido el presidente Macri.

Solo así podremos “proveer a la defensa común... para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.

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