LA NACION

Por un equipo mucho más de Sampaoli que de Messi

- Francisco Schiavo

Los cambios son bienvenido­s frente a la situación de riesgo en la que Islandia puso a la Argentina. De nombres y de sistema. Pero, fundamenta­lmente, el que obliga a Jorge Sampaoli a recuperar su esencia. ¿Cómo? Sí, porque pese a lo imprevisib­le del personaje, da la impresión de que el entrenador seguirá su instinto de una vez por todas. Podrá equivocars­e, pero con su manual en la mano derecha. El de nadie más. El paso en falso ya fue dado, pero hubiera sido mucho peor si hubiera insistido con una fórmula de la que sospechaba mucho más de lo que creía. Ahora está a punto de dejar esa idea por adopción –habrá que esperar porque con Sampaoli nunca se sabe– y encarrilar­se por un camino mucho más afín.

Tal vez el impulso de que Lionel Messi se sintiera cada vez más cómodo empujó a Sampaoli a tomar algunas decisiones con las que no comulgaba del todo. Como la línea de cuatro en la defensa (con Eduardo Salvio como lateral derecho). Como las presencias de Javier Mascherano y Lucas Biglia como mediocampi­stas de contención. O como el ingreso de Éver Banega como primera modificaci­ón en un partido que exigía otra dinámica. Aquella vez sí que escuchó. Y los intentos por convencerl­o de que en el Mundial llegaba más lejos aquel al que le convertían menos goles surtieron efecto.

No hay que hacer demasiada memoria para entender un poco más el asunto. “Si Messi está bien, será mucho más el equipo de él que el mío. Leo, en esta etapa de madurez y grandeza, nos está ayudando mucho”. Acto fallido, sinceridad o sentido figurado, sin quererlo o tal vez a propósito, Sampaoli hizo en marzo pasado una descripció­n de la que se hablaría durante mucho tiempo. Incluso hasta hoy, cuando las piezas del pasado y del presente encajan a la perfección.

El reto de Sampaoli encierra un doble motivo: sacarle a Messi la hiriente sensación de culpa y, mucho más complicado, explotar al 100 por ciento la capacidad del mejor jugador bajo el precepto de sus métodos.

El plantel precisa a su estrella y capitán enchufado a 220 voltios. Las decisiones más trascenden­tales deberá tomarlas dentro del campo de juego. La Argentina necesita un DT de mando firme y conviccion­es de hierro. Las suyas, ni más ni menos, por más arriesgada­s que puedan parecer. Si el final llega antes de tiempo, todos se despedirán con una gran certeza, sin remordimie­ntos, bajones ni reproches: cada uno hizo lo que tenía que hacer.

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