Rodolfo O’Reilly. todo vocación por el deporte
Referente del CASI y de los Pumas, ciudadano ilustre de Buenos Aires y funcionario, “Michingo” vivió para la disciplina que amó intensamente
está todo saldado”, decía Rodolfo o’Reilly cuando en su casa de Tortuguitas festejaba sus 60 años, rodeado por multitudes de amigos, porque “Michingo” era de esas personas que saben construir una amistad o un afecto de cualquier color en cada esquina. Siguió viviendo o’Reilly y siguió disfrutando la vida, hasta que en la medianoche de ayer una larga enfermedad, que afrontó con absolutos coraje y grandeza, se lo llevó de gira tres meses después de que cumpliera 79 años.
o’Reilly fue un símbolo del rugby. Un hombre de este juego, al que solía definir como “algo mucho más importante que correr, saltar y pasarse la pelota”. Heredó el club atlético San isidro (caSi) de su padre, también “Michingo”, y allí pasó gran parte de su vida. “conozco hasta dónde está cada una de las canillas del club”, refería a la entidad en la cual salió campeón como jugador y como entrenador. Su legajo también indica que fue entrenador de los Pumas entre 1981 y 1983 y desde 1987 hasta 1990, y que con él el seleccionado le ganó a Sudáfrica (como “Sudamérica XV”), a australia como visitante y como local, a inglaterra, a Francia y a Escocia. Que entrenó también a Hindú y a Buenos aires y que fue fundador, dirigente y coach de Virreyes Rugby club, el proyecto del cual se sentía más orgulloso.
Pero más allá de sus logros en la cancha y fuera de ella, Michingo (hijo) fue un verdadero apasionado del rugby, capaz de quedarse hasta la madrugada en cualquier club charlando y discutiendo –lo encantaba discutir– o yendo a dirigir allá donde se lo pidieran. Entrenó hasta la última de sus fuerzas y dio hasta lo último que tenía.
Hincha de Boca, radical hasta la médula, fue el primer secretario de Deporte en la vuelta de la democracia, de la mano de su amigo Raúl alfonsín. Desde la función pública libró una maravillosa batalla para recuperar los clubes de barrio destruidos por la dictadura y privilegió a los deportistas por sobre los dirigentes. Tuvo, eso sí, el disgusto de un episodio con carlos Bilardo, que le acarreó varios enemigos.
Enamorado de sus tres hijos –celina, Patricio y alejandro–, de sus nietos y de sus hermanos y acompañado hasta último momento por Silvia, su compañera fiel de las últimas décadas, con Rodolfo o’Reilly se va un maestro del rugby y allá, arriba, seguramente lo espera Veco Villegas para seguir debatiendo sobre el scrum y sobre que el rugby es un medio y no un fin.
nunca dejó de viajar por el mundo, de conocer otras culturas, de leer todo lo que le acercaban ni de cultivar sus amistades y su último pasatiempo, que era participar de los eternos almuerzos en angie’s, en lomas de San isidro. Siempre acaparando el centro, con el latiguillo con el que arrancaba cada pensamiento: “Se me ocurre…” En angie’s lo llamaban “El Papa”, apodo que se une a otros: “Tío”, “cabezón” y “Mono”, como le decía Silvia. Publicó un libro –Por el eje profundo, el mismo título que lleva la columna de rugby de los jueves en
la nacion–, fue condecorado como ciudadano ilustre por la legislatura de la ciudad de Buenos aires y en los últimos años limó casi todas las asperezas que quedaban de sus tiempos de batallas deportivas, políticas y culturales. Y hasta se dio el gusto de ir como presidente de gira con una juvenil del caSi (entrenada por Pato, su hijo) y, ya prácticamente sin poder caminar, fue a dar una última charla a los chicos de Virreyes.
En los últimos días estuvo inconsciente, pero el domingo, Día del Padre, Marcos Julianes –uno de sus mejores alumnos– y Jorge “Darti” Dartiguelongue fueron a la casa para llevarle una grabación de la primera de Virreyes. En la arenga previa al partido, sus jugadores cambiaron el “¡¡Virreyes, Virreyes, Virreyes!!” por “¡¡Michingo, Michingo, Michingo!!”. al escucharlo, abrió los ojos. Se llevó esa maravillosa música.
Todos quienes fuimos sus amigos sentimos que se nos fue alguien irreemplazable. De esos personajes de la vida de los que ya quedan pocos. Pero permanece la tranquilidad, dentro de la tristeza, de que Michingo se fue con todo saldado. Seguro que fue así.