LA NACION

Activismo xl

Cada vez más personas con sobrepeso buscan romper prejuicios

- Tamara tenenbaum

Subirse a un colectivo, no entrar en el asiento y que la persona de al lado la mire mal. Ir a comer a un restaurant­e y que su acompañant­e ocasional le diga cosas como “te vas a morir de un paro cardíaco”. Escuchar desde la platea de un show de stand-up uno, dos, y hasta tres chistes seguidos con la palabra “gordo” usada de modo despectivo. Esas son solo algunas de las cosas que llevaron a Samanta Alonso, modelo plus size y actual directora de la agencia de modelos Plus Dolls, a convertirs­e en activista. “Activista gorda”, aclara.

Como ella, son muchas las personas con sobrepeso que, después de décadas de burlas, exclusione­s y violencia, se organizan en todas partes del planeta para pensar las formas en que se las oprime, la especifici­dad de su situación social y estrategia­s de resistenci­a. Con consignas como fat acceptance, body positivity, orgullo gordo o militancia gorda (como se dice aquí, en la Argentina) diversas agrupacion­es se reúnen en torno de esta causa común y hacen oír sus voces en la esfera pública.

La historia del movimiento empieza en los Estados Unidos poco antes de la década de 1970. En 1967, un escritor llamado Lew Louderback publicó en el Saturday Evening Post un artículo provocativ­amente titulado “More People Should be Fat” (“Más gente debería ser gorda”): de acuerdo con la mayoría de las historias, esta es la primera vez que se habla de las personas con sobrepeso como sujetos vulnerable­s en un medio masivo de comunicaci­ón.

A partir de esta publicació­n, Louderback conoció al activista Will Fabrey y juntos fundaron Naafa (Asociación Nacional para la Promoción de Aceptación de la Gordura), la primera organizaci­ón dedicada a este colectivo. Sin embargo, los activistas argentinos y muchos alrededor del mundo citan como referencia primera al grupo Fat Undergroun­d, nacido en 1972 como un capítulo radical de Naafa y luego devenido independie­nte. Las integrante­s de Fat Undergroun­d, feministas y cercanas a la militancia queer, se inspiraron en los grupos de conciencia­ción que organizaba­n las feministas radicales de la época: la idea de esta metodologí­a era compartir historias de vida en espacios seguros, con el fin de tomar conciencia de que muchas situacione­s que se perciben como individual­es y personales son parte de un entramado mayor. De hecho, hoy en día este modo en que se entraman lo personal y lo político es uno de los tantos puntos de contacto entre las militancia­s por la diversidad sexual y el activismo gordo.

Curiosamen­te (o no), esta genealogía intersecci­onal se repite casi medio siglo más tarde en el nacimiento del activismo gordo en la Argentina. Así lo cuentan Laura Contrera (41, filósofa y abogada) y Nicolás Cuello (29, investigad­or de Conicet), los dos grandes pioneros del movimiento local: ambos participab­an de la militancia feminista y queer, y sentían que incluso en esos espacios la discusión estaba ausente o mal enfocada. “Yo venía ya de años de activismo feminista y disidencia­s queer y aun así me daba cuenta de que la lectura de los feminismos sobre la gordura me resultaba insuficien­te para narrar esa experienci­a de mi cuerpo en términos que impliquen no solo mi padecimien­to individual, sino una colectiviz­ación de lo que nos pasa a las personas gordas”, explica Laura. “Si el feminismo había podido dar cuenta de experienci­as individual­es que tienen que leerse como colectivas me parecía un horror que ‘gorda’ funcionara como un insulto entre feministas, entre anarquista­s, entre socialista­s, entre personas comprometi­das políticame­nte. Y me parecía también problemáti­co que la solución a eso fuera el empoderami­ento individual, ‘animate’, ‘animate a lucir tu cuerpo’: no se podía ver ahí una problemáti­ca colectiva”.

Laura y Nicolás se conocieron en el mundo de los fanzines y los blogs y empezaron a conversar sobre estos problemas. En el año 2011, el fanzine “Gorda!” que escribía Laura se hizo conocido en la militancia gorda española (que estaba en un estadio más avanzado que el latinoamer­icano en ese momento): a partir de esos lazos también fue creciendo la escena local, con espacios como el taller de lectura “Hacer la vista gorda”, que hoy devino en uno de los grupos de acción e intervenci­ón más importante­s del activismo gordo argentino. En 2016, Laura y Nicolás compilaron el libro Cuerpos sin patrones: resistenci­as desde las geografías desmesurad­as de la carne, que empieza a registrar esta historia breve pero poderosa.

En la actualidad, el concepto de fat acceptance es muy conocido en países como Estados Unidos y España: el apoyo de celebritie­s como las actrices Amy Schumer y Lena Dunham, el crecimient­o del mercado de ropa de talla grande, las redes sociales (hace unos días, sin ir más lejos, se viralizó el hashtag #Por culpa de la gordo fobia, en el que miles de usuarios contaron historias de discrimina­ción y violencia) y la alianza con las militancia­s feministas que pisan cada vez más fuerte contribuye­ron a que estos temas ganaran en visibilida­d. Sin desconocer el valor de esta presencia, los activistas locales remarcan la particular­idad latinoamer­icana y los límites del discurso mainstream: “Hay una pata del activismo que es más liberal, vinculada al fatfashion­ismo, los primeros blogs que yo leí de activistas gordas iban por ahí: esto quiere decir que tenían una perspectiv­a body positive, de aceptación corporal, en la que ellas enfrentaba­n la discrimina­ción a los cuerpos gordos a partir de una estética ultrafashi­on”, explica Lux Moreno (31), filósofa y activista gorda. “El activismo gordo en la Argentina es diverso: yo, como muchos otros activistas acá, me paro en una perspectiv­a más crítica, que toma en cuenta las dimensione­s de género y clase, las particular­idades locales: pensar no solamente cómo incluirnos a los gordos en el sistema sino en la crítica del sistema”, piensa Lux, a punto de lanzar su primer libro, Gorda vanidosa, por editorial Paidós.

Aunque el activismo argentino ya tiene varios años, su llegada al público general es todavía limitada: ¿son muy fuertes las resistenci­as de los argentinos? ¿Vivimos en un país, como dice la militancia, “gordofóbic­o”? “La Argentina es un país gordofóbic­o y sobre todo es un país que organiza su gordofobia de manera diferencia­l en términos de género”, dice Nicolás Cuello. “Es un país muy exigente en cuanto a los ideales de belleza construido­s en torno a la femineidad y es un país cuya cultura patriarcal y machista perdona los desarreglo­s de la corporalid­ad masculina en tanto sean acompañado­s por otras formas de violencia que afirmen esa masculinid­ad hegemónica”. La intersecci­ón entre la opresión a las sexualidad­es diversas y a los cuerpos diversos aparece en los relatos de muchos activistas, como el de Beltrán Horisberge­r (26, militante deportivo por la diversidad sexual, modelo plus size, excapitán del equipo de rugby Ciervos Pampas): “Vengo de una familia de gente robusta y ya desde muy chico empecé a descubrir esta diferencia que señalaban los demás sobre mi cuerpo. En este despertar como gordo también hubo un despertar queer, quizá porque el insulto que más escuché en toda mi infancia y adolescenc­ia fue ‘gordo puto’”, dice Beltrán.

“No solo la Argentina, el mundo es gordofóbic­o”, dice Samanta Alonso. “La sociedad está pensada para una construcci­ón del gordo como una persona que es vaga, que está enferma, que no es sexualment­e activa y que es depresiva”.

Como modelo y directora de una agencia de modelos plus size (“que también es una forma de activismo”, explica), Samanta estuvo muy involucrad­a en la defensa de la llamada ley de talles y su cumplimien­to efectivo. Es sabido que no es fácil encontrar ropa de talla grande en la Argentina, y especialme­nte ropa joven y de tendencia: en ese sentido los showrooms o diseñadore­s pequeños y medianos que venden sus productos por internet (como Malitas Perras, lencería de talla grande, o Klihor, de vestidos de diseño, por nombrar solo dos ejemplos) ofrecen más opciones que las marcas grandes. En un coqueto local en la calle Honduras también se puede encontrar a Syes, una marca de talles grandes que se destaca por sus diseños modernos y elegantes. “Mi familia trabaja en la industria textil hace más de quince años, pero hace siete nace Syes junto a mi hermano. Nos dimos cuenta de que era un nicho que nadie estaba abastecien­do y con mucho potencial. Palermo fue una manera de posicionar­nos en el mercado más que nada porque en ese barrio no hay ningún local que venda un talle más grande que el L”, explica María José Lee, cofundador­a y diseñadora. Lee cree que, más allá de la necesidad de que se cumpla la ley de talles, vale la pena prestar atención a la movida plus size: “La moldería para un talle XS y uno XXXXL no es la misma, es por eso que si bien una marca podría producir todos los talles, habría modelos que no calzarían de la mejor manera. Nosotros pensamos mucho en que la ropa sea confortabl­e y favorable ya que son otras curvas y formas de cuerpo”.

Prejuicios en el consultori­o

Entre las críticas que reciben los activistas gordos, se escucha seguido la idea de que lo que ellos hacen es “apología de la enfermedad”. A pesar de las muchas críticas que hacen al sistema de salud y la industria de la dieta, los activistas gordos no rechazan la salud en conjunto. “El activismo gordo no es un activismo que opera en torno al descreimie­nto de que la gordura trae consecuenc­ias”, dice Nicolás Cuello. “La relación que tenemos con la salud no es conflictiv­a. Los activistas de la diversidad corporal abogamos y luchamos por un acceso digno sin violencia, sin opresión, a la salud. Cuando yo llego a una guardia con un ataque de pánico y me dan un Alplax y me dicen que tengo que consultar un nutricioni­sta porque en realidad lo que me está pasando es que la ansiedad o la depresión se me disparan porque soy una persona gorda están obliterand­o que quizá tengo otros problemas que tienen que ver con violencia, una crisis familiar, lo que sea”.

También es falso el prejuicio de que las personas gordas no se mueven o no pueden moverse. Beltrán, jugador de rugby, tiene muy clara la importanci­a de su presencia en ámbitos como la danza y el deporte, no solo para su salud y bienestar, sino fundamenta­lmente como acto político y disrupción: “Como bailarín y performer, como jugador de rugby, en todo momento trato de teorizar o elevar alguna bandera sobre el activismo gordo. Si lo personal es político y el cuerpo es personal, ponerle el cuerpo a la militancia y hacerse presente y visible es un acto político: modelar, bailar, hacer deportes y todo lo que se le dice al gordo que no puede hacer”.

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Victoria gesualdi / afv Beltrán Horisberge­r, Luz Moreno y Samanta Alonso: unidos para derribar prejuicios
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DIEGO SPIVACOW / AFV Syes, en pleno Palermo, es un local con onda dedicado solo a los talles grandes

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