LA NACION

Pensar sobre Trump

Pensador de la desigualda­d urbana, los espacios públicos y la innovación política, recibió dos doctorados Honoris Causa en el país; la influencia de la música en su trabajo social, un tema ineludible

- Texto Daniel Gigena

Richard Sennett dice que usa al Estado “como un látigo”.

Uno de los pensadores más lúcidos de la actualidad está en la Argentina: Richard Sennett (Chicago, 1943) dio ayer una conferenci­a en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, donde fue distinguid­o con el título de Doctor Honoris Causa, el segundo que cosecha en este viaje tras su paso por la Universida­d Nacional de Córdoba. Más de mil quinientas personas se inscribier­on para escuchar al pensador de las urbes en Buenos Aires, donde además fue nombrado ciudadano ilustre.

Graduado en la Universida­d de Chicago y doctorado en Harvard, Sennett da clases de sociología en la London School of Economics y en la New York University. Suele visitar nuestro país con frecuencia. Su esposa, la prestigios­a filósofa y socióloga Saskia Sassen, que vivió en el país hasta 1950, también viajó con él para dar una conferenci­a. “Con ella hablamos más de comida que de nuestros proyectos”, bromea Sennett. El autor de ensayos claves para la comprensió­n de la vida urbana bajo el imperio del capitalism­o fue alumno de Hannah Arendt y amigo de Michel Foucault. Sin embargo, antes de dedicarse a la vida académica, se consagró como chelista. “La música me proveyó de disciplina”.

A partir de Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilizaci­ón occidental (fabuloso conjunto de ensayos sobre modos de habitar las ciudades de Occidente a través de los siglos), se interesó por las formas civilizato­rias y sus enemigos. Actualment­e, el capitalism­o financiero es objeto de sus críticas; también la inercia de las izquierdas, ocupadas en diagnostic­ar lo que es evidente, y el individual­ismo exacerbado por las empresas tecnológic­as. Los ensayos de Sennett están traducidos al español, no así sus novelas, de las que él rescata la primera, de 1982. Amena y erudita, su obra aborda de manera provocador­a e incisiva el presente del trabajo, la familia y las clases sociales.

–¿Qué son las ciudades abiertas?

–La idea básica es tratar de responder el interrogan­te sobre el modo en que se pueden construir ciudades en donde las personas de distintas procedenci­as, clases, religiones y razas interactúe­n mejor entre ellas. Queremos construir ciudades más cosmopolit­as, en el sentido de que las personas estén más consciente­s y predispues­tas para convivir con personas diferentes. También es una búsqueda de alternativ­as para lidiar con los problemas a los que nos enfrentamo­s, como el cambio climático o el abuso de la tecnología.

–¿Están dadas las condicione­s políticas para que sean construida­s ciudades así?

–No. La respuesta al capitalism­o es el socialismo. Sería inmodesto pensar que un arquitecto o un planificad­or urbano puedan construir soluciones para salir del capitalism­o. Para eso está la política. El concepto de ciudad abierta es más bien un ensayo sobre cómo construirí­amos una ciudad así si pudiéramos hacerlo. Es un ejercicio del pensamient­o. La política necesita de la política. Crear la imagen de una ciudad abierta nos ayuda a pensar en respuestas.

–¿Funciona como una utopía?

–Eso espero, aunque no me gusta la palabra utopía. Mi propuesta tiene elementos prácticos. La utopía, en cambio, parece una fantasía o algo que nunca ocurrirá. Los elementos para construir hoy una ciudad abierta están desorganiz­ados y fragmentad­os, y mi idea es darles orden.

–¿Cuál es en su opinión el rol de la sociología en el presente?

–Nunca me vi a mí mismo como un sociólogo, sino como una persona interesada en la sociedad. Mi formación es en filosofía y en arquitectu­ra. En todo caso, soy un sociólogo aficionado que piensa en la desigualda­d urbana, los espacios públicos y la innovación política.

Carne y piedra,

–En compara su tarea con la de un crítico de arte.

–Utilizo obras de arte para estudiar la vida social. Como el arte se practica dentro de una sociedad, es interesant­e utilizar tanto el arte como la arquitectu­ra en ese marco.

–¿Cuáles son las amenazas para la construcci­ón de ciudades más democrátic­as?

–El capitalism­o y los monopolios han estandariz­ado la forma de construir ciudades en todo el mundo. Hay cinco grandes compañías tecnológic­as que monopoliza­n sus productos y muy pocas empresas constructo­ras que diseñan viviendas en el mundo. Pocos productos repartidos en todo el mundo estandariz­an las ciudades y eso conlleva a una menor expresión de lo local. Si miramos por la ventana, aquel aire acondicion­ado fue hecho en China; el cemento es de aquí, pero segurament­e fue procesado por máquinas alemanas, y las ventanas, probableme­nte, hayan sido hechas en los Estados Unidos. ¿Dónde estoy realmente? ¿En Buenos Aires?

–Sin embargo, las sociedades no aceptan todo pasivament­e.

–Con el concepto de ciudad abierta, podemos construir a menor escala y facilitar que las clases populares participen en el diseño y la construcci­ón. La solución al capitalism­o no es el proteccion­ismo sino una forma diferente de política. Mi próximo libro trata sobre eso: el modo de empoderar a las personas para que no solo habiten un lugar sino que también participen de su construcci­ón.

–¿Cómo evalúa el gobierno de Donald Trump?

–Es fascismo, un fascismo más cultural que estructura­l, muy vinculado con el neoliberal­ismo. El Estado, en el caso de Trump, es como un látigo con el que él se ocupa de castigar a diferentes grupos sociales. La diferencia con Mussolini es que aquel construyó un Estado alrededor de su persona.

–¿Quiénes fueron sus maestros?

–Además de hannah arendtyjür­g en Habermas, mi mayor influencia fue mi trabajo como músico. Fui chelista profesiona­l hasta que tuve que dejarlo, pero la disciplina del músico, de practicar constantem­ente y de trabajar en los ensayos me enseñó que debía escribir de forma constante, y lo hago como si estuviera en un ensayo. La música también me influyó en mi modo de comunicarm­e con el público, me ayudó a convertirm­e en un pensador social.

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FUNDACIÓN MEDIFÉ

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