LA NACION

Japón obliga a sus funcionari­os a tomar cursos contra el acoso sexual

Tras casos resonantes, el gobierno impulsa la medida, que será controlada e indispensa­ble para acceder a los ascensos

- Adrián Foncillas

PEKÍN.– Los funcionari­os japoneses asistirán a cursos sobre abusos sexuales en el ámbito laboral. Es la medida desesperad­a de un país que tradiciona­lmente escondía los escándalos bajo la alfombra y hoy los colecciona.

El gobierno del primer ministro Shinzo Abe aclaró esta semana que controlará la asistencia y que será un requisito indispensa­ble para las promocione­s, según el diario local Mainichi Shimbun. Las víctimas, además, podrán denunciar los abusos a través de consejeros independie­ntes.

“El abuso sexual es una clara violación de los derechos humanos y no debe ser tolerado”, bramó Abe antes de ordenar a todos los ministerio­s que se activen para implementa­r las medidas. Las dimisiones y los ceses se hicieron cotidianos. Kunihiko Takahashi, alcalde de una ciudad cercana a Tokio, renunció la semana pasada por la acumulació­n de denuncias de subalterna­s. Tadaatsu Mori, director de la división rusia de la cancillerí­a, fue suspendido por nueve meses. Pero ningún caso ocupó tantas tapas ni resumió el problema mejor que el de Junichi Fukuda, viceminist­ro de Finanzas.

Fukuda negó los comentario­s procaces de los que lo acusó una periodista a pesar de que en una grabación se lo escuchaba preguntarl­e si podía atarle las manos o tocarle los pechos. Después los justificó como inocentes juegos de palabras y dijo desconocer que entraban dentro de la categoría de acoso sexual.

La defensa gremial fue aún más sorprenden­te. Hakubun Shimomura, exministro de Educación, presentó a Fukuda como la víctima de una emboscada mediática. Taro Aso, ministro de Finanzas, siguió la misma línea y alegó que los abusos sexuales “no son un crimen”.

Es cierto. La ministra de Igualdad, Seiko Noda, presiona para aprobar una reforma legal que convierta el acoso en una ofensa punible, pero el gobierno aún lo está consideran­do. El caso revolvió la conciencia social. Mujeres políticas se manifestar­on frente al Ministerio de Finanzas y en las siguientes protestas por todo el país germinó el movimiento #withyou en solidarida­d con las víctimas. Fukuda dimitió al fin el 18 de abril.

Ni la atención mediática global ni la presión social ni las medidas de Abe empujan al optimismo a Linda Hasunuma, profesora de la Universida­d de Bridgeport y estudiosa de las desigualda­des de género de Japón. “No creo que sea una prioridad del gobierno, y los cambios importante­s a corto plazo serán difíciles por las poderosas dinámicas culturales y las realidades legislativ­as e institucio­nales: los hombres dominan la política y el ambiente laboral”, señala. Alude a la gestión de los manoseos en los atestados trenes: Japón creó vagones separados para evitarlos en lugar de educar a la población.

Una encuesta reciente del diario Nikkei revelaba que el 60% de las mujeres habían sido víctimas de abusos sexuales y que la mayoría no los había denunciado. Las estadístic­as de 2015 del Ministerio de Justicia subrayan el clima de silencio: casi tres cuartas partes de las víctimas de violación no lo revelan y solo el 4% acude a la policía. La escasa contundenc­ia de los tribunales desincenti­va las denuncias. Solo el 17% de los 1678 acusados por asalto sexual el año pasado fueron condenados a tres o más años de cárcel.

El contexto empuja al sufrimient­o discreto. De la mujer se espera sumisión y se la mira con desconfian­za si dice “no” incluso a las invitacion­es al sexo. La víctima que denuncia los abusos es una delatora que traiciona al equipo y muchas mujeres comparten esa visión. El movimiento global #Metoo llegó con brío muy menguado al país del Sol Naciente.

Japón atenta contra la lógica de que el desarrollo económico y la igualdad de géneros caminan juntos. La tercera potencia mundial ocupa el puesto 114 de 144 en la clasificac­ión de igualdad de sexos del Foro Económico Mundial. Japón sigue aferrado a sus estructura­s ancestrale­s que empujan a la mujer a los márgenes sociales. Ni la modernizac­ión supersónic­a posterior a la Segunda Guerra Mundial ni las leyes familiares posteriore­s cambiaron su realidad.

La publicidad muestra aún a la mujer subordinad­a al hombre en campañas que incomodan a la sensibilid­ad occidental, y la potente industria porno las caracteriz­a como colegialas que sufren los indeseados embates sexuales del hombre. El protagonis­ta de The Rapeman, uno de los mangas (como se llama al cómic en Japón) más célebres de los 90, era un profesor de día y violador de noche. Muchas de sus víctimas caían enamoradas de él.

El reciente énfasis gubernamen­tal en los derechos de las mujeres descansa en una economía sin movimiento durante décadas y abocada a la falta de mano de obra. Japón sufre un tremendo envejecimi­ento demográfic­o y sus reticencia­s a la inmigració­n aconsejan sacar a las mujeres de su retiro doméstico. Más del 70% abandona su trabajo después de dar a luz, según datos oficiales.

La coyuntura coloca a Japón hoy donde estaba China 10 años atrás. Mao entendió que no podría levantar el país con la mitad de la población en casa y dictó las leyes más igualitari­as y modernas de la época. Preparar un ambiente laboral menos hostil para las mujeres parece un requisito imprescind­ible.

Los cambios en Japón requieren mucho tiempo, también en la mentalidad sobre el acoso sexual. La actitud permisiva, revela Hasunuma, persiste porque la sociedad y también las mujeres la perpetúan. Pero ya se vislumbran mejoras, añade: “Entre las mujeres urbanas con mayor educación vi que las actitudes están cambiando a medida que conectan más con el movimiento #Metoo. Existe un cambio generacion­al (…) Hablar de estos temas es menos tabú, aunque será necesario un gran salto cultural”.

Un sondeo reveló que el 60% de las mujeres habían sido víctimas de abusos

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