Las lágrimas de Neymar reflejan cómo las presiones influyen en las estrellas
Acabado el suplicio –cuando parece que nada alcanza–, Neymar se encoge sobre el césped, se tapa la cara y desata un mar de lágrimas transmitidas en vivo hacia todo el planeta. El genio, humano y sentimental, no para de llorar, solo en el desierto, durante largos segundos. Al rato, sus compañeros lo socorren, conmovidos, minutos después del triunfo por 2 a 0 sobre Costa Rica, en un encuentro eléctrico por el juego sudamericano, pero atrapado por las manos mágicas de Keylor Navas, un súper héroe disfrazado de arquero, que lo tapa todo. Casi todo, en realidad: en el descuento, Coutinho, primero y Neymar, más tarde, derriban el muro, después de una sinfonía de toques, amagos, triángulos, poesía y dolor al servicio de la causa.
Allí es cuando cae el ídolo, un caballero de la angustia. Algo parecido le ocurre a Leo Messi y a algunas otras figuras estelares: el Mundial los comprime, los agobia. Le cometen un penal, a diez minutos del cierre, según el árbitro holandés Bjorn Kuipers. El VAR, al rato, lo desmiente. El número 10 se tensiona, luego de un partido en un torrente de emociones que suben y bajan. Le reclama al árbitro lo que sea, es amonestado por hacer rebotar un balón con vehemencia, se li- bera con un sombrero ya con el 1-0 y al fin, marca un gol. Neymar, el genio, se convierte en un tipo común, atrapado en una montaña rusa de sensaciones. El crack fue operado a comienzos de marzo tras sufrir una fisura en el pie derecho en un partido de la liga francesa para Paris Saint-germain, una lesión que puso en suspenso su Mundial. Días atrás, provocó un pequeño gran sismo, al interrumpir los entrenamientos del equipo en Sochi por intensos dolores en el tobillo debido a las patadas que recibió en el sorpresivo 1-1 ante Suiza. No era tan grave, pero en tiempos de redes sociales todo se amplía: lo que parece menor, se potencia. A Brasil le agradan las historias grandilocuentes, los excesos, más allá de las telenovelas.
El gol del delantero es el primero en un Mundial desde la etapa de grupos de Brasil 2014, un torneo que acabó para el astro de modo dramático, después de que sufriera la fractura de una vértebra en el 2-0 sobre Colombia en los cuartos de final. Luego de aquello, apareció la pesadilla: el 7-1.
“Nadie sabe lo que pasé para llegar hasta acá. ¿Hablar? Hasta los loros hablan. Ahora es momento de hacer... El llanto es de alegría, de superación, de garra”, escribió Neymar en su cuenta de Twitter. “En mi vida, las cosas nunca fueron fáciles, tampoco ahora. El sueño continúa, el sueño no... ¡El objetivo!”, rubrica. Sólo Cristiano –hasta ahora– levanta la cabeza. Los fuera de serie sienten un agobio exasperante, que sólo puede ser retratado por un manual de psicología. Lo tienen todo –talento, títulos, fama, admiración, récords– y, sin embargo, Rusia los examina desde las entrañas.
“Toda individualidad aparece si el conjunto está fuerte; es inhumano colocar toda la responsabilidad en un deportista”, cuenta Tite, el entrenador. “Creo que él tenía que desahogarse, quitarse el peso que llevaba sobre las espaldas”, considera Thiago Silva. “Yo le dije ‘llora, solamente tú sabes lo que pasó para que estuvieras en esta Copa’”, agrega el zaguero en declaraciones a AP.
Brasil no está clasificado. Es más: el triunfo de Suiza sobre Serbia lo complica, de algún modo. Le alcanzará con un empate frente a Serbia para lograr la clasificación, pero una derrota puede dejarlo afuera.
Envuelto en esa ruleta rusa, el técnico brasileño sufrió un tirón muscular durante la enloquecida celebración tras el gol de Coutinho. La efervescencia lo lleva puesto todo: Tite corrió desde el banco, seguido por el arquero suplente Ederson Moraes, quien en medio de la algarabía le dio un empujón en la espalda. Tite cayó hacia delante y dio una vuelta encima del césped, en una imagen que causó revuelo en las redes sociales. “Sentí que se desgarró algo. No es una contractura. Tampoco es un desgarro total”, dijo sonriente el estratega. “No logro caminar derecho... Cuando cayó el gol al fin, Ederson me golpeó... Yo iba a festejar junto a ellos, pero ya no pude. Regresé renqueando al banco”, asegura el conductor.
A los 26 años, Neymar sabe que va a ocupar –tarde o temprano– el trono compartido de Messi y Cristiano. Mientras tanto, juega, ríe y llora. El crack sentimental.