LA NACION

Georgina Barbarossa vuelve a encarnar a Doña Disparate, la entrañable criatura de María Elena Walsh

- Juan Garff

“Sos Disparate”, dicen que le dijo María Elena Walsh a Georgina Barbarossa, después de verla protagoniz­ar la comedia musical sobre la señora un tanto cholula que recorre el mundo del absurdo con su sobrino empecinado en visitar a la naranja. Corría el año 1989. Doña Disparate y Bambuco volvía a escena años después de su primer estreno, de 1963, con Barbarossa en el rol del personaje que toma el último tranvía y, tras largo periplo, se encuentra en el Louvre con el Mono Liso, el marido de la Gioconda. Volvió a protagoniz­arla en 2000 y acaba de estrenar una nueva versión, en el Centro Cultural 25 de Mayo, en la que, por primera vez, asume también la dirección, compartida con Rubén Cuello.

“Nací escuchando a María Elena. No vi la obra en el San Martín (en su estreno en 1963), pero tenía el disco, lo escuchaba en el Winco. Jugábamos con mis amigas a tomar el té con metequetes, todo lo que hace después Doña Disparate”, recuerda. La poesía de María Elena resuena en la vida de Georgina incluso más allá de la obra escrita y cantada. “La obra fue para mí entrar en un mundo virtual que había transitado con mi abuelo español, de Ibiza. Él era muy onomatopéy­ico, me contaba unos cuentos muy fantástico­s, mezclando historias de moros y de fenicios junto a las de Las mil y una noches. Yo me iba imaginando todo lo que él contaba. Cuando empecé a leer Doña Disparate con sus rasnuflias y mete que tes, me recordaba a mi abuelo, que paseando me decía‘ mirá, mirá el gallo perro con bar bueno test ayb ecos ’, y entonces yo lo buscaba como loca por la calle”.

El primer encuentro como actriz con Doña Disparate se dio después de que nacieran sus hijos mellizos. “Yo no quería hacer teatro para adultos, porque mis hijos tenían dos años, no quería irme a la noche y dejarlos en el horario del baño, de la comida, de contarles un cuento. La mejor época, me la estaría perdiendo”, cuenta. Ahí fue que José María Paolantoni­o le ofreció hacer la obra de María Elena Walsh. “Me fascinó”, subraya.

La entrevista en un café de Colegiales se interrumpe por un momento. Una señora la saluda para decirle que la sigue en Facebook por las fotos de sus perros. “Sos la única a la que le pongo ‘me gusta’, pero por los perros”, le dice. Doña Disparate... perdón... Georgina le responde: “Gracias. Viste que el perro se morfó el libro, no puedo dejar nada en el piso, ni hacer meditación”. Ni que lo hubiera escrito María Elena.

Vuelve a la nota. Cuenta que su principal preocupaci­ón en la puesta en escena montada con Rubén Cuello fue mantener en pie la “poesía pura” del texto, no agregar ni una coma. Solo algunos detalles de escenograf­ía. “No quiero que María Elena se levante de la tumba y me empiece a tirar de los talones, como decía mi abuela. Quise ser rigurosa en ese aspecto, que sea despojado, que sea una cosa virtual, que parezca un cuento que los chicos tienen que pintar, no íbamos a poner nueve mil luces led a lo Disney”. Para la actriz se trata de que los chicos puedan interactua­r desde su fantasía con la experienci­a teatral. “Cuando veo en la peluquería que las mamás les dan a los chicos un teléfono o una tableta, mientras ellas están con los pies puestos en la palangana, y los chicos hacen tuc y buscan en Youtube, un poco me deprime”.

Para ella la vigencia de la obra de María Elena pasa por la respuesta de los chicos, que piden que les lance metequetes, sin haberlos visto más que en su imaginació­n, y exclaman su admiración ante la cantidad de peces –también invisibles a los ojos– que lanza la reina del río al aire. “Me conmueve, porque hoy son nenes que, a lo mejor, no escucharon a María Elena Walsh, es genial que entren en eso. Eso es la infancia, confiar, creer en los metequetes”.

Doña Disparate y Bambuco Centro Cultural 25 de Mayo, Triunvirat­o 4444.

Sábados y domingos, a las 17.30, (vacaciones de invierno de martes a domingo)

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Irish suárez Georgina, en un personaje que la marcó

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