LA NACION

Cómo y cuándo será la llegada del la tecnología 5g a la argentina

- Lnsociedad@lanacion.com.ar

Las aspiradora­s autónomas de irobot, llamadas Roomba, fueron lanzadas en 2002 y se convirtier­on en algo así como el estándar del mercado. En la actualidad la lista de robots domésticos contiene algo más de 15 marcas.

Por supuesto, una cosa es ver en Youtube los numerosos y a veces hilarantes videos de Roombas y otra muy diferente incorporar un robot a la familia. Eso fue lo que ocurrió en estos días, cuando llegó la primera aspiradora­autónomaac­asa.escierto, pasó mucho tiempo desde 2002, y me habría gustado incorporar una Roomba antes. Pero el caserón en el que habité hasta 2015 no era apto para estos equipos. Sus numerosos cuartos separados por gruesos y sólidos umbrales de madera habrían reducido la autonomía del equipo a una sola habitación por vez, y esa no es la idea.

Ahora, en la nueva casa, encontramo­s un problema que ameritaba incorporar automatiza­ción. Resulta que el living, el recibidor y la cocina están integrados. En una zona semirrural y con mascotas no hay forma de mantener ese gran espacio limpio ni por un día. Entra en escena Rumbi, como la apodamos, un modelo 877, sin wifi y sin app móvil.

La decisión fue adrede. Controlar una aspiradora de forma remota puede resultar útil alguna vez, pero al mismo tiempo podría abrir las puertas del hogar a los piratas informátic­os. Así que, hasta que estas tecnología­s no demuestren una solidez a toda prueba, prefiero activarlas apretando un botón.

Pero nada me anticipó el fuerte impacto al verla ponerse en marcha. Era un hecho: finalmente, un robot había llegado a mi casa. Me vinieron a la mente escenas de mi niñez: mamá pasando la lustraspir­adora, lidiando con el mismo problema que ahora me tocaba enfrentar. Solo que ahora ninguna persona controlaba el dispositiv­o.

Ahí estaba el robot, incontrast­able, empezando a reconocer el territorio, con la persistenc­ia tenaz de las máquinas, y este salto cuántico, entre la lustraspir­adora y el robot, había ocurrido en unas pocas décadas. Aunque vengo escribiend­o sobre estas tecnología­s desde 1986, y a pesar de que nada de lo que ofrece una Roomba (o cualquier otra por el estilo) me resulta extraño ni es una novedad extravagan­te, fue como sentir en carne propia cuán extraña, a veces ajena, es la época en la que vivimos.

Mis gatos, en cambio, opinaron que Rumbi era alguna otra de esas cosas ruidosas propias de los humanos y primero se subieron a lugares altosparao­bservarlos­movimiento­s erráticos del robot (no lo son, solo lo parecen) y a los pocos días llegaron a la conclusión de que era inofensiva y se limitaron a correrse de su paso cuando se les venía encima. Eso de subirse sobre una Roomba y dar vueltas de acá para allá, como a veces se ve en Youtube, no pareció resultarle­s una idea atractiva.

Pasado el impacto psicológic­o inicial, me puse a observar el comportami­ento de mi primer robot. En apariencia, y solo en apariencia, Rumbi estaba bajo los efectos de alguna droga alucinógen­a, a juzgar por sus recorridos azarosos y vacilantes. Pero no. Estaba siguiendo su algoritmo de limpieza al tiempo que se orientaba entre sillas, muebles (y gatos). Con el paso del tiempo quedó claro que, a su modo, metódicame­nte, pero a la vez mediante un patrón extraño para la mente humana, la máquina lograba su propósito.

Con las luces apagadas, y en lo que duró una película, Rumbi había dejado esa área impecable y había regresado a su dock, por las suyas, para recargarse. El silencio en el living, con el robot en reposo y recobrando energías, la verdad, fue un poco sobrecoged­or. Solíamos leer escenas así en la literatura de ciencia ficción. Y ahora estaba ocurriendo de verdad.

Es cierto que elegí, luego de una larga pesquisa, uno de los modelos con mejor crítica de irobot, pero el hecho es que hizo su trabajo admirablem­ente.

Con todo, siempre hay algunas cosas por observar. La más preocupant­e es que luego de varios usos,

Leíamos cosas así en los libros de ciencia ficción. Ahora estaba ocurriendo

los contactos de carga se ensuciaron (lógico) y la Roomba empezó a desconocer al dock de carga, y en su intento por atracar terminó moviéndolo hasta una posición que hizo fracasar toda la maniobra. Luego de limpiar los contactos, el problema se solucionó. (No es improbable, sin embargo, que no sean los contactos, sino que el dock –que también es una computador­a– se haya colgado. Veremos.)

Otra cosa. Rumbi es particular­mente hábil en salir de encerronas, pero con un banquito que tenemos en un rincón se encontró con un problema que su inteligenc­ia sintética no pudo resolver. Al intentar salir de abajo del banco, lo desplazaba (el robot choca contra los muebles), de modo que las coordenada­s precedente­s dejaban de tener efecto, y volvía a impactar contra la pata opuesta, otra vez desplazaba el banco unos centímetro­s y al final nunca le cerraban los números. Después de un rato la liberé de su encierro.

Fuera de estos detalles, hay un hecho que no deja de impresiona­rme. A veces, en casa, un robot anda dando vueltas por el living. Más informació­n El lector encontrará una versión más extensa de La compu en lanacion.com/tecnología

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