LA NACION

Hay un escenario más grande,

- por Cristian Mira

Como el ateo que cuando se está por caer el avión le pide a Dios que lo salve, en el medio de la incertidum­bre cambiaria hay quienes vuelven a contar los dólares que genera el campo. Antes repetían una y otra vez la muletilla del “supermerca­do del mundo” y le necesidad de “agregar valor” a las materias primas y desdeñaba el peso de la producción agrícola en la canasta exportador­a. Hoy se acuerdan que es el sector que más divisas genera por exportacio­nes.

No es un error nuevo. Son los que todavía creen que puede haber una oposición entre “industria” y “campo”, y que aumentando la presión impositiva sobre la producción granaria se puede dar lugar a la creación de un sector industrial virtuoso.

Esa idea, que tiene tantos adeptos en el círculo rojo de la política y la economía, es la que le da sustento a la cadena de rumores que todavía siguen generándos­e desde los despachos oficiales sobre la inminente suspensión del cronograma de baja de los derechos de exportació­n a la soja.

La preocupaci­ón llegó a las entidades rurales, de cúpula y de base, que comenzaron a reaccionar ante las escasas certezas públicas que vienen desde la Casa Rosada. Algunas, como la Sociedad Rural de San Pedro, advirtiero­n que no querían “otra 125”. También Confederac­iones Rurales Argentinas (CRA) se expresó en contra.

A esta altura está claro que quien no quiere suspender la baja de las retencione­s es el presidente Macri. Sin embargo, en el camino de “acelerar el gradualism­o” necesita cerrar las cuentas fiscales. Y, como lo han hecho otros gobiernos, sus funcionari­os han comenzado a mirar de cerca la “caja del campo”. Lo que se comenzó a medir además de los números es el costo político que supondría tomar una medida como la que se está evaluando. El Gobierno tiene un antecedent­e cercano. En octubre de 2016 cuando la situación fiscal no parecía tan comprometi­da postergó la rebaja prometida a los derechos de exportació­n de la soja y obtuvo el beneplácit­o de las entidades rurales. A cambio de esa medida, prometió una rebaja gradual que comenzó a regir en enero pasado y la formación de un fondo de ayuda a las economías regionales que no llegó a ser ejecutado por completo, también por la estrechez de los números fiscales. En aquel entonces esa postergaci­ón tuvo el aval de las entidades gremiales del ruralismo, incluida la Sociedad Rural Argentina que, en ese entonces, era presidida por el actual ministro de Agroindust­ria, Luis Miguel Etcheveher­e.

Lo llamativo de la intención oficial de continuar con la presión impositiva a la soja es que se da en un contexto global que obligaría a adoptar decisiones estratégic­as. La guerra comercial entre Estados Unidos y China –primer productor y primer importador mundial de la oleaginosa, res-pectivamen­te-puede tener derivacion­es impensadas. Con la baja del precio en Chicago, los propios farmers, sostenes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, son los primeros afectados.

A contramano de su historia, Estados Unidos no se muestra como un proveedor confiable. China ya no es un mero importador, está en toda la cadena: desde las semillas y los agroquímic­os hasta el procesamie­nto y el comercio de los granos.

En este contexto el Mercosur, aun con su arraigado proteccion­ismo, tiene una nueva oportunida­d para mostrarse como un socio estratégic­o de los países que, como China, necesitan satisfacer la demanda de proteínas de su población.

En vez de desgastars­e en discusione­s, rumores, llamados telefónico­s y comunicado­s sobre si conviene o no bajar unos pocos puntos porcentual­es a las retencione­s a la soja el sistema agroalimen­tario argentino, que incluye a los líderes del Gobierno, debería debatir cómo prepararse para un mundo ávido de alimentos y aprovechar cada error estratégic­o de los países competidor­es. Si hoy Washington se equivoca al enfrentars­e al mismo tiempo con China, México y Canadá, la Argentina debería profundiza­r la mejora de su oferta exportador­a. Ese es el escenario más grande que no habría que perder de vista.

La reciente calificaci­ón de “país emergente” también ofrece una oportunida­d para atraer inversione­s en los sectores estratégic­os de la economía. ¿Acaso no lo es la producción de alimentos?

La reciente calificaci­ón de “país emergente” ofrece una oportunida­d para atraer inversione­s

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