LA NACION

“Nuestras panzas son políticas”

- Diego Trerotola El autor es crítico de cine y activista

Un coro espontáneo de alumnos secundario­s canta “La pinta es lo de menos, vos sos un gordo bueno, alegre y divertido, sos un gordito simpaticón”. La secuencia musical termina cuando todo el alumnado rodea a un celador gordo, lo empuja y le arre bata una caja de tizas. La película es El profesor

patagónico (1970) y la canción, “Balada para un gordo”, un éxito de Juan y Juan, quienes interpreta­n a dos estudiante­s. Dirigida por Fernando Ayala, esa secuencia representa la gordofobia en todo su esplendor como cuadro musical alegre de supuesta rebeldía adolescent­e, asumiendo la condena, desde la letra, de que una persona gorda no puede tener pinta y ejerciendo el derecho al bullying festivo y coreográfi­co al gordo.

El contexto amplifica la represiva política corporal: la película y la canción fueron producidas durante la dictadura de onganía, cruenta en perseguir a personas que tuvieran una apariencia fuera de la normativa militar disciplina­ria, cuando se detenía a hombres con pelo largo y se los rapaba en las comisarías. Pero toda esa postura frente a la gordura no es algo sepultado en un pasado de cuatro décadas atrás, sino que se sigue multiplica­ndo, con la canción convertida en video de Youtube de perenne reproducci­ón de burla a la gordura. Parece que no pasó el tiempo para la gordofobia, que operó de idéntica manera durante el siglo XX y que las tecnología­s de la opresión de los cuerpos se actualizan para seguir relacionan­do la gordura con la fealdad, la enfermedad, incluso con la inminencia de la muerte.

La violencia institucio­nal de la medicina en relación con personas gordas, que cada activista de la gordura denuncia, cae en saco roto: repetimos mil veces que no hay más que ir a una consulta de salud para que cualquier especialis­ta dictamine, al solo vernos, que nuestro problema es la gordura, sin mediar ningún tipo de análisis, rigor o saber científico. El grupo de activistas feministas y lesbianas Fat Undergroun­d demostró, a inicios de los años 70, que la medicina mató a la cantante gorda Mama Cass y no la gordura, causa falsa que la prensa difundió.

Frente a la invasión de publicidad­es de productos light, es tan obvia la imposición de una industria de la dieta que hablar de “neoliberal­ismo magro” debería ser una constante, pero sin embargo hay un silencio que solo rompen activistas de la gordura como Laura Contreras y Nicolás Cuello en su libro Cuerpos

sin patrones. No solo no se cumple la ley de talles, sino que la ley se talla en nombre de la delgadez. Nuestras panzas son políticas y se resisten a quedar desdibujad­as en políticas de la diversidad que son eslóganes que enuncian un respeto que no se apoya en prácticas, afectos y deseos de otras dimensione­s de la experienci­a y la disidencia corporal.

Con la invasión light, es muy obvia la imposición de una industria de la dieta

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