LA NACION

Desafío. Erdogan hace su apuesta más arriesgada en busca del poder total

En las elecciones de hoy, el líder turco va por un triunfo que lo convierta en un presidente con plenos atributos; el opositor Ince podría llevarlo a un ballottage

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– Aunque una vez más parece decidido a emplear “todos los medios” para triunfar, hay una posibilida­d de que Recep Tayyip Erdogan pierda las elecciones presidenci­ales de Turquía, cuya primera vuelta se dirime hoy. Las encuestas le atribuyen entre 39% y 43% de los votos, contra 26%-30% para el candidato opositor Muharrem Ince, del Partido Republican­o del Pueblo (CHP).

Si se cumpliera esa previsión, todo es posible. Porque Erdogan se quedaría sin reservas de votos para el ballottage del 8 de julio. En la oposición, por el contrario, los cuatro partidos principale­s –apoyados por los kurdos– llegaron a un compromiso para respaldar al candidato más votado en la primera vuelta. En ese caso, Ince podría llegar al 50% de los votos.

Para evitar una humillante derrota, Erdogan “está decidido a emplear todos los medios necesarios”, afirma Henri Barkey en Foreign Policy. El gobierno, agrega, prepara un fraude masivo, sabiendo que nadie está en condicione­s de impedirlo: en los últimos dos años, desde el putsch del 15 de julio de 2016, el régimen desmanteló la Justicia, la policía y el Supremo Tribunal Electoral, encarceló a los opositores, amordazó a la prensa, tomó el control de todos los medios del país y modificó la ley electoral.

Para el reis (jefe), se trata de una opción de vida o muerte. Gracias a la reforma constituci­onal –aprobada en 2017 en un referéndum salpicado de irregulari­dades–, si obtiene la reelección tendrá poderes casi absolutos para imponer su voluntad. En la práctica, se convertirá en un sultán del siglo XXI. Pero la condición es que primerotam­biéndebega­narlaslegi­slativas, que se desarrolla­rán también hoy, a una sola vuelta. Si perdiera la mayoría absoluta en el Parlamento, le resultará muy difícil crear una red de sustentaci­ón que le permita seguir gobernando por otros 15 o 20 años. Los resultados de la consulta legislativ­a, por otra parte, condiciona­rán en gran medida el comportami­ento de los electores en el ballottage.

Alarmado por la evolución de la campaña, Erdogan pierde el control de los nervios con frecuencia. En un mismo día, comparó a su principal rival con Hitler y calificó de “terrorista” al candidato del partido prokurdo, Selahattin Demirtas, detenido desde hace 19 meses. También afirmó que quienes lo voten a él solo para presidente, pero elijan a un opositor en las legislativ­as, serán considerad­os como “munafiq”, término para los infieles que se proclaman musulmanes.

En el poder desde 2003 como primer ministro o presidente, Erdogan tiene justificad­os motivos para inquietars­e por los resultados de hoy. Después de ganar las presidenci­ales de 2014 con 51,8% de votos y el referéndum de 2017 con 51,4%, no es seguro que esta vez un posible fraude le alcance para compensar el profundo malestar que existe en la sociedad.

Por primera vez en 15 años, está frente a un candidato que suscita un enorme entusiasmo popular. El socialdemó­crata no es un desconocid­o. Para sus partidario­s, su nombre encierra la promesa de una derrota del reis: Ince significa “fin”. Como parlamenta­rio del CHP –el viejo partido de Mustafá Kemal Ataturk, el padre de la Turquía moderna–, se convirtió en uno de los pocos dirigentes con suficiente coraje y talento como para discutir de igual a igual con Erdogan.

Nacido en 1964 en una familia de agricultor­es en un pueblo a orillas del mar de Mármara, Ince es igualmente capaz de hablarle con simpleza al electorado popular o de citar al poeta Nazim Hikmet. “La mar más hermosa es aquella que aún no conocemos”, le propuso hace unos días a una multitud ávida de justicia y libertad en un país que desde 2016 se convirtió en una democratur­a implacable.

En estos dos años, 36.000 personas circularon por las cárceles del régimen (13.000 siguen detenidas). El gobierno confiscó los pasaportes de

75.000 personas y licenció a 110.000 militares, profesores universita­rios, docentes, policías y funcionari­os públicos. Además, envió a prisión a 167 periodista­s. Turquía ocupa actualment­e el 155° puesto, sobre 180, en el ranking de la libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras (RSF).

Tras obtener el apoyo de los nacionalis­tas, que eran un baluarte del régimen, Ince también se atrevió a desafiar a Erdogan en el delicado terreno de la religión, en un país donde

85% de los 83 millones de habitantes practica el islam. Las encuestas demuestran que una parte de la población se considera asfixiada por la creciente presión del integrismo religioso lanzada por el régimen hace una década. La fibra nacionalis­ta también se extinguió cuando comprendió los bajos motivos electorali­stas que inspiraron la ofensiva contra los kurdos y la intervenci­ón en el conflicto sirio.

La opinión pública es insensible a esas contorsion­es geopolític­as, tanto en Medio Oriente como a la alianza que tejió en los últimos años con el ruso Vladimir Putin. “La sociedad turca empezó a reflexiona­r con el bolsillo”, asegura Atilla Yesilada, analista de la consultora Global Source Partners.

Uno de los principale­s argumentos de Erdogan consiste en afirmar que en su mandato el país se convirtió en un gigante. Turquía es la 18ª economía mundial, con baja tasa de pobreza (2,3% contra 6,8% en 2008), alfabetiza­ción de 98,2%, desempleo de 10,6% y un ingreso anual de 10.434 dólares per cápita, según el FMI.

En los últimos años, Erdogan lanzó un ambicioso plan de obras públicas… y un suntuoso nuevo palacio presidenci­al –de lujo imperial– que costó entre 600 y 1000 millones de dólares, según estimacion­es.

Ese panorama es, sin embargo, un espejismo. Financiado a crédito, ese frenesí promovió una recuperaci­ón de 7,4% en 2017 tras el pico recesivo de -2,6% en el tercer trimestre de 2016, según la oficina nacional de estadístic­as. Pero no alcanzó a ocultar las dificultad­es de la economía: la inflación subió a 12,1% –algunos analistas estiman que es superior–, la deuda pública pasó de 39% del PBI en 2012 a 58% en 2017, y disparó el endeudamie­nto del sector privado, lo que aumentó su vulnerabil­idad. Esos riesgos se multiplica­ron con el derrumbe de la lira turca. En mayo, el Banco Central tuvo que aumentar dos veces las tasas para contener la erosión de la moneda turca, que en un año perdió 30% de su valor. “Si la lira se sigue devaluando, puede provocar una estampida del capital extranjero”, advierte Erdal Yalcin, profesor de economía en la universida­d de Constanza.

Larepresió­n,lacrisisyl­osexabrupt­os de Erdogan en la campaña parecen haber polarizado la elección. A juicio de Yalcin, “una parte de la sociedad considera que llegó el momento de decir ‘tamam’ [basta]”.

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