LA NACION

Un grupo de jugadores, no un equipo

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El 2 de agosto de 216 a.c., en la llanura de apulia, el ejército cartaginés de aníbal, disminuido por las largas travesías por media Europa, habiendo perdido en esa marcha la mitad de sus hombres, sus armas pesadas y sus elefantes, y contando solo con un tercio de soldados bien adiestrado­s, aniquilaro­n al ejército romano, superior en número, profesiona­l y bien instruido. ¿Dónde estaba el secreto de esta victoria? Los cartagines­es tenían un jefe, solo uno, aníbal. Los romanos eran conducidos por dos cónsules, que se turnaban diariament­e en el mando. a su vez, estos eran secundados por los procónsule­s, resultado, caos, anarquía. aníbal encabezaba, animaba y arrastraba a sus hombres. El mando bicéfalo e impersonal romano no animaba ni ejercía ese don del jefe que hace que los hombres vibren, llenen su espíritu de lucha, llenen el alma con sed de victoria.

a la selección argentina de fútbol le ocurre lo de los romanos. Tienen un jefe que no arrastra, sin prestigio en sus hombres y pareciera que no manda. a su vez, el mando se desgrana en un grupo de jugadores que manejan la selección a su gusto. Resultado, anarquía. Y la anarquía solo conduce a la derrota. La selección argentina de fútbol, en estas condicione­s, es un rejuntado de buenos jugadores, pero no es un equipo. Mientras esto ocurra, los argentinos seguiremos viendo con pena el fin de una trayectori­a que nos llenaba de ilusión y orgullo. Florencio Olmos

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