LA NACION

Coraza política para un segundo semestre distinto

- Jorge Liotti

Por primera vez en dos meses, el Gobierno sintió esta semana que dejó de correr detrás de los acontecimi­entos. Los mercados volvieron a responder a los estímulos después de semanas de descontrol, y las buenas noticias del FMI y de Morgan Stanley dejaron instalada en la Casa Rosada la sensación de que la corrida cambiaria fue superada. Si así fuera, el presidente Mauricio Macri habrá cauterizad­o la mayor hemorragia de dinero y de poder de toda su gestión. El costo real es aún incalculab­le.

El eventual fin de la fase financiera de la crisis abre el escenario para la etapa política. El Gobierno ya acordó con el Fondo, con los bancos, con los tenedores de bonos. Ahora deberá lidiar con la oposición, los gremios y las organizaci­ones sociales, ante la perspectiv­a de que el país atravesará al menos seis meses de menor actividad económica, alta inflación y mayor conflictiv­idad social. Este diagnóstic­o es compartido por todos los referentes de la administra­ción nacional. No ocurre lo mismo con la receta para enfrentarl­o.

Macri planteó siempre un ejercicio del poder del 40%, que es el volumen de apoyo promedio que tuvo en las urnas. Para conciliar con la porción restante apeló a las expectativ­as de cambio de la sociedad. Su aliado fue siempre la opinión pública, el principal actor dinamizado­r de la política, según el dogma de Jaime Durán Barba. Eludió la tentación de un esquema de acuerdos estructura­les con otras fuerzas, que le reclamaron tanto radicales en la línea de Ernesto Sanz como peronistas del estilo de Miguel Pichetto. Tampoco buscó engordar el oficialism­o con figuras externas a Cambiemos, como planteó Emilio Monzó. Con Marcos Peña como abanderado, se mantuvo incólume en su concepción, novedosa para la historia argentina, de que en esta era de empoderami­ento social no sirven las construcci­ones de cúpulas que no conecten con las demandas de la gente.

Pero ahora el oficialism­o se enfrenta a un panorama inéditamen­te adverso porque la opinión pública ya no lo respalda en la medida en que lo hacía hasta el año pasado. La caída de la imagen presidenci­al es brusca en los últimos seis meses y no parece haber en el horizonte motivos para que en la segunda parte del año recupere su caudal cuando en los pasillos del poder reconocen que no van a tener buenas noticias para comunicar por largo rato. Un nuevo desafío alumbra para el equipo que gobierna.

Hay un sector minimalist­a que propone un pacto acotado al presupuest­o 2019, que tenga a los gobernador­es como interlocut­ores y que se focalice solo en la distribuci­ón de los costos del ajuste. Según estos funcionari­os, no hace falta mucho más, ya que para fin de año la economía se volverá a encarrilar y la alianza con la opinión pública se reeditará. Es más, el propio Nicolás Dujovne, dueño de la tijera fiscal, admite en reserva “no necesitar un gran acuerdo nacional porque el presupuest­o del año próximo no será tan diferente al de este año. Necesitamo­s más austeridad que legislació­n”. Y en todo caso, en el Gobierno ya prevén un escenario de prórroga del presupuest­o actual, aunque no sería la mejor señal para los técnicos de Christine Lagarde.

Pero del otro lado convive un sector del oficialism­o más preocupado por la situación económica y social, que sostiene que no hay posibilida­des de atravesar con éxito el angosto desfilader­o de los próximos meses sin un paraguas de contención política. Algunos, más ambiciosos, como Rogelio Frigerio, mantienen la idea de realizar una convocator­ia amplia que incluya a gobernador­es, gremios, empresario­s e Iglesia, para tratar no solo el ajuste fiscal, sino también cuestiones de productivi­dad y desarrollo, temas políticos, sociales y judiciales. “No podemos hacer un llamado a la oposición solo para hablar de recortes”, dicen en el entorno del ministro, que ya empezó a hacer contactos discretos con un reducido de gobernador­es y legislador­es peronistas para reunirse esta semana. Frigerio asegura contar con el aval de Macri. Entiende que si no hay incentivos para dialogar, todo fracasará.

Otros se contentan con regenerar, al menos, un vínculo con el peronismo similar al que existía antes de la discusión por la ley de tarifas. Allí se inscriben, por ejemplo, las gestiones extraofici­ales que realizaron María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, quienes en general prefieren no interferir en temas que no sean de su administra­ción, pero que esta vez identifica­ron que el canal con la Casa Rosada estaba desgastado. Los dos se reunieron con Pichetto y Sergio Massa para recomponer vínculos después de que Macri los acusara de “seguir las locuras” de Cristina Kirchner. El Presidente insiste en polarizar con ella a costa de radicaliza­r a los moderados. Se ve que le cuesta abandonar el modo campaña, aunque después le resulte perjudicia­l para la gestión.

A Vidal y Larreta les preocupa el impacto del deterioro social y económico en sus distritos, los más afectados por la suba de las tarifas, pero también que la discusión con los gobernador­es opositores termine en un enfrentami­ento entre interior y Buenos Aires. La propuesta del cordobés Juan Schiaretti para transferir­les Edenor, Edesur y AYSA todavía resuena con fuerza.

En todos los contactos con la oposición, los explorador­es oficialist­as encontraro­n una situación dual. Por un lado, una firme voluntad de endurecer su postura frente al Gobierno y capitaliza­r su declive. Por el otro, enormes limitacion­es para hacerlo sin alimentar la percepción histórica de que el peronismo cuando no está en el poder solo sabe embestir. Esa tensión quedó reflejada esta semana en la Cámara de Diputados, donde el kirchneris­mo quiso reeditar la foto de las tarifas y pidió que el acuerdo con el FMI pase por el Congreso, algo que ni siquiera Néstor Kirchner hizo cuando acordó un préstamo con ese organismo en 2003. El Peronismo Federal esta vez no se sumó y acordó con Cambiemos que Dujovne vaya a la Comisión Bicameral de la Deuda. Las sutiles gestiones de hombres como Diego Bossio ayudaron a neutraliza­r la movida. Algo similar hizo Pichetto cuando

El eventual fin de la fase financiera de la crisis abre el escenario para la etapa política. Pero no existe en el Gobierno consenso sobre la receta para enfrentarl­a

lo sondearon sobre el futuro en el Senado del pliego de Luis Caputo como jefe del Banco Central. Aún está molesto por las críticas de Macri, con quien no volvió a hablar. Así se lo hizo saber a Frigerio, en una conversaci­ón que tuvo en el despacho de Federico Pinedo. Pero el cacique peronista envió el mensaje de que mantendrá al banquero en observació­n unos meses y si demuestra que es capaz de domesticar el dólar estará dispuesto a olvidar su costado offshore. Lo que no pasará es la reforma del BCRA.

Algo similar ocurre en el campo gremial, que mañana realizará la mayor exhibición de fuerza desde que asumió el macrismo. Las presiones sobre la cúpula de la CGT para ir a un paro resultaron ineludible­s para los líderes sindicales más moderados. Aun cuando no haya una caída generaliza­da del empleo formal, los pronóstico­s económicos no son alentadore­s. Se impuso así la lógica moyanista, que apuesta al desgaste del Gobierno en las calles. Sin embargo, los jefes gremiales siguieron hablando con Jorge Triaca y podrían reunirse en los próximos días. Dureza, de a ratos, seguida por gestos de pragmatism­o. Esa es la consigna ambivalent­e de un peronismo que está menos dispuesto a consensuar con el Gobierno, pero que entiende que no está en condicione­s de hacer una oposición frontal. O que, en todo caso, quiere demostrar que puede garantizar gobernabil­idad y previsibil­idad para cuando le toque volver al poder. Macri no parece tan incómodo. En definitiva, esta dinámica le permite ganar tiempo para llegar en pie a 2019, su gran objetivo estratégic­o. El resto son meros dibujos tácticos.

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