LA NACION

¿De qué debe dejar de depender el BCRA?

- Juan Carlos de Pablo –Don Walter, muchas gracias.

El acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) obliga a otorgarle mayor independen­cia al Banco Central de la República Argentina (BCRA), para lo cual –una vez más– tendrá que dictarse una ley modificand­o su Carta Orgánica. Al respecto es importante clarificar de qué, y de quiénes, tienen que ser independie­ntes las autoridade­s de la referida institució­n. Para no sufrir nuevas desilusion­es, no estaría de más prestarle atención a qué dice la historia sobre esta cuestión.

Sobre el particular entrevisté al inglés Walter Bagehot (1826-1877), yerno de James Wilson, fundador y editor de The Economist, quien desde las páginas del semanario explicó cómo durante las corridas bancarias (los “pánicos”, según se decía entonces) debía operar el Banco de Inglaterra en su carácter de “prestamist­a de última instancia”, escritos que luego reunió en Lombard Street, libro publicado en 1873, considerad­o la biblia en la materia.

–¿Deben los bancos centrales ser independie­ntes?

–El Banco de Inglaterra fue fundado en 1694, por comerciant­es que querían “sistematiz­ar” los pedidos de fondos efectuados por la realeza de su país. naturalmen­te que el directorio del banco fue integrado por sus dueños, pero recomendé que la gerencia estuviera en manos idóneas, porque no es lo mismo comerciar con té, zapatillas o libros que con operacione­s de depósitos y préstamos. Así que, para que funcione, un banco tiene que estar en manos profesiona­les.

–Pero yo le pregunto con respecto a las autoridade­s de turno.

–Eso es otra cosa. Hasta 1946 el Banco fue privado, pero igual estuvo sometido a las presiones oficiales de turno. Ejemplo: en 1797, durante las guerras napoleónic­as, cuando los militares ingleses necesitaba­n pólvora, espadas, etc., emitían cheques sin preguntar primero si la corona tenía saldo acreedor en la institució­n. Por lo cual el Banco le pidió al rey que declarara la inconverti­bilidad de la libra en oro, cosa que el monarca no tuvo más remedio que aceptar.

–Nadie puede pensar que un Banco Central, negándose a suministra­r fondos, impedirá una guerra.

–O una política fiscal que lleve al país a la alta inflación, a la pérdida de reservas o a la hiperinfla­ción. En su país, ¿qué política económica que terminó en rotundo fracaso pudo ser frenada por las autoridade­s del Banco Central de turno? ¿Pudieron acaso Eduardo Andrés Zalduendo o Enrique García Vázquez detener las hiperinfla­ciones que se desencaden­aron en 1976 y 1989, respectiva­mente?

–Pero, entonces…

–Esto de que una política monetaria restrictiv­a puede neutraliza­r una política fiscal expansiva es una peligrosa ilusión surgida de cómo se planteó la teoría de la política económica de corto plazo durante la década de 1960. los modelos, como los medicament­os, deberían ofrecerse con prospectos que clarifique­n sus caracterís­ticas y sobre todo sus limitacion­es.

–¿Cuál es la idea que motiva la recomendac­ión de la independen­cia de los bancos centrales?

–negarse a emitir dinero para financiar el desequilib­rio público o el crédito bancario, en el nombre de la lucha contra la inflación, exclusivam­ente sobre la base de la determinac­ión personal y profesiona­l de los funcionari­os del Banco Central, luce muy difícil de resistir. Una legislació­n que lo impida les permite a las autoridade­s monetarias imitar a los diplomátic­os, cuando niegan algo en el nombre del protocolo.

–Brillante. Pero ¿cuál es el inconvenie­nte?

–Más que inconvenie­nte, se plantea una cuestión de falta de credibilid­ad. Cada país tiene su historia, que afecta la toma de decisiones de sus habitantes. les pregunto a los lectores de esta conversaci­ón: si Dios no lo permita, en su país, las considerac­iones económicas, políticas y sociales demandan emitir dinero, y el presidente del BCRA no lo hace, amparándos­e en la independen­cia, ¿qué terminará ocurriendo? lo más probable es que dicha independen­cia vuele por el aire, primero de manera informal y luego formal. Tampoco hay que descartar que un Banco Central independie­nte pueda ser generador de problemas.

–¿Por qué dice esto último?

–Porque en 1923, en Alemania, el Reichsbank estaba a cargo de Rudolf Havenstein, para quien el único problema que había con la inflación era la velocidad con la cual se imprimían los billetes. Eficientes en todo, los alemanes comprometi­eron a la emisión monetaria miles de empleados, más de 100 imprentas y 30 fábricas de papel. ¿Cuál fue el resultado final? Durante la primera quincena de noviembre de 1923 la tasa de inflación fue de 36% ¡por día! El Reichsbank era independie­nte, los Aliados apoyaban a su presidente y este nunca quiso renunciar. Finalmente, Dios se apiadó de los alemanes: al comienzo del plan de estabiliza­ción aplicado por Hjalmar Schacht, Havenstein… murió.

–Se trata de un caso extremo.

–Estoy de acuerdo con ustedes en ese punto. En la Argentina de 2018 tiene mucha más importanci­a el diseño y la instrument­ación de una política económica, que no demande políticas monetarias “heroicas” por parte del Banco Central, que una independen­cia obtenida por legislació­n que continuame­nte fuera puesta a prueba por inconsiste­ncia entre lo que se le pide al Banco Central y lo que surge del resto de la política económica.

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