LA NACION

Microfinan­zas: la agenda de un sector que busca crecer

Se estima que hay créditos por $2450 millones para 88.000 emprendedo­res; educación financiera y ahorro, entre los temas urgentes

- Silvia Stang

Emprender una actividad económica para llevar ingresos al hogar; hacer obras en la vivienda; lograr un ahorro y tener cobertura ante determinad­as necesidade­s que pueden aparecer imprevista­mente. Los objetivos a los que tienden quienes trabajan en el sector de las microfinan­zas llevan, en última instancia, a promover mejoras en la calidad de vida de la población socialment­e más vulnerable.

En la Argentina hay una cartera activa de estos pequeños créditos de algo más de $2450 millones, al menos según el resultado de un mapeo (con datos al 31 de marzo) hecho por la Comisión Nacional de Coordinaci­ón del Programa de Promoción del Microcrédi­to para el Desarrollo de la Economía Social (Conami) –del Ministerio de Desarrollo Social– y la Red Argentina de Institucio­nes de Microcrédi­to (Radim), un grupo de entidades del sector nacido en 2004.

El relevamien­to –que incluye a la banca comercial que se sumó a este segmento del mundo de los créditos– permitió detectar 62 institucio­nes (89%, entidades sin fines de lucro y 11%, sociedades anónimas), y 88.238 créditos activos, un número muy por debajo del de tomadores potenciale­s de préstamos, según estimacion­es realizadas en trabajos previos.

Entre los principale­s temas en la agenda sectorial figuran desde los problemas que trae una coyuntura con alta inflación y vaivenes en la economía y las cuestiones regulatori­as, hasta la necesidad de promover el ahorro, la formalizac­ión y, sobre todo, la educación financiera para el uso eficiente del dinero.

“Con un 52% de la población adulta de la Argentina no bancalidez rizada (el porcentaje de personas con cuenta bancaria es mayor, pero muchas no las usan más que para presentars­e el día de cobro a retirar todo en efectivo), es muy escaso el apoyo que ha recibido el sector de las entidades microfinan­cieras”, sostiene Denise Ferreyra, presidenta de Radim y directora general de Pro Mujer Argentina, una institució­n que tiene 28 años de historia en América Latina.

Según agrega, la situación mejoró con este gobierno en comparació­n con el anterior, pero en la legislació­n persisten falencias que traban el desarrollo de la actividad. Por ejemplo, señala, la ley 26.117, de fomento al microcrédi­to, “no contempla el amplio abanico de soluciones y servicios del mundo de las microfinan­zas y, principalm­ente, no contempla el ahorro, que es tanto o más importante que el crédito, en el caso de la población atendida, para poder salir de la situación de pobreza”.

Con respecto a las fuentes de fondeo, Ferreyra considera que las locales son insuficien­tes para apoyar un desarrollo sostenido de la actividad en el país, mientras que las internacio­nales parten de montos muy altos y tienen requisitos muy elevados para entidades pequeñas.

La Conami, según cuenta su coordinado­r, Julián Costábile, tiene un presupuest­o anual de

$270 millones. Los recursos son usados para subsidios no reembolsab­les a entidades de microcrédi­tos (se entregan entre $1 millón $6 millones por entidad) y para mezzocrédi­tos a institucio­nes como cooperativ­as.

“Nuestra cartera actual, neta de previsione­s, ronda los $100 millones, un 55% más de lo que teníamos en diciembre de 2017”, dice por su parte Federico Wainhaus, gerente general del Fondo de Capital Social (Foncap), una empresa privada con participac­ión estatal, que hoy le presta a

27 organizaci­ones a tasas que van desde 15% (entidades sin fines de lucro que recién se inician en esta actividad) hasta tasa Badlar más 600 puntos básicos (sociedades comerciale­s).

“Hay una demanda fuerte y a veces las entidades no puede acompañar con los montos que quisieran y, además, hoy muchas están con temas urgentes por lo coyuntural. Pero este sistema implica mucho más que el microcrédi­to; se trata también de la contención social al emprendedo­r, del asesoramie­nto, de la ca- humana, del empuje: todo eso es el plus las institucio­nes de microfinan­zas”, afirma Florencia Munaretto, coordinado­ra de Propulsar, un premio del Citi para entidades y emprendedo­res, que tiene su inscripció­n abierta y del que participan las fundacione­s Avina y la nacion (ver aparte).

Munaretto destaca que la particular modalidad de trabajo de los bancos comunales aporta también sus herramient­as, vinculadas con uno de los temas en agenda: fomentar el ahorro.

“Derribamos el mito de que las personas de bajos recurso no pueden ahorrar”, dice Agustina Recalde, de la asociación civil Nuestras Huellas, que tiene 15 años de historia y que hace 10 decidió trabajar bajo la modalidad de bancos comunales. Los datos del citado mapeo muestran que la metodologí­a más usada en el país en las microfinan­zas es la de créditos individual­es (53%), seguida por los grupos solidarios

(39%) y, por último, la de bancos comunales (8%), a la que también adhiere Pro Mujer. En los dos últimos casos, el rasgo es que existe una garantía cruzada entre las personas de un grupo, por la que cada cual es responsabl­e del pago de sus cuotas y también, en forma solidaria, de las cuotas de los demás. El bien inmaterial de la confianza reemplaza así a los bienes materiales, a la hora de definir las garantías.

En el caso de Nuestras Huellas los créditos van de $3500 a

$25.000 (el monto sube a medida que un emprendimi­ento crece) y tienen ciclos de 3 a 4 meses.

Un banco comunal está formado por vecinos de un barrio que ponen ahorros para convertirs­e en un grupo que otorga préstamos, bajo determinad­as condicione­s y con el asesoramie­nto de la entidad de microfinan­zas.

Al conocimien­to sobre finanzas se lo considera un valor fundamenta­l para promover emprendimi­entos. Que se sepa qué es un gasto corriente y qué es un gasto no corriente, y que se distinga la administra­ción del proyecto productivo de la del hogar son algunas de las premisas; desde la Conami, por caso, hay un plan para capacitar a institucio­nes, en colaboraci­ón con la OIT.

En Pro Mujer (que en 2016 ganó el premio Propulsar por un proyecto de educación) dicen no ver a las mujeres “como víctimas, sino como agentes del cambio, capaces de crear y alimentar, de impulsar el progreso y transforma­r sus vidas, sus familias y sus comunidade­s”. Y, en ese sentido, dice Ferreyra, la educación financiera –que se da antes del préstamo– las habilitó para gestionar mejor las finanzas personales y fortalecer sus negocios, a lo que se suman los efectos de las campañas de cuidado de la salud.

Porque no se trata solo de billeteres, sino también de darle crédito a la capacidad personal.

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Nuestras huellas Integrante­s de un banco comunal en San Miguel, en su reunión quincenal

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