Idiosincrasia judía, en la arena
la mishiguene De la Carpa 4 ★★★ buena. autor: Sebastián Kirszner. dirección: Matías Puricelli. intérpretes: Mirta Wons, Daniel Ibarra, Federico Lomba. vestuario: Mariela Rey. sala: El Método Kairós, El Salvador 4530. funciones: domingos, a las 18.30. duración: 60 minutos.
El ruido del mar que se escucha de fondo, la arena ahí enfrente y la carpa típica de balneario bonaerense, ese invento tan argentino como el dulce de leche, lanzan directamente a la platea a un verano en Miramar. Laura es la inquilina de ese metro cuadrado desde siempre. Primero, cuando de niña iba con sus padres. Luego, ya adulta, propietaria indiscutida de la carpa 4, jefa, reina de esa pequeña porción de playa. Pasará sus tardes en solitario en ese reducto acumulando neurosis y poder, maltratando a mozo y vecinos del balneario.
Laura (Mirta Wons) es una absoluta mishiguene. Término en yídish que la colectividad judía lo utiliza como moneda corriente y que se ha extendido tanto que para muchos es una palabra de lo más común. Para quienes no, no importa, la obra lo dejará claro de entrada. Mishiguene es usado para referirse a una persona que hace cosas alocadas, fuera de lugar, y Laura con su carga neurótica desatada no para de desubicarse.
La mishiguene de la carpa 4 bien podría tratarse de un unipersonal. Es que la excusa de la carpa le sirve a Sebastián Kirszner, autor también de La shikse (otro término que se ha extendido muchísimo), obra que viene cosechando funciones y buenas críticas desde hace dos temporadas incluso incursionando en la calle Corrientes, para indagar en este personaje tan curioso como molesto. Aun así la obra suma a dos personajes típicos de los veranos costeros: el mozo del balneario y el churrero. De diferentes modos, ambos interactúan con Laura. El mozo para molestarla; el churrero, a quien conoce de pequeña, para coquetearle y ponerla al abismo de la neurosis.
Laura además de ser una persona irritable y desbordada es miedosa. Teme a todas las enfermedades y, por eso, en su carpa, posee todo tipo de cosas que podrían salvarla: muchos medicamentos, cremas, alcohol en gel, pañuelos de papel. Los objetos la definen y en este punto la obra hace pie. El director Matías Puricelli logra, por momentos, que todos los elementos escénicos estén en sintonía y dialoguen. Pero en otros puede tornarse un poco monótono el texto que dispara pocas situaciones conflictivas cuando en realidad ese espacio podría ser de lo más delirante.