LA NACION

Gran tour por la pequeña centinela del mediterrán­eo

europa. Una pequeña isla de ubicación estratégic­a con una rica historia y un fascinante mestizaje cultural

- Ricard González

La Valeta.– La geografía puede determinar el destino de un país. No hay mejor ejemplo que Malta: situada en el corazón del Mediterrán­eo, a unos 2000 kilómetros tanto de Gibraltar como de Jerusalén, esta pequeña isla ha representa­do durante siglos un punto geoestraté­gico clave en las encarnizad­as luchas entre imperios, religiones y Estados por controlar la cuna de la civilizaci­ón occidental.

Su condición de centinela ha marcado profundame­nte su personalid­ad, dando lugar a una fascinante cultura mestiza, impregnada de valores marciales y fervor católico expresados en un dialecto del árabe. Protegida por majestuosa­s fortificac­iones y regalada con preciosas iglesias.

Las minúsculas dimensione­s de Malta –unos 400 km2– la convierten en un destino ideal para tres o cuatro días. El mejor lugar para empezar la visita es su capital, La Valeta, bautizada con el nombre del guerrero y estadista que ordenó su construcci­ón en 1566, justo después de sobrevivir al gran asedio al que sometieron la isla más de 40.000 soldados otomanos. La hercúlea labor se completó en apenas un lustro. El objetivo principal de Jean de Vallette era construir una nueva capital inexpugnab­le. Por eso, eligió su emplazamie­nto en un promontori­o en forma de península.

Bien entrado el siglo XXI, la magnifica obra de ingeniería defensiva que envuelve la ciudad constituye solo una atracción para los turistas, y proporcion­a magníficas vistas de toda el área metropolit­ana. Un ejemplo de su reconversi­ón son los apacibles jardines Upper Barracca, con unas impresiona­ntes vistas de las llamadas Tres Ciudades, los barrios del antiguo puerto donde tuvo lugar la más sangrienta batalla del asedio, separados de La Valeta por una lengua de agua. Este mirador se halla a escasos metros de la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, el más viejo edificio de La Valeta, y también de la sede del Gobierno nacional y antes de la OTAN, de fino estilo barroco que, desgraciad­amente, no está abierto a los turistas.

Los edificios y monumentos más interesant­es de la ciudad datan de las primeras décadas después de su fundación. Destacan, sobre todo, la cocatedral de San Juan y el Palacio de los Grandes Maestres, ambos símbolo del matrimonio entre fe y espíritu guerrero, matriz de la nación. La cocatedral ofrece un curioso contraste: austera en su fachada exterior y ostentoso ejemplo del arte barroco en su interior. En su museo se exhibe una de las más preciadas joyas de la isla: el cuadro La decapitaci­ón de San Juan Bautista, de Caravaggio, una de las más puras expresione­s del tenebrismo. El pintor lo realizó entre 1607 y 1608 en una estancia en Malta.

A pocos metros de la entrada del museo, se alza una estatua de hierro forjado adornada con velas y fotografía­s en blanco y negro de una mujer de mirada franca. Algunos turistas se desvían de su itinerario para leer los mensajes escritos en el memorial con gesto confuso. Su perplejida­d es lógica. El asesinato de periodista­s incómodos, como la maltesa Daphne Caruana Galizia, es algo que suele suceder en dictaduras tercermund­istas o Estados corroídos por el narcotráfi­co, no en Europa occidental. Pero en octubre pasado aquí tuvo lugar una dolorosa excepción.

¿Quién mató a Daphne?

Admirada en Europa, Caruana Galizia es más bien una figura divisiva en su país. “Tenía una lengua muy sucia. Incluso atacaba a los familiares de sus enemigos”, espeta Mario, un militante del Partido Laborista que se ha reunido con sus compañeros para desayunar en el bar del partido, en la céntrica Calle de la república. Este desdentado anciano aún confía en la honestidad del primer ministro, el también laborista Joseph Muscat y de su entorno, que los artículos de la intrépida periodista pusieron en entredicho.

“¿Quién mató a Daphne?”, la pregunta, escrita a folio por letra en el memorial, resuena aún con fuerza siete meses después. Sin embargo, la mitad de los malteses prefiere hacer oídos sordos y disfrutar de una prosperida­d estimulada por la llegada de inversione­s extranjera­s de oscura procedenci­a. Malta es el país de la UE que más crece, doblando la media.

“Me preocupa la degradació­n moral del país... los malteses están demostrand­o un alto grado de tolerancia hacia la corrupción. El Gobierno laborista se ha rodeado de personajes muy turbios”, comenta Mark Micallef, exredactor en jefe del diario Times of Malta, el más prestigios­o de la nación.

A la Orden

Si, a pesar de sus dimensione­s, esta nación ocupa un lugar prominente en el imaginario cultural europeo es gracias a la mítica Orden de San Juan de Jerusalén, más conocida como la Orden de Malta. Esta cofradía de caballeros mitad monjes mitad guerreros, fundada en Tierra Santa en el siglo XI, se instaló aquí en 1530, después de su expulsión de Chipre primero, y luego de roda, siempre con el cometido de defender las fronteras de la cristianda­d.

El rey Carlos V les otorgó el gobierno de la isla, que se ejercía desde el majestuoso Palacio de los Grandes Maestres, aún hoy ricamente ornamentad­o. A cambio, y como tributo de su vasallaje, cada año los caballeros debían entregar al monarca un halcón entrenado para la cetrería, que inspiraría la película El halcón maltés, de John Huston y Humphrey Bogart, obra maestra del cine negro, basada en una novela homónima.

Más allá de visitar sus monumentos, bien reseñados en las guías, uno de los mayores placeres que ofrece Malta es simplement­e pasear por las estrechas callejuela­s de sus ciudades medievales, con coloridos balcones y ventanas sobre un fondo ocre, o sentarse a tomar un café en sus modosas plazas y jardines. Cuánto más apartadas de los circuitos turísticos, mejor. En las escaleras que hacen más soportable­s los desniveles de La Valeta se desparrama­n las mesas de cafeterías y bares, algunas con música en directo las noches de fin de semana. Todo un lujo.

Por las hornacinas con vírgenes y santos que jalonan sus vías, recuerda a Sicilia, situada a solo unos 100 kilómetros.

Ahora bien, el ambiente es muy diferente. A partir de las 19 es difícil encontrar algún comercio abierto y raramente se ven a esas mujeres ancianas sentadas frente al portal departiend­o con sus vecinas. El carácter maltés es más reservado y adusto que el de los expansivos sicilianos, producto quizás de los más de 150 años de colonizaci­ón inglesa o de su papel de centinela de la fe, siempre preparado para sufrir los rigores de la guerra.

De hecho, no hace tanto tiempo que los malteses sufrieron un durísimo asedio, bien inscrito en la memoria colectiva. Durante la II Guerra Mundial, esta fue la región que más bombardeos padeció por kilómetro cuadrado. En concreto, hasta 3000 ataques acometiero­n las fuerzas aéreas italiana y alemana entre 1940 y 1942. Adolf Hitler quiso conquistar a cualquier precio la isla, base de la marina británica desde la que azotaba las líneas de aprovision­amiento de las tropas del general Eric rhomel en la batalla del Norte de África.

El otro asedio

“Los bombardeos eran incesantes. Cada minuto caía una bomba... Apenas teníamos nada para comer. Dependíamo­s de las cartas de racionamie­nto. Fue durísimo”, recuerda Annie, una energética anciana de ojos azulísimos que, a sus 85 años, aún regenta un hostal de la capital. La isla no se doblegó y en uno de los últimos bombardeos, consciente­s ya de su derrota y a modo de castigo, los nazis destruyero­n el elegante Teatro real. Quizás como recuerdo para futuras generacion­es, las autoridade­s decidieron no reconstrui­rlo. Las columnas que resistiero­n en pie aquel brutal asalto flanquean hoy, orgullosas, el teatro al aire libre que ocupa el lugar. Para saber más sobre la decisiva batalla de Malta, se debe visitar el Lascari rooms, el museo emplazado en el profundo búnker que fue el centro de operacione­s aliado en el Mediterrán­eo.

Afortunada­mente, a nivel gastronómi­co, la influencia italiana se deja sentir mucho más que la inglesa. Aunque hay restaurant­es donde hartarse de fish&chips, predominan los italianos, una apuesta siempre segura.

Ahora bien, vale la pena probar las especialid­ades locales. La más conocida es el fenek mogli, conejo al horno cocinado con ajo, laurel y vino blanco. Bien hecho, es delicioso. Quien prefiera el pescado, despunta el torta-tal-lampuki, una especie de dorada que se prepara con espinacas y nueces. Para picar, muy ricos los pastizzi, pastas de hojaldre rellenas de queso ricotta o de puré de guisantes. Y de postre, el más típico es el nougat de almendras.

La antigua capital de Mdina, en el corazón de la isla, bien vale una visita. Habitada hoy por unas 400 personas descendien­tes de la nobleza, se ha convertido en una bella postal turística. Su reducido tamaño invita a un paseo tranquilo, prestando atención a los acabados de las fachadas, algunas recubierta­s por hiedras en flor. Entre los palacios medievales, los hay que conservan la arquitectu­ra del período normando, y constituye­n uno de los pocos vestigios que sobrevivie­ron a la destrucció­n del asedio otomano. El mejor momento para visitar la Mdina es al caer la tarde, cuando las ordas de turistas menguan y el tono de miel de sus murallas se vuelve más cálido.

El pasado prehistóri­co de Malta atrae menos interés que el medieval, pero no es menos interesant­e. Antes de que los primeros británicos elevaran el icónico Stonehedge, ya existía una civilizaci­ón aquí capaz de edificar imponentes templos o escarbar una necrópolis subterráne­a de tres plantas formada por decenas de galerías. La visita de esta última, el Hipogeo de Hal Saflieni, es espectacul­ar, pero requiere comprar las entradas con tres meses de antelación. El Museo Arqueológi­co Nacional de La Valeta posee una buena explicació­n del período y una colección de sus principale­s piezas. Como sucedáneo, se pueden visitar las notables catacumbas de San Pablo, a veinte minutos del casco viejo de Mdina, y cuyos primeras tumbas datan del período fenicio.

De vuelta a La Valeta, en un restaurant­e, oigo un acento familiar. “¡Los argentinos estamos por todos lados!”, comenta Nelly, una simpática bonaerense que viaja con su marido. “Nos ha encantado Malta. Es una pena que en Argentina apenas sea conocida. Vos que sos periodista, explicalo”. Misión cumplida.

 ?? Fotos: ricard gonzález ?? En solo 400 km2, inigualabl­es vistas, arquitectu­ra de múltiples influencia­s y muros color miel
Fotos: ricard gonzález En solo 400 km2, inigualabl­es vistas, arquitectu­ra de múltiples influencia­s y muros color miel
 ??  ?? Las empinadas calles de la capital, La Valeta, del siglo XVI
Las empinadas calles de la capital, La Valeta, del siglo XVI

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina