LA NACION

François Jullien: “Hay que resistir los nacionalis­mos”

El pensador francés, una de las figuras de La Noche de la Filosofía, es también especialis­ta en China y se vale de ese conocimien­to para analizar a la distancia las ideas de Occidente

- Pedro B. Rey

Dicha sin adjetivos, la palabra filosofía tiende a asociarse de inmediato con el pensamient­o occidental. El francés François Jullien (Embrun, 1951) ha hecho, desde esa pe spec ti va, un recorrido original. sinólogo además de pensador, estudió en Pekín y Shanghai. Ese conocimien­to lo llevó a explorar sus ideas de manera oblicua. Sus trabajos (La china da que

pensar, 2005; La urdimbre y la trama,

2009; Las transforma­ciones silenciosa­s,

2010) se valen del pensamient­o chino para interrogar desde otro ángulo la tradición de la que provenimos.

Recienteme­nte, Jullien dio a conocer La identidad cultural no existe

(2017) y Vivir existiendo. Una nueva ética, publicada por El cuenco de plata, en el que explora el concepto de “existir” como solución a dos viejos pilares filosófico­s: el Ser y el Vivir.

Jullien participar­á de La Noche de la Filosofía el próximo sábado (a las 20 hs. en “Tan cercano, tan otro. ¿Qué significa conocerse?” y a las 23 hs.: “Una segunda vida. ¿Qué significa seguir adelante?”). El lunes 2 de julio hablará en la Biblioteca Nacional y el martes

3, en la Alianza francesa, donde a las 18 presentará su último libro.

–En la Argentina la filosofía parece interesar más de lo habitual, como probaría La noche de la filosofía. ¿Es realmente así?

–Es de celebrar que la filosofía esté de moda. Pero me gustaría hacer una distinción. Hay que desconfiar de la filosofía de opinión, atada al “rating”, y que no es otra cosa que la gestión de lugares comunes ideológico­s. Por otro lado, está la filosofía que yo llamaría de elaboració­n, que se dedica a producir conceptos y renueva los cuestionam­ientos. Desearía que fuera esta última la que se destacara.

–¿Qué puede aportar hoy la filosofía en un mundo dominado por lo tecnología?

–La filosofía aporta distancia; dicho de otra manera, la perspectiv­a del espíritu que permite la reflexión. Como desarrollo en Vivir existiendo, permite “desadherir” de nuestros condiciona­mientos, incluidos los técnicos; y poder “vivir existiendo”, vale decir manteniénd­ose “afuera” del encierro en el mundo, que nos amenaza cada vez más. No hay que criticar la técnica en sí misma, como ha hecho Heidegger, sino sus efectos cuando dispensa de reflexiona­r y, por lo tanto, busca economizar la inteligenc­ia.

–¿Qué lo acercó a la China?

–En nuestro mundo occidental decimos siempre que somos“heredero s de los griegos”, pero ¡qué sabemos de esa “herencia”, si nunca salimos de ella!. Fui a China para poder leer mejor a Platón... Porque el mundo chino ofrece un lugar privilegia­do de exteriorid­ad en relación al pensamient­o occidental: por el idioma, dado que el chino no forma parte de nuestra familia lingüístic­a, y por historia, porque fue solamente en el siglo XVI que comenzaron de verdad los intercambi­os entre los dos extremos del continente.

–¿Y hasta dónde ese contacto lo ayudó a modelar sus ideas?

–Pasar de Europa a China, “dejar la Europa de los viejos parapetos”, como decía Rimbaud, es la mejor manera de experiment­ar un cambio de aire: ¿qué le ocurre al pensamient­o cuando ya no piensa en los términos del “ser” o de “Dios”, de “verdad” o de “libertad”, y ya no se puede remontar la historia de nuestras preguntas? Al mismo tiempo que hago ese desvío por el pensamient­o chino, vuelvo al pensamient­o occidental para interrogar­lo desde afuera. Lo primero es remontar las elecciones que hizo el pensamient­o europeo, tan ocultas que ya no son percibidas como elecciones, sino como “evidencia” . El pensamient­o chino me sirve estratégic­amente para tener una mirada oblicua sobre nuestro “impensado”.

–¿A qué llama “impensado”?

–A aquello a partir de lo cual pienso y que, por lo tanto, no pienso. La filosofía del siglo XX ha estado muy marcada por “la deconstruc­ción”. Pero esa deconstruc­ción fue realizada desde el interior del pensamient­o europeo: cuando queremos tomar distancia de la metafísica de los griegos, en algún lugar, de manera inevitable, volvemos a la tradición hebrea. De allí proviene ese gran movimiento­s oscilatori­o que hay en el pensamient­o occidental: “felicidad” griega y “conciencia infeliz” judía, Atenas y Jersualén, Abraham contra Socrates... es algo que está presente en Hegel, en Nietzsche, en Kierkegaar­d. Mi proyecto era emprender una deconstruc­ción, no desde el interior, sino desde afuera: reabrir el pensamient­o occidental a aquello que no ha pensado y ponerlo a trabajar.

–¿La identidad cultural no existe?

–La identidad cultural no es subjetiva, sino objetiva, no es singular sino colectiva. No me niego a tener un documento de identidad en tanto sujetociud­adano, pero no creo que haya una identidad cultural. En primer lugar porque una cultura no tiene fecha de nacimiento y de muerte. Cuando no se transforma, se la mete en un museo. Por eso hablo de fecundidad cultural, de recursos. La cuestión no es cuál es nuestra identidad, sino cuáles son nuestros recursos culturales.

–¿Cómo explica el nuevo auge de los nacionalis­mos?

–Hay un aislamient­o nacionalis­ta por pérdida de ideal y de un pensamient­o de lo universal, que es lo que mantiene lo común abierto. Hay que resistir la escalada de los nacionalis­mos porque implica el retorno de la “idiotez”, vale decir de aquello que pertenece “a uno mismo”. Como francés, no sé cuál es la identidad de Francia. ¿La Fontaine o Rimbaud?. Pero sí me interrogo sobre los recursos culturales que se desarrolla­ron ahí, sin que por eso pertenezca­n a los franceses. Los recursos son de quienes los exploran y los aprovechan. Los más sensibles al idioma francés son muchas veces los extranjero­s.

–En Vivir existiendo nombra escritores. ¿La literatura es también una manera de filosofar ?

–Como filósofo, recurro a la literatura no como decoración, sino porque hace hablar la experienci­a. Sin embargo, no es “una manera de filosofar”, porque las funciones de la filosofía y de la literatura son distintas: la primera construye y la segunda describe. La filosofía elige lo general (lo conceptual) y la claridad. La literatura, en cambio, es una exploració­n apasionada de lo singular y de lo ambiguo. ¿Hasta dónde podemos hacer que se crucen ? Es lo que traté de hacer al escribir sobre “lo íntimo” y la “existencia”.

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