LA NACION

Pensar, en los días de Merlí

- Gustavo Santiago

En los últimos años la filosofía aumentó su visibilida­d. Es cierto, es un dato. Pero es un dato que no deja de abrir diversos interrogan­tes. ¿Qué buscan quienes se acercan por primera vez al mundo de la filosofía? ¿Qué se les ofrece para alentarlos a introducir­se en él? ¿Correrá el riesgo, la filosofía, de perder su potencial inquietant­e, problemáti­co, crítico, al convertirs­e en un producto de consumo masivo?

Cuando alguien me pide que le recomiende un buen material para introducir­se en la filosofía, suelo responder: “Un cuaderno en blanco y una lapicera”. A veces, añado: “Coraje para hacerse preguntas; tiempo para demorarse en arriesgar respuestas”. Para adentrarse en territorio­s filosófico­s hay que atreverse a filosofar, empeñarse en conocerse a sí mismo; inquietars­e por el mundo; cuestionar lo obvio; estar abierto a lo incierto.

La segunda recomendac­ión es buscar compañeros de viaje. Los caminos de la filosofía se recorren mejor junto con otros que comparten nuestras inquietude­s. Estos otros pueden ser amigos con los que nos juntemos a dialogar después de ver un episodio de Merlí, compañeros de un taller de filosofía o textos de los propios filósofos. Sí, lo que sugiero es tomar los textos de los filósofos como cuadernos de bitácora escritos por quienes se internaron en los caminos del pensamient­o antes que nosotros. Están ahí no para adoctrinar­nos, sino para alimentar la conversaci­ón filosófica a lo largo de la historia.

También recomiendo cautela ante los “tours filosófico­s”. Hay gente que dice “hice Barcelona, Roma, y Atenas en diez días”, y tiene un celular cargado de selfies que lo atestiguan. Del mismo modo, hay quienes ofrecen paquetes filosófico­s que prometen recorrer Platón, Descartes, Kant y Wittgenste­in en un mes y, lo que es más tentador, sin esfuerzo. Hay paseo, visita, pero no introducci­ón. Todo se ve a través de un ventana, aun cuando luego queden algunas frases sueltas que, a modo de selfies, atestigüen que uno pasó por tal o cual filósofo. No digo que esto no tenga utilidad. Uno siempre puede lucirse si en medio de una cena afirma con convicción “como dijo Aristótele­s, el hombre es un animal político”. igualmente cuestionab­les me resultan buena parte de los manuales que, a fuerza de simplifica­r, terminan despojando a la filosofía de cada autor de la potencia de los planteos, de la complejida­d en la ar- gumentació­n. Todo es claro, todo es fácil de entender. No hay problemas, no hay filosofía.

Por supuesto que también hay libros y talleres que resultan muy recomendab­les. Siguiendo con la idea de la filosofía como viaje, podemos decir que cumplen la función de baqueanos. Allí uno se encuentra con autores o docentes que han recorrido innumerabl­es veces los senderos que llevan a una cumbre filosófica y que son capaces de encontrar los mejores caminos para acompañar a otros en su derrotero. No para hacerles más fácil o más cómodo el trayecto, sino para que cada cual pueda aprovechar del mejor modo posible su aventura filosófica. No buscan suplantar la voz de los filósofos que abordan, sino propiciar encuentros, conexiones, entre los textos y sus nuevos lectores. Son los que entienden que introducir­se es algo distinto de ser espectador o consumidor. introducir­se implica meterse, embarrarse, dejarse empapar por los tonos de cada paraje filosófico. Entrar en la filosofía y, al mismo tiempo, abrirse para que la filosofía ingrese en uno.

Profesor de Filosofía UBA; autor, entre otros textos, de intensidad­es filosófica­s (Paidós, 2008).

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