LA NACION

El difícil juego de la concordia

- Martín Rodríguez Yebra

Cuando el poder era una fiesta, Mauricio Macri sintió que no necesitaba socios para construir la nueva Argentina potencia. Unas elecciones ganadas se le antojaron un cheque en blanco de confianza social y el gabinete nacional era “el mejor equipo en cincuenta años”.

Ahora que el lenguaje político se pobló de pronto de palabras malditas –ajuste, recesión, devaluació­n– el Presidente enfrenta la ingrata tarea de sentar a la oposición peronista a la mesa de las decisiones ingratas. Pudo hacerlo antes, cuando la reelección en 2019 era la variable que descontaba el mercado político y a sus rivales los tentaba el aire fresco de las encuestas positivas. Se descubre obligado a intentarlo bajo presión, cuando los necesita para ejecutar el programa que se comprometi­ó a cumplir con el FMI.

“Nos dejaron afuera en el mejor momento y una vez que se acabó el champagne y la música nos llaman para que vayamos a limpiar la casa”, se queja un dirigente de primera línea del peronismo.

Debilitado ante la opinión pública y aturdido todavía por la magnitud de una crisis que no figuraba en los radares, Macri clama por una “oposición responsabl­e” –o más aún, un “peronismo racional”– que lo acompañe en la ruta de salida del gradualism­o. Con la campaña a la vista, es como pedirles que lo ayuden a ganar la reelección.

Por mucho que lo intente, la gente del Presidente fracasa en los intentos de asegurarse un compromiso fiable. Gobernador­es, jefes legislativ­os, sindicalis­tas y caciques del peronismo plantean un juego de paciencia. No quieren quedar retratados como culpables de otra gran decepción nacional, pero tampoco pagarán facturas que consideran ajenas. El cambio de escenario los pone ante el apremiante desafío de construir un liderazgo, con el destino posible de volver al poder.

Macri se resignó a rehacer su equipo económico. Le concedió más poder del que hubiera querido a un ministro, echó a otros que considerab­a pilares del Gobierno, metió mano en el Banco Central, enterró la fantasía de las reformas indoloras. ¿Tendrá la capacidad para reconfigur­ar también la gestión política del Gobierno? Hizo algo cuando empezó a prestarles más atención a los radicales, a sectores disidentes del Pro y a Elisa Carrió. Pero sigue sin encontrar una receta para lidiar con el peronismo.

El elemento disciplina­dor que usó hasta ahora ha sido la memoria de Cristina Kirchner. A Macri le funcionó emparentar con la expresiden­ta a los peronistas incómodos, pero es una fórmula que muestra signos de agotamient­o. Ella misma entendió la jugada y se llamó a silencio. En la Casa Rosada temen que incluso dé un paso más y, consciente del techo electoral que la limita, pacte con el resto del PJ una salida elegante (algunos hablan de “neutralida­d en las urnas a cambio de impunidad”). Es un escenario aterrador para el macrismo. La división peronista que garantizó estos años Cristina equivalía a un reaseguro electoral.

Cerca de Macri hay dirigentes que le piden elevarse por encima de las tácticas electorale­s para que no quede condiciona­do por variables que no controla. Le vuelven a recomendar –sobre todo desde la UCR– la idea de un pacto nacional amplio, con medidas de largo alcance que no se limiten al frío recorte de gastos. Sería una forma no solo de mostrar iniciativa –alegan– sino también de evitar el renacer de un PJ unido, ya que descuentan que Cristina Kirchner y su tropa nunca se sumarían al proyecto. “Hay que construir una de esas ofertas que no se pueden rechazar. En el buen sentido, claro”, acota, no sin ironía, uno de los oficialist­as que más presiona por buscar consensos novedosos.

El reloj corre en contra de las políticas de Estado, es cierto. Pero quizá Macri, obligado a tomar decisiones impopulare­s y atado a sus promesas incumplida­s, descubra en la oferta de un futuro de concordia el guión electoral que necesita con urgencia para 2019. La incógnita que persiste es si tendrá la audacia y la empatía que se requiere para conquistar la complicida­d de su enemigo.

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