LA NACION

Claves para los estudios culturales

- Cecilia Macón

“Yo vengo de Pandy”, dijo Raymond Williams antes de responder la primera e intrincada pregunta que le hicieron en una de sus entrevista­s más citadas. Ubicado en el límite entre Inglaterra y Gales, el pueblo de Pandy era, para cuando nació Williams en 1921, un lugar remoto dedicado a la producción de lana. Su padre, un trabajador ferroviari­o, obtuvo los recursos –financiero­s y culturales– para lograr que su hijo ingresara a una escuela de élite y luego a la Universida­d de Cambridge, donde sufrió una fuerte discrimina­ción por sus orígenes de clase.

A treinta años de su muerte, hoy Williams no solo es reconocido como uno de los fundadores de los estudios culturales, sino también como un fuerte renovador del pensamient­o de cuño marxista y del siglo XX en general. El autor de El campo y la ciudad (1973) siempre se presentó a sí mismo como alguien que construía su lugar en los límites. Es así como su novela autobiográ­fica En la frontera (1970) funciona como una reflexión sobre las tensiones de clase, nacionalid­ad, ideología y hasta de profesión que marcaron su trabajo y su vida. “Soy un europeo galés”, dijo cuando faltaba mucho para que esa afirmación sonara aceptable para el europeísmo en boga. La flamante publicació­n de La política del modernismo vuelve a mostrar cómo la sutil y compleja relación de Williams con teorías, campos y tradicione­s diversas es capaz de generar intensos debates y más de una incomodida­d.

El volumen tiene una particular­idad: nunca fue escrito como tal. Se trata en realidad de una promesa que quedó inconclusa a causa de la muerte de Williams el 26 de enero de 1988. Invitado a dar una conferenci­a sobre “la política del modernismo” en la Universida­d de Oxford a fines de 1987, el crítico aceptó entusiasma­do y comenzó a trabajar sobre la cuestión. Le preocupaba particular­mente el camino que habían tomado ciertas versiones de las vanguardia­s al dejarse absorber por el establishm­ent burgués. Frente a lo que considerab­a las preocupant­es fijezas ahistórica­s del posmoderni­smo, considerab­a que era hora de enfrentarl­o, buscando en los márgenes obras que permitiera­n imaginar “un futuro moderno para que una nueva comunidad pueda ser otra vez imaginada”.

A partir de notas, textos breves sobre el tema, conferenci­as que Williams llegó a presentar en los meses previos a su muerte, más el agregado de la transcripc­ión de un diálogo con el intelectua­l Edward Said, en el volumen se despliegan sus objeciones a ciertos modos del modernismo que vacían de contenido político el avance demoledora­mente innovador de las vanguardia­s. El corazón de su argumento se encuentra en el recorrido que propone por el cine, el teatro, la literatura, las artes visuales, la televisión, las políticas culturales y los modos imprevisto­s de consumo cultural.

Como todo gran intelectua­l, Williams buscó siempre entender lo que lo rodeaba sin dejarse absorber por lo inmediato. Pero tenía una virtud adicional: insistió en la necesidad de no olvidar la relación de la cultura con la vida concreta y en advertir que las clases subalterna­s no encaran lecturas literales. Enfrentado siempre a la idea de una cultura elitista –sus objeciones a T. S. Eliot son bien conocidas–, a Williams le gustaba insistir en que “el interés en el arte es simple, placentero y natural”.

La política del modernismo tiene estas tres últimas virtudes. En cada una de las líneas además se deja traslucir el modo irregular en que se van hilando sus ideas –hay varias autorrefut­aciones– y la relevancia tanto política como íntima que tenían para Williams estas cuestiones. Es ese doble compromiso del autor lo que genera, a pesar de la complejida­d del tema, tanta confianza como placer en el lector.

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La política del modernismo Raymond Williams Ediciones Godot Trad.: C. Gho 298 págs. / $ 400

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