LA NACION

ivolginsk: Ruedas de plegarias

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En una mezcla de ruso e inglés un joven guía buriato nos mostró el complejo de Ivolginsk. Los edificios son un estallido de color y detalles, tanto por dentro como por fuera. Y cada color simboliza algo: el amarillo la enseñanza, el blanco los buenos pensamient­os, el rojo la protección.

Una de las construcci­ones combina paredes verde oliva con una entrada en rojo furibundo, coronada por un primer piso en amarillo y más rojo. Otra, el datsan principal, es un edificio soberbio de madera donde predomina el verde oscuro, con toques de azul y ocre. En él, una serie de techos y aleros con porte de techos dan la imagen de varias pagodas ensamblada­s.

A cada lugar que uno mira hay una miríada de detalles. Nada es plano ni minimalist­a. Es sobrecarga­do, como un barroco “oriental” que no da respiro. Algunas imágenes de pretendido­s animales son decididame­nte chinas lo que muestra la cercanía de las culturas en esta parte de Rusia.

Junto a uno de los templos, una piedra pende de un hilo en una estructura pequeña, techada y sin fondo. A unos diez metros de distancia, los fieles hacen fila y de a uno caminan derecho hacia ella con los ojos cerrados. Si no se desvían y logran tocarla se cumplirá su deseo.

Afuera de cada templo siempre hay algo para hacer girar. A veces son cilindros metálicos de unos 20 cm de largo, parecidos a grandes carretes de hilo, sostenidos por los extremos. Otras, es un hexágono con manijas. Son ruedas de plegarias y todo el mundo las hace girar, incluso nuestro guía mientras nos daba la explicació­n.

Adentro de los templos se camina en la dirección de las agujas del reloj y nunca se da la espalda al altar. Al menos turistas y peregrinos porque el lama de atuendo rojo furioso del quiosco de suvenires salió de espaldas y sin ninguna reverencia cuando le sonó su smartphone.

La explicació­n de por qué Ivolginsk es el templo budista más visitado de toda Rusia es porque aquí se encuentra uno de sus lamas, Jambo, con su cuerpo “preservado”. El monje carece de signos vitales desde 1927 pero no se ha corrompido y permanece en posición de loto, con lo que los budistas sostienen que no murió sino que está meditando. Esto ha vuelto sagrado su cuerpo para los creyentes de esa fe.

Nuestro pobre guía tuvo que soportar nuestras incrédulas preguntas y terminó diciéndono­s que había evidencia científica de que el monje no estaba muerto, sin dar más explicacio­nes porque tampoco las tenía. Lo cierto es que a Jambo lo exhiben siete veces al año, en las principale­s celebracio­nes budistas, y son los días en que el datsan estalla de peregrinos.

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