LA NACION

Sol en las rocas

En el extremo sur del país, un codiciado destino con cien playas y clima ideal, entre curiosas formacione­s geológicas

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Al Gharb, en árabe, significa occidente, aunque también se traduce como la tierra por donde se pone el sol. Si a ese dato le sumamos mucha playa, acantilado­s en tonos naranjas y 300 días de sol al año, no hace falta mucho más para considerar unas vacaciones por esta región suroeste de Portugal.

Con un mapa de frente, Algarve es la base del país que bordea la costa. Una franja que llega hasta el ángulo donde termina el continente europeo, entre dos límites: Andalucía y el océano Atlántico. Y sin dudas su ubicación le hace honor al nombre, porque tiene unos atardecere­s inolvidabl­es.

La influencia árabe aparece en el nombre, en las calles estrechas, y en las casas blancas con arcos, que contrastan con los complejos hoteleros que se amontonan cerca de la costa. Los árabes ocuparon esta región en el siglo VIII, hasta que en 1249 llegó la conquista cristiana de la mano de Alfonso III, rey de Portugal. Si vamos más atrás en el tiempo, antes que ellos pasaron fenicios, griegos, cartagines­es y romanos. Y si volvemos al presente, hoy la visitan surfistas, fotógrafos, familias o parejas que tiene como único plan de viaje disfrutar paisajes, mojar los pies en el agua y descansar.

Desde Albufeira

Si existiese la profesión de catador de playas, esta zona sería ideal para hacer las prácticas. Porque, sin exagerar, es difícil recorrer Algarve y no pisar arena. En la Oficina de Turismo afirman que superan las 100 playas, de las cuales 88 tienen bandera azul, una distinción que la Fundación Europea de Educación Ambiental otorga a las que cumplen con condicione­s de calidad ambiental.

De este a oeste, sin repetir y sin soplar, el mapa playero las ubica una tras otra: Falésia, Olhos d’agua, Maria Luísa, y la lista sigue con las más conocidas, como Da Rocha, Meia Praia o Dona Ana, y las más abiertas, que están hacia el extremo de Cabo San Vicente, como Beliche, que por su extensión difícilmen­te se corra el riesgo de que alguien nos pise la toalla.

Aunque la capital oficial de Algarve es Faro, en 1986 declararon ciudad a Albufeira que desde entonces se convirtió en la capital turística. Hay hoteles y restaurant­es de sobra para elegir. Hay pequeños mercados donde la fruta es jugosa y dulce. Hay acantilado­s y caracoles enterrados en la arena, del tamaño de la palma de una mano.

Sobre la línea de la costa, a Albufeira le siguen Lagoa, Portimao, Lagos, y Sagres. Cada localidad merece una parada para visitar su centro antiguo y testear sus orillas.

La isla bonita

La cueva de Benagil está en Lagoa y es la imagen que publicita más frecuentem­ente a Algarve, esa que todos quieren ver. Se trata de una gruta que contiene una especie de isla cubierta, con una gran ventana al cielo. Si bien el frente de la playa Benagil está tapado por botes de colores, la clave de acceso es una escalera hacia la izquierda. El sector de arena en sí es estrecho, más bien parece un rincón a espaldas del acantilado, pero eso es un detalle porque lo que todos buscan es la cueva, que está donde la pared de piedra hace una curva sobre el mar.

Las lanchas que ofrecen el paseo dicen funcionar todo el año, sin embargo es posible llegar un día nublado o fresco y ver todo cerrado. Dependen del humor de la marea y por supuesto del clima. Los que disfrutan de nadar, sin vértigo a alejarse de la orilla, pueden llegar a pura brazada y ahorrarse unos euros. Siempre que haya bandera verde y se naden esos 100 metros de distancia desde la costa, lejos del trayecto de las lanchas.

Otra opción es verla desde arriba, por un camino que no está señalizado, pero es fácil de encontrar. Desde la escalera que baja a la playa, hay que seguir la calle que hace una curva y sube. Ahí, sobre la derecha, hay un estacionam­iento amplio, un edificio abandonado, y entre el pastizal una senda que marcaron los pasos de quienes ya se acercaron a verla.

Casi sobre el contorno del acantilado, el trayecto lleva menos de cinco minutos Hay que acercarse con cuidado y sin pasar la cerca de madera que protege el lugar de un gran agujero en el piso. Ese mismo hueco es el techo de la gruta por donde se ven las olas que mojan la isla solitaria, con ventana al cielo, la misma de la foto que promociona Algarve.

Camino hasta Sagres

Sobre la avenida dos Descobrime­ntos, en Lagos, el tránsito está parado por dos micros turísticos. A la altura de la plaza Infante Don Enrique, entre las palmeras que escoltan la costanera, baja un grupo de turistas. Segurament­e el guía después de juntarlos, comience el recorrido contándole­s que a ese lugar llegaban los esclavos desde África, en 1444. Entonces señalará el primer mercado de esclavos de Europa que está en esa plaza, justo frente a la iglesia de Santa María, y caminará en esa dirección. Mientras el tránsito sigue parado, no queda otra que leer carteles con ofertas para probar la comida local, avistar delfines, aves, o recorrer cuevas.

La gastronomí­a de Algarve le hace honor a la tradición pesquera, con dos platos estrella a base de pescado. El primero es una herencia de la época árabe: la cataplana, una mezcla de pescado blanco con mariscos y verduras que se cuece al vapor en una olla ovalada. El segundo es el churrasco de atún. Por la zona de Meia Praia, en Lagos, hay una buena oferta de restaurant­es. En general se come bien en todos. Y si la hora de cenar llega después de un paseo por Sagres, Comandante Matoso es la calle para salir a degustar especialid­ades típicas.

En el pasado se creía que el Cabo San Vicente era el fin de toda tierra habitada, y al estar ahí es precisamen­te esa la sensación. Es como si de pronto la tierra terminara en el extremo de un acantilado, sin reparos, y ante un viento que se siente con toda fuerza. Por eso las principale­s recomendac­iones son dos: llevar abrigo y atender a los carteles de advertenci­as para evitar caídas o accidentes. Mientras tanto, abajo en la orilla, se podría decir que a olas revueltas diversión de surfistas. La playa de Beliche, reúne un poco de todo: arenas amplias, buenas olas, vistas a la punta de Sagres, al cabo y las puestas de sol más lindas de Europa.

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Fotos: shuttersto­ck La tan impresiona­nte como exótica cueva de Benagil, la imagen más conocida de Algarve
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Playas para todos los gustos entre formacione­s rocosas y grutas
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