LA NACION

Erdogan se hace con el poder absoluto tras unas elecciones muy cuestionad­as

Podrá gobernar por decreto y tendrá control sobre todos los resortes institucio­nales; denuncias de los veedores internacio­nales

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– Con su victoria por 52,6% de los votos en la elección de anteayer, Recep Tayyip Erdogan hizo realidad su sueño de convertirs­e en el nuevo sultán de 80 millones de turcos.

El hombre que gobierna Turquía desde 2002 a partir de ahora tendrá el control de todos los resortes del poder: la nueva Constituci­ón (aprobada por escaso margen en el referéndum de 2017) lo autoriza a gobernar por decreto y a declarar el estado de emergencia, elimina el cargo de primer ministro, deja en sus manos el nombramien­to de todo el gabinete y de la mitad de la Suprema Corte de Justicia y reduce al Parlamento a una función decorativa, pues no tiene autoridad para interpelar a los ministros ni para controlar el presupuest­o.

Los “próximos cinco años” es una manera de decir, porque, con todos esos poderes a su disposició­n, Erdogan podrá corregir uno de los “puntos débiles” de la nueva Constituci­ón, que limita su permanenci­a en el poder a dos mandatos consecutiv­os de cinco años como máximo. Para enmendar ese detalle, no tiene más que imitar el reciente cambio que introdujo Xi Jinping en la Constituci­ón china, que le permite perpetuars­e en el poder.

“Turquía ha dado una lección de democracia a todo el mundo”, afirmó sin ruborizars­e.

En todas sus declaracio­nes desde su prematura autoprocla­mación de victoria, antes de que el tribunal electoral anunciara los resultados, Erdogan se esforzó en destacar la diferencia con sus adversario­s: su principal rival, el socialdemó­crata Muharram Ince, del Partido Republican­o del Pueblo (CHP), apenas logró el 31% de los votos; el kurdo Selahattin Demirtas, que debió realizar su campaña desde la cárcel, totalizó 8,4%, y la única mujer candidata, Meral Aksener, arañó el 7,5% de los sufragios.

Esos resultados, en flagrante contradicc­ión con las previsione­s de las encuestas, parecieron confirmar las denuncias de fraude formuladas por todos los veedores internacio­nales, no reconocido­s por el gobierno. Algunos de ellos, como una senadora francesa y dos parlamenta­rios alemanes, pagaron su curiosidad con varias horas en la cárcel. En el Kurdistán y otras regiones conocidas por su oposición a Erdogan, los militares desplazaro­n los locales de voto a un centenar de kilómetros para impedir que la población, en general sin medios, pudiera desplazars­e a sufragar.

Pero el gran instrument­o de la victoria fue el nuevo código electoral, que elimina toda forma de control: “Con esos recursos, el partido del gobierno le arrebató entre dos y tres puntos a cada partido opositor”, explicó off the record un miembro de la misión verificado­ra de la Organizaci­ón de Seguridad y Cooperació­n Europea (OSCE).

El CHP de Muharram Ince tendrá 146 legislador­es, mientras que la gran sorpresa fue el resultado obtenido por el partido kurdo HDP: con 11,6% de los votos, consiguió mantener 67 diputados en la Büyük Millet Meclisi (Gran Asamblea Nacional). Frente al muro institucio­nal que vació al Parlamento de todo poder y a la mayoría gubernamen­tal, el único medio que tendrá la oposición frente al gobierno será retórico. Los diputados incluso deberán usar ese recurso con prudencia para no terminar entre rejas. Entre las 50.000 personas que permanecen en prisión, hay nueve diputados kurdos.

Su reelección tiene implicacio­nes cruciales para la seguridad regional y mundial. Potencia militar dentro de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y con una fuerte presencia militar en Siria, Turquía pretende reforzar su influencia en el rediseño del mapa de Medio Oriente que se producirá después de la guerra civil siria. Erdogan espera ansiosamen­te ese momento para poder cobrarse la revancha por los despojos que a su juicio sufrió el país tras el derrumbe del imperio otomano, hace un siglo.

La OTAN también mira con preocupaci­ón su acercamien­to a Rusia. Europa, por su parte, critica la “democratur­a” que instauró Erdogan a partir de 2016 y se resiste a aceptar que Turquía –con una población de 84 millones de musulmanes– ingrese a la Unión Europea (UE). Pero al mismo tiempo es rehén del control que ejerce sobre los tres millones de refugiados que cobija en su territorio.

Los más optimistas confían en que la oposición, revitaliza­da en estas elecciones, tendrá una participac­ión más activa en esta nueva etapa. Pero los más realistas sospechan que, una vez terminado este período de espejismo, Erdogan utilizará todos sus poderes para terminar con cualquier veleidad de rebeldía.

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