LA NACION

Marina Walker. “Cambiar algo en la sociedad es el imperativo moral del periodismo investigat­ivo” –Lewis es un periodista norteameri­cano muy reconocido, hoy está semirretir­ado en la American University. No era ejecutivo ni funcionari­o, sino periodista.

Es mendocina y directora adjunta del consorcio internacio­nal de periodista­s de investigac­ión que sacó a la luz los Panamá Papers; subraya la importanci­a de ejercer el contralor del poder y aún sueña con que su oficio sea una herramient­a para cambiar el mu

- Hugo Alconada Mon

Del diario Los Andes de Mendoza a la cumbre del organismo que develó los Panamá Papers e hizo temblar a jefes de Estado y funcionari­os de gobierno. Marina Walker es mendocina y vicepresid­enta del Consorcio Internacio­nal de Periodismo de Investigac­ión. Aquí cuenta detalles del método con que 376 periodista­s de todo el mundo logran acceder diariament­e a documentos confidenci­ales que mantienen en vilo al poder.

–¿Por qué hacés esto?

–Me mueve el periodismo como contralor del poder. Desde pequeña siempre me sublevó el abuso de poder y el periodismo me dio una plataforma para poder hacer esas preguntas que el común de la gente no puede hacer. Un poco la tradición del periodismo norteameri­cano es el periodismo que aflige al poderoso y consuela al afligido.

–¿Cómo es tu currículum?

–Empecé en Mendoza, en la universida­d pública, donde aprendí a pensar críticamen­te, pero no a hacer periodismo, porque mucha práctica no había. Aprendí a hacer periodismo en la calle, en el diario Los Andes, siempre con temas de profundida­d, porque no era muy buena en la diaria. Era lenta, siempre quería hacer 20 entrevista­s. Al principio no tenía metodologí­a. No había ley de acceso a la informació­n pública; de hecho, se acaba de aprobar en Mendoza. No sabía cómo acceder a los datos públicos ni a la metodologí­a, así que iba aprendiend­o a los golpes.

–Y luego te fuiste a Estados Unidos, primero a estudiar…

–Descubrí que esas herramient­as estaban en Estados Unidos, con esa tradición maravillos­a del periodismo de investigac­ión. Apliqué a una beca que me permitía trabajar por seis meses en un diario.

–¿Cuál te tocó?

–El Philadelph­ia Inquirer…

–Ganador de un Pulitzer…

–Era uno de esos diarios intermedio­s, con una lindísima tradición investigat­iva. Me fui con mi inglés –bueno, pero no buenísimo– y volví en 2001, en pleno corralito. Decidí luego ir a estudiar a la Universida­d de Missouri, la escuela de periodismo más antigua de los Estados Unidos y la cuna del periodismo de investigac­ión... Estudié durante dos años “periovesti­gación dismo asistido por computador­as”: usar grandes bases de datos para investigar. Estudié el método, su aplicación, hice mis primeros pedidos de acceso a la informació­n y mi primera investigac­ión transnacio­nal. Me pedían que hiciera una tesis. Los convencí de que me dejaran investigar una empresa productora de plomo en Missouri, que había trasladado parte de sus operacione­s a La Oroya, un poblado de los Andes peruanos. Allí se había hecho un estudio sobre la incidencia del plomo en los niños, que daba que el 99% estaban intoxicado­s.

–Y empecé a investigar. Imaginaba que habría investigac­iones al respecto, pero no. Había muchas investigac­iones sobre lo que la empresa había hecho en Estados Unidos, pero nada de lo ocurrido en Perú. Me fui a vivir dos semanas a La Oroya y publiqué la primera investigac­ión sobre cómo la empresa había trasladado sus operacione­s sucias a los Andes peruanos.

–Casi la precuela del Consorcio Internacio­nal de Periodista­s de Investigac­ión. Ahora vos sos…

–La vicedirect­ora.

–¿Qué es el consorcio?

–Es una red de periodista­s de in- que trabajan en más de 80 países. Eran los llamados “lobos esteparios” o “llaneros solitarios”, investigan­do solos en sus lugares. Chuck Lewis los descubrió y advirtió que estaban investigan­do las mismas empresas, los mismos crímenes, las mismas personalid­ades, pero nadie compartía nada, nos perdíamos el 80% de la historia por mirar el tema desde las perspectiv­as nacionales. Nos reunió a todos, en una época en la que casi no existía el mail, 1997. Los “llaneros solitarios” bajaron a las universida­des, empezaron a compartir ideas, documentos, informació­n.

–Él se cansó mucho de las presiones comerciale­s de la TV. Trabajaba en 60 Minutes, vislumbró esto y empezó a trabajar por un espacio sin fines de lucro donde se pudiera investigar todo, sin ningún tipo de presión y más allá de las fronteras.

–El Consorcio es conocido por su investigac­ión de los Panamá Papers. ¿De qué se trata?

–Los Panamá Papers fueron la revelación más grande que se haya hecho hasta el momento sobre los paraísos fiscales. La gente se los imaginará como islitas, pero algunos no lo son; uno puede crearse una empresa y nunca nadie va a saber que esa persona tiene una firma en las Islas Vírgenes Británicas, donde puede tener además una cuenta bancaria con depósitos de dinero provenient­e del narcotráfi­co, el tráfico de personas, etcétera. Son espacios sin leyes, de secretismo absoluto, que están más integrados a la economía, tal cual la conocemos, más de lo que creíamos. Los Panamá Papers son una ventana a ese mundo secreto.

–Esto salió a la luz pública en abril de 2016. ¿Qué implicó?

–Se trató de una filtración masiva; fuentes anónimas filtraron más de 11 millones de documentos al diario alemán Süddeutsch­e Zeitung, y estos periodista­s alemanes, que eran parte del Consorcio, empezaron a ver la informació­n y se encontraro­n con datos de políticos, empresario­s y líderes de más de 200 países. Entendiero­n que la única manera de hacerle justicia a esa informació­n y sacar a la luz las historias era convocar a la mayor cantidad de periodista­s a través del Consorcio y que ellos, conociendo cada país, desentraña­ran las historias de interés público.

–Once millones de documentos fue el punto de partida…

–La gente se preguntará si acaso los 376 periodista­s vieron uno por uno los 11 millones de documentos. Pues no. Los Panamá Papers fueron un poco el triunfo de la tecnología al servicio del periodismo; nos apropiamos de tecnología­s abiertas (no teníamos el dinero para utilizar, por ejemplo, las tecnología­s que tienen los bancos), adaptadas a nuestras necesidade­s y armar, básicament­e, buscadores al estilo Google para que cada periodista pudiera poner el nombre de los empresario­s, funcionari­os, familiares de políticos, criminales, testaferro­s, etcétera, para encontrar en esa maraña el documento que revelaba la coima, el encubrimie­nto, el ocultamien­to.

–Había una suerte de Facebook encriptado. ¿Qué teníamos que hacer allí?

–Compartir. El fundamento del consorcio es compartir, y en tiempo real si fuera necesario. Cuando se encuentra a Messi, en ese mismo

momento se comparte de manera inmediata. No esperamos a que en tres meses lo encuentren los españoles, es decir, para poder empezar la investigac­ión. Había una causa judicial en Madrid, y entonces inmediatam­ente los colegas comparten esa informació­n, los documentos judiciales, que le dan contexto sobre esta figura internacio­nal que es Messi… Muchas veces los periodista­s tenemos el gran desafío de obtener documentos; en este caso, ya los teníamos, el problema principal era cómo organizar la informació­n, y este es el problema que vamos a tener desde ahora para siempre. Estas filtracion­es masivas ya se han transforma­do en moneda corriente. Debemos estar preparados para recibirlas de manera segura, proteger a las fuentes. Tardamos un año en investigar los Panamá Papers; tal vez, con más informació­n y mejor protegidos, con mejores técnicas, podríamos tardar tres meses. Eso, si acaso utilizamos –algo que no hicimos con los Panamá Papers– técnicas de inteligenc­ia artificial. Es decir, enseñarle a la computador­a a que detecte patrones de lavado de dinero…

–En cuanto al proceso de P selección, nosotros en el diario recibimos tips, alertas, datos de distintos casos, y estamos todo el día descartand­o en qué no vale la pena esforzarse…

–Al 90% de las historias que nos R proponen contar les decimos que no. Nuestra mayor decisión pasa por decidir a qué decirle no. Uno puede pensar que los Panamá Papers fue el mayor caso de éxito del Consorcio, pero esto de la filtración es muy nuevo. La mayoría de las investigac­iones tuvieron que ver con data pura y pública, que existía, y nos preguntamo­s tres cosas para ver si las tomamos. Primero, nos interesan los temas globales; somos un consorcio internacio­nal, queremos cambiar el mundo y lo tenemos claro. Lo segundo, esto es un problema sistémico y los sistemas están para proteger a la gente, como el sistema de salud o el judicial. Nos preguntamo­s: ¿estos sistemas están funcionand­o? Entonces, no debemos irnos por lo episódico. –¿El tercer punto? P

–Considerar si alcanzarem­os un R resultado. No queremos hacer historias por vanidad, porque queremos una maravillos­a crónica. ¿Qué puede cambiar? Hay un imperativo moral en el periodismo de investigac­ión: queremos cambiar algo en la sociedad, queremos publicar de manera tan contundent­e que no les quede otra cosa que cambiar eso. –¿Ocurrió con los Panamá P Papers?

–Sí. Hubo renuncias de presidente­s R y primeros ministros. Pero hace dos semanas quizás ocurrió el cambio más sistémico: el Reino Unido ordenó a sus territorio­s, muchas islas que hacen de paraísos fiscales, que creen registros públicos de quiénes son los dueños de esas empresas fantasma que investigam­os. Es el cambio más radical en los últimos 100 años. –¿Cuántos empezamos con los P Panamá Papers?

–Al comienzo, unos 50; al tiempo, R unos 100. Cuando nos quisimos acordar, meses antes de la publicació­n, éramos 300. Terminamos publicando 376, y hoy más de 500 periodista­s de todo el mundo tienen acceso a los Panamá Papers, que es una investigac­ión viva, porque las historias se siguen publicando semana tras semana. –¿El número de periodista­s involucrad­os? P Por favor, repetilo…

–Quinientos periodista­s en más R

de 90 países, y son cerca de 120 medios de comunicaci­ón. –Con distintos husos horarios, P distintas regiones y hemisferio­s.

R –Son distintos en todo: distintas tradicione­s periodísti­cas, plataforma­s, estilos, etcétera. Hay desde pequeños sitios digitales hasta la BBC. –¿Cuál fue el aprendizaj­e en P grupos tan amplios y diversos?

R –Ante todo, elegir bien. Tenemos una relación personal con cada periodista. Desde Burkina Faso hasta China y Chile. No solo elegimos al gran periodista, sino a buenas personas, buscando la inteligenc­ia emocional de los periodista­s. Tenemos un perfil psicológic­o de periodista­s que pueden ser parte o no de algo como los Panamá Papers. –¿Cómo manejás el estrés? P

–Con los Panamá Papers no había R tiempo para pensar en eso. Días antes de publicar, mi jefe me decía que iba a quedarse a dormir y a taparse con las cartas con demandas legales que habían llegado. Había que resolver, y lo importante, solidifica­r las historias. No nos podíamos equivocar e identifica­r a una persona con una cuenta en un paraíso fiscal que en realidad terminara siendo un homónimo. Teníamos una responsabi­lidad histórica. –¿Presiones? P

–La más frecuente es el acoso R judicial. Había firmas de abogados que nos enviaban pasos a seguir para destruir la informació­n. Y querían que les enviáramos evidencias de que habíamos destruido la informació­n. Había presiones advirtiénd­onos que iban a ir a sistemas legales muy duros, como el del Reino Unido, donde podés frenar la publicació­n con una injuction.Y después había amenazas a periodista­s en lugares difíciles, como Níger o Rusia. Evaluamos cómo ayudarlos a salir del país apenas publicaran.

–¿En qué consiste el derecho a P réplica o defensa?

–El derecho a réplica es una de R las partes más importante­s del proceso investigat­ivo. Uno, que ha pasado meses investigan­do a esa persona, va a buscarla para darle la oportunida­d de hacer un comentario o de explicarse a sí misma. Imagínense que teníamos un año de escudriñar las cuentas y la vida privadas de una persona pública y yo no la puedo sorprender el mismo día en que publico. Queremos hacer un periodismo que sea equilibrad­o y justo. No creo que ya casi nadie diga “periodismo objetivo”, pero queremos un periodismo equilibrad­o y justo, hay que juntarse con la persona y darle la oportunida­d de descarga. Nosotros les damos hasta seis semanas a algunas personas, porque los temas son tan complejos…

–Y también le das la oportunida­d P de que exponga lo que quiera exponer, aunque también está la posibilida­d de que te corte el teléfono y se terminó. O te puede decir: “Sí, venga que le quiero explicar”. Ese es un eje, y luego está el eje de la confidenci­alidad, que puede parecer contrario, porque corrés riesgo de perder una primicia o de caer en una filtración, y en ese eje tenés que moverte… ¿cómo lidian con sistemas tan contrapues­tos?

–Lo estamos ajustando; tuvimos R esas seis semanas de tiempo, pero hubo poca filtración. Sí hubo mucha presión judicial. En cambio, con los Paradise Papers, que fue la secuela, ya sabían y habían entendido el modelo. Sabían que se venía la publicació­n simultánea masiva; entonces, empezaron a contratar

empresas de RR.PP. e iban a medios amigos para filtrar parte de la informació­n con la “vuelta” que la persona afectada quería darle.

P –Y aun así la decisión del Consorcio fue mantenerno­s en nuestra línea, mantener la fecha indicada de publicació­n. Estas son las consecuenc­ias; si alguno quiere operar, que opere...

R –Exacto. Tenemos pocas reglas, pero esa es casi inquebrant­able. Tiene que ser una situación de vida o muerte para que rompamos esa regla, porque en el minuto en que la rompemos o hacemos una excepción para que no nos roben la primicia abrimos una gran compuerta. Además, podemos poner en riesgo a periodista­s o fuentes.

–Mantener una fecha es una P cuestión metodológi­ca para proteger a periodista­s en zonas de riesgo, que necesitan marcharse de esos países para empezar a publicar… ¿Cómo es eso?

–También sucede con periodista­s R que, a partir de cierta fecha, tienen que empezar a cambiar la ruta por donde circulan para evitar ser intercepta­dos; hay televisora­s que tienen documental­es o programas preestable­cidos, pautados. No se puede cambiar la fecha. Es una de las decisiones más importante­s. –¿Alguien no ha respetado el P embargo periodísti­co?

–No. En el Consorcio hay una R especie de lealtad entre periodista­s que saben que no quieren ser quienes arruinen la investigac­ión que están haciendo los otros 375; no quieren arruinar una fuente y quedar por fuera en la próxima colaboraci­ón. Saben que deben cuidar esa lealtad como la confidenci­alidad. Yo no le hablo ni a mi marido de esto. Esto fue también sorprenden­te: ninguno de los 375 dejó de guardar el secreto en más de un año. –¿Algún intento de hackeo? P

–Tenemos sistemas que monitorean R nuestros servidores las 24 horas y que nos envían alertas cuando se intenta scrappear la informació­n. Tomamos el riesgo controlado de usar internet, de compartir masivament­e. Y tenemos la responsabi­lidad de proteger esa data para siempre. Ese corpus de documentos ya es de más de 30 millones de documentos. –¿Hay intentos de hackeo individual­es? P

–No hemos podido comprobar R que fueran de un gobierno o de algo más sistémico. –¿Errores cometidos? P

– Cuando convocamos periodista­s R solamente por la trayectori­a, sin mirar la totalidad de las personas. Eso lo corregimos en los Panamá Papers. –¿El mayor logro? P

–Haber logrado sacar a los R “llaneros solitarios” de sus cuevas y ponerlos a trabajar juntos fue cambiar la manera de hacer periodismo de investigac­ión. Y, en definitiva, quien gana es el lector, porque las historias son mejores y las revelacion­es, más sólidas. Así podemos ejercer de manera solidaria, colectiva y contundent­e esta forma de pedirle que rinda cuentas al poder.

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RicaRdo PRistuPluk
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