LA NACION

Donde las bombas le ganan a la verdad

- Marcelo Stiletano —LA NACIoN—

La pelota de fútbol es redonda, pero en las dimensione­s del televisor parece cuadrada. Aunque parezca mentira, esa lógica extraviada viene funcionand­o como regla de normalidad en una parte sustancial de la pantalla argentina de Rusia 2018. El corolario de esta monumental distorsión está en línea con una de las grandes anomalías históricas de nuestra televisión: su autorrefer­encialidad.

En medio de un acontecimi­ento como el Mundial, de atención excluyente, sus resultados se vuelven peligrosos. Sobre todo, la posibilida­d inmediata de otorgarle un certificad­o de veracidad casi absoluta a cualquier afirmación incendiari­a dicha a la pasada, aunque fuese inmediatam­ente contradich­a por otro participan­te de la misma mesa.

Refutar con argumentos sensatos todas las “revelacion­es explosivas” en este tiempo de falsas verdades impuestas y multiplica­das por la fiebre viral de las redes sociales parece un esfuerzo estéril. La “bomba” ya explotó y lo único que hay que hacer es contar el momento del estallido de todas las maneras posibles.

Esta práctica tiene consecuenc­ias nocivas inmediatas. La difusión televisiva casi en tiempo real de cada nuevo escándalo en los canales deportivos que siguen el Mundial todo el día le agrega más combustibl­e al fuego en el que el fútbol argentino decidió inmolarse. Pero desde la perspectiv­a televisiva aparece un resultado más dañino, propio de la TV faranduler­a: el efecto de acumulació­n.

El explosivo detona en un canal y sus esquirlas son levantadas por otros que a su vez le agregan más munición gruesa. Les alcanza con convocar a otros opinadores que llegan con los bolsillos llenos de municiones. La TV se transforma a toda velocidad en un campo minado, y lo primero que salta por el aire es la verdad.

Las primeras bombas estallan en los escritorio­s multipanel de TyC, instaladas todo el día en un centro de TV de Moscú a través de exaltadas tertulias que con la misma intensidad y verborragi­a tranquilam­ente podrían hacerse desde Buenos Aires. Un descomunal despliegue técnico y humano diseñado para no salir de ese búnker, salvo para llevarnos las imágenes de los partidos y de alguna práctica de nuestro selecciona­do.

Esta escenograf­ía replica el modelo de los programas chimentero­s y lo extiende hacia algunos espacios informativ­os del aire y del cable. Todos a los gritos y hablando al mismo tiempo, primera condición para que no haya debate alguno, como ocurrió el jueves pasado en Intratable­s.

Si los convocados para debatir son el periodista Rodolfo Cingolani, el ex árbitro Pablo Lunati (que terminaron discutiend­o a grito pelado) y el Tano Pasman, un personaje que se hizo famoso por su desesperad­o fanatismo, es muy difícil que el televident­e saque conclusion­es útiles y fundamenta­das. El raid mediático protagoniz­ado en los últimos días por Ricardo Caruso Lombardi va en esa misma dirección.

Por suerte hay espacios en los que prevalecen la sensatez, el buen juicio y el debate bien entendido. Desde la TV Pública, Diego Latorre es el abanderado de los mejores análisis que pueden escucharse en la pantalla sobre la actualidad (futbolísti­ca y más allá) del selecciona­do. En esa línea aparecen Marcelo Espina (ESPN), Gonzalo Bonadeo (El Trece), Enrique Macaya Márquez (TV Pública) y Rubén Capria (en LN+, diariament­e junto a Cristian Grosso, Jeremías Prevosti y Juan Marconi). Algunos de ellos fueron grandes futbolista­s. Todos ellos saben mejor que nadie que para hablar de fútbol y de Rusia 2018 hay que partir de lo básico: la pelota es redonda.

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