Se enojó Messi, ¡qué gran noticia!
SAN PETERSBURGO, Rusia.– El partido se había terminado hacía ya media hora, pero ellos seguían ahí. Quinientos, 600 hinchas a los que una voz femenina, con fortísimo acento ruso, les agradecía a través de los parlantes del Zenit Arena “su visita al estadio” y les rogaba que lo abandonaran, porque debían cerrar. ¿Cerrar? Qué idea absurda… Sumergidos en uno de esos sorprendentes y nunca programables momentos de felicidad pura que ofrece la vida, esos hinchas no podían dejar de cantar y celebrar, no podían probablemente entender que no les perteneciera esa tribuna en la que habían pasado por toda la paleta de sensaciones que ofrece el fútbol. Si por ellos era, se quedaban a vivir.
No entendían que el estadio cerrara, y mucho menos hubieran sido capaces de entender lo que algunos futboleros de salón comentaban en Buenos Aires: pasar a octavos no se festeja. Claro que sí, señores, gracias por la obviedad. Es así, toda la razón, a ningún argentino puede parecerle suficiente estar entre los 16 mejores del Mundial. Lo que se celebra es, sin embargo, otra cosa: la certeza de que esa selección que parecía vacía, agotada, incluso muerta, pudo mutar, cambiar la piel y encontrar algo nuevo, incluso si en buena parte es lo viejo. Sigue habiendo en ella interesantes dosis de rebeldía, corazón y fútbol, aunque lo mejor pase por otro lado: se enojó Messi. ¡Qué gran noticia!
Las cámaras de televisión del Mundial nos tienen acostumbrados a mostrar imágenes maravillosas en las canchas, pero la que encontraron esta vez, una de las mejores del día, se dio en un túnel de San Petersburgo. Javier Mascherano estaba ejerciendo de subcapitán y cuasi capitán al marcarle a sus compañeros en el pasadizo que conecta los vestuarios con el césped, lo que esperaba de ellos en el segundo tiempo… Hasta que dejó de hablar, hasta que se calló en señal de respeto, porque tomó el control un pelirrojo de barba. El rosarino de Barcelona comenzó a enfatizar sus palabras con un movimiento seco de la mano. Cortó cinco veces el aire señalando esto, esto y esto. Enérgico y decidido como no se lo había visto nunca en el Mundial, enérgico y decidido como jugó todo el partido.
Concentrados en las afueras de Moscú, los franceses, que habían jugado un par de horas antes, descubrieron con espanto como Nigeria –un rival más que deseable en octavos– se transformaba en la Argentina de un Messi renacido. La Francia joven e impetuosa que tantas veces tropezó en grandes torneos por una combinación de factores que muchos simplifican en el pechofriismo, tiene razones para estar preocupada: la conclusión más clara que dejó la Argentina en este Mundial es que es imposible saber qué esperar de ella. Puede arrastrarse por la cancha, como sucedió ante Islandia y Croacia. O puede incendiarla, como sucedió ayer.
Abrirle un margen de crédito interesante a la selección no implica exitismo, sino realismo y conocimiento de lo que es el deporte. No sería la primera vez en la historia que un grupo acorralado reacciona para concretar una gesta. Y ponerle límites a ese crédito es, a la vez, un acto de racionalidad: Francia es mucho más que Nigeria, y a la Argentina de los grandes delanteros le sigue costando horrores concretar sus posibilidades de gol.
¿Por qué entusiasmarse entonces? Primero, por haber evitado la repetición del fiasco de Corea/Japón. Luego, porque el fútbol y los Mundiales están hechos para disfrutar, no sólo para sufrir como venía siendo el caso con la selección. También por el dato de que la rebeldía sigue viva en una selección cuyos 11 titulares ayer rozaban los 31 años de promedio. Y, otra vez, porque Messi volvió a ser Messi.
Se alegra también Jorge Sampaoli, ese técnico que anoche, en medio del partido, le preguntó dos veces al “10” si le parecía bien que metiera al “Kun” Agüero en la cancha. Todavía está esperandouna respuesta clara de su capitán. Entregado a los “históricos” y resignado a una co-gestión en la que es clarísimamente el socio minoritario, Sampaoli ya es el malo de la película. Todo lo que logre la selección será percibido como mérito del grupo de veteranos que decidió que sus años con la celeste y blanca no podían terminar de forma tan poco honrosa. Al técnico de Casilda le queda el consuelo de que compartirá la foto de los éxitos, si sigue habiéndolos, y de que cualquier derrota no manchará su imagen más de lo que ya está de cara a unos hinchas que lo abuchearon en cuanto su rostro apareció en las pantallas gigantes del estadio.
Esos hinchas, todo un tema: si Nizhny Nóvgorod marcó el punto más bajo con la silbatina de miles a un “Willy” Caballero aplastado por la desgracia, San Petersburgo los reivindicó: nunca dejaron de apoyar, nunca dejaron de creer, nunca dejaron de hacer sentir a la selección que jugaba como local. Y mientras el cielo claro encandilaba en la fresca madrugada sobre el Báltico –eso es una noche blanca, el sol nunca termina de ocultarse–, Diego Maradona sacudía al país. Otra vez un audio viralizado, otra vez una historia falsa. La noche era una fiesta, y tratándose de la selección, Maradona seguramente es el último en querer arruinarla. El “10” original, que viene viviendo el Mundial con el desenfreno de un veinteañero, suma ahora la sacudida futbolística y emocional del “10” enojado que tanto se había hecho esperar.