LA NACION

Media hora de juego, una hora de épica

- Diego Latorre

SAN PETERSBURG­O, Rusia.– Hay caracterís­ticas que no se puede evitar por más que uno quiera. A los argentinos nos cuesta mucho hacer las cosas por los carriles normales. Nos gusta la épica, preferimos los caminos laterales que los de la lógica.

La selección logró continuar en el Mundial porque apeló a su orgullo, a su rabia, cuando en el reloj apenas quedaba tiempo y en la cancha había desapareci­do ese orden que tuvo en el comienzo, cuando dibujó los mejores minutos de fútbol que mostró desde que llegó a Rusia.

Ningún partido puede ser encasillad­o solamente en la táctica. Durante 90 minutos van pasando demasiadas cosas que modifican aquello que se planificó, aparecen factores aleatorios que van condiciona­ndo el juego y el espíritu. Y no puede haber mejor ejemplo que este agónico Argentina vs. Nigeria.

Durante media hora, mientras Éver Banega ejerció de director del equipo, tejiendo lazos con sus compañeros mediante el pase y buscándose con Lionel Messi aunque se movieran por lugares alejados de la cancha (como en la acción del 1-0), se produjo un contagio positivo que no habíamos visto en ninguno de los encuentros anteriores.

Favorecido­s –es cierto– por algunos errores conceptual­es básicos de Nigeria, Enzo Pérez, Ángel Di María e incluso los laterales se sintieron por fin cómodos con la pelota, que circuló como nunca lo había hecho. A uno o dos toques, con fluidez y sentido. Como para despertar la ilusión de cierto funcionami­ento en el futuro cercano y ratificar la importanci­a de jugadores como Banega y Giovani Lo Celso, que son los primeros en generar la desconfian­za general aunque sean imprescind­ibles para que el juego adquiera coherencia.

Después, cuando Mascherano, a pesar de toda su experienci­a, propició un penal fuera de libreto, el escenario cambió y hubo que recurrir a otros factores. Fue el momento del temperamen­to y de no rendirse, aun corriendo el riesgo de jugar en la cornisa durante muchos minutos.

Esta última imagen, la de la épica que tanto nos atrae, es la que queda en la retina. Por supuesto que vale y también es necesaria, sobre todo en torneos cortos, en los que cada partido es una final.

Pero convendría no olvidar que ninguna muestra de carácter se sostiene sin juego. Ese que Argentina vislumbró en el primer tiempo y que deberá rescatar en adelante, ahora que pasó el susto y puede ver más despejado el cielo.

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Henry rome / reuters
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