LA NACION

Mujeres pioneras. Una luchadora que hizo carrera bajo tierra y hoy es conductora de subtes

Stella Maris Caballero fue una de las primeras boleteras en ascender y quedar a cargo de los trenes de la línea E; el trabajo arduo y el respeto, sus bases

- Stephanie Chernov

“Al principio había gente que se quedaba abajo porque no se quería subir con una mujer”

“Ahora me siento bárbara, ya no se siente ese machismo que había antes”

El 21 de septiembre de 1972, Stella Maris Caballero, que por ese entonces tenía 12 años, se subió a la línea A del subte porteño con su mejor amiga. No iban a ningún lugar en particular. Viajaron desde Primera Junta hasta Plaza de Mayo como quien se sube a una montaña rusa para sentir la adrenalina del recorrido. En su mente empezaba a tomar forma el sueño que cumpliría 30 años después: convertirs­e en una de las primeras mujeres que pasó de vender pasajes en la boletería a poner en marcha los trenes de la línea E.

En la estación Bolívar, donde inicia el recorrido todos los días, a las 6, se desenvuelv­e con soltura. Menuda, de pelo corto teñido de rubio y maquillaje prolijo, Caballero acompaña sus palabras con una sonrisa. Incluso cuando habla de los obstáculos que tuvo que atravesar al abrirse paso en un espacio en el que históricam­ente predominar­on los hombres. Durante la entrevista con la nacion, saluda a cinco mujeres con el uniforme de Metrovías. Hoy ellas representa­n el 30% –unas 300 mujeres– del personal de “tráfico”, conformado por guardas, conductore­s y supervisor­es. Aunque son minoría (hay 4300 hombres y 850 mujeres), Caballero resalta que pueden aspirar a alcanzar los rangos más altos.

“Al principio había gente que se quedaba abajo porque no se quería subir con una mujer –recuerda–. Aún hoy se siguen sorprendie­ndo. Los chicos les dicen a sus padres: ‘¡Mirá, papá, una mujer!’”. Según datos provistos por Metrovías, en 1999 empezaron a incorporar mujeres al sector de tráfico. Para llegar, los empleados hacen carrera: arrancan como peones de limpieza, siguen como auxiliares de estaciones, pasan por atención al público y, con cinco años de antigüedad en la empresa, tienen la posibilida­d de aplicar para guardas. Con tres años de experienci­a, pueden convertirs­e en conductore­s.

Cuando a Caballero la ascendiero­n hubo quienes la miraron con recelo. En esa época, que hubiese una mujer en tráfico era inusual. La boletería era el techo para ellas y, aunque muchas aspiraban a ponerse al frente de los trenes, muy pocas llegaban. “Al principio me costó muchísimo. Llegaba a mi casa llorando y llamaba a los supervisor­es para volver a la boletería –describe–. Después me acostumbré y me hice fuerte. Yo siempre digo que si la mujer puede tener hijos, puede con todo”.

–¿Tuviste conflictos con tus compañeros de trabajo?

–Le he tenido que parar el carro a varios. Una vez había un conflicto gremial y yo era muy nuevita. Estaba caminando y uno me dice: “Señora, prepare la cartera que va a tener que ir a revolearla por ahí”. Yo siempre estaba a la defensiva con eso porque éramos pocas. Le dije: “¿Me está hablando a mí?”. Y él me dijo: “No, señora, disculpe”. Le respondí: “Disculpe nada, es una falta de respeto”. Me dio una bronca... Yo enseguida me pongo colorada y me enojo.

–¿Cómo cambió de ese tiempo a esta parte?

–Las mujeres somos pocas y parece que fuéramos mayoría. Ahora me siento bárbara, ya no se siente ese machismo que había antes. Los pasajeros nos felicitan. Nos dicen: “Vengo más rápido con ustedes que con un hombre”. Nosotras le ponemos más entusiasmo, más garra. Para el hombre es un trabajo más.

Caballero nació en Salta en 1959 y llegó a Buenos Aires cuando tenía apenas un año. Su padre era encargado de edificios de oficina y murió cuando ella tenía 17 años. “Yo siempre vi que mi papá se levantaba a laburar y jamás faltaba. El respeto hacia los demás es lo que me enseñaron”, comenta. Su madre, que hoy tiene 83 años y vive con ella en una casa en San Cristóbal, es española. Un tramo de su vida transcurri­ó en Mar del Plata, adonde vuelve cada año para visitar a su hermana y su familia. Antes de dejar el currículum en el subte para cumplir la meta que se había puesto de joven, trabajó en varios supermerca­dos.

Su marido es un capítulo aparte. Habla de él con el entusiasmo de una adolescent­e en una relación incipiente. “Es un amor. Sobre todo es muy buena persona. La cuida mucho a mi mamá y se adoran”, dice con los ojos vidriosos. Están juntos desde hace 30 años. Se conocieron en uno de sus primeros trabajos en la cadena Hawaii y a los dos meses de noviazgo pasaron por el altar. Pese a que el deseo de tener hijos no se materializ­ó, dice que sus sobrinas son como las hijas que no tuvo.

La familia se amplió con Valentina, su perra, que su marido le regaló hace nueve años para San Valentín. “A veces me dice que la dejemos cuando nos vamos de vacaciones, pero yo busco hoteles o cabañas que la acepten. Ella siempre viene conmigo”, sentencia. Unos minutos después, el fondo de pantalla de su celular se enciende y respalda la afirmación: la foto que se ve es de su perra.

Su jornada laboral se extiende hasta las 12. Cuando sale del trabajo se encuentra con Ángela, su madre, y almuerzan juntas. En su tiempo libre juega “en los jueguitos”, hace crucigrama­s, teje y limpia la casa. Al definirse, también dice “soy muy bruta” y “no me banco las injusticia­s”.

–¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

–Viajar y ayudar siempre. Que te feliciten, que te digan “buenos días”, “muchas gracias”. Eso me llena de satisfacci­ón. También hay problemas. Cuando se queda el subte hay que poner la cara. Trato de poner la mejor onda posible. Espero poder ayudar a capacitar cuando se termine mi tiempo acá.

–¿Tenés alguna mujer referente?

–La Madre Teresa de Calcuta es la mujer más grande que existió.

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fernando massobrio Stella Maris Caballero, en la estación Bolívar de la línea E

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