La noche blanca y salvaje del Messi feliz
El capitán dejó la fantasmal versión de los dos partidos anteriores y fue lo que se espera de él, con un golazo y una producción de calidad; se lo vio alegre como nunca en la selección
SAN PETERSBURGO, Rusia.– “Por favor”, les dijo a los árbitros. “Ese penal que nos cobraron...”. En el cierre de una de sus noches más salvajes en la selección, Lionel Messi no quería dejar ningún cabo suelto. Se fue a buscar al juez turco Cüneyt Çakır y a sus asistentes para dejarles bien claro que no les perdonaba el penal que, VAR mediante, habían sancionado contra Javier Mascherano. Era su momento más civilizado en la ciudad de Pedro el Grande. Antes de eso, Messi el Grande había sacudido el partido como no lo hacía desde la noche en que había sellado el pase al Mundial con tres goles en Ecuador.
Messi eligió una noche de sol para despertarse y decirle al Mundial de Rusia que ahí está, que nadie debería firmar su caída ni cantar victoria antes de tiempo. Les dijo a 35.000 argentinos en éxtasis en medio de la noche blanca del Báltico ruso que recuerda muy bien cómo es eso de hacer goles –en realidad, golazos–, y añadió que tiene muy claro lo que implica ser el capitán de la Argentina. Dijo, sin decirlo, pero hablando con su fútbol, que nadie debería volver siquiera a insinuar eso de que es un pecho frío.
El “10” le habló al Mundial para dejarle un mensaje: “Cuidado, aquí estoy y quizá todo sea posible ahora”. “Agradezco a Dios por esta alegria y les agradezco a ustedes por esa locura hermosa que tienen en cada partido !!! Nada más lindo que ser argentino en las buenas y en las malas”, escribiría en un post dedicado a los hinchas en su cuenta de instagram.
La pregunta de qué le pasó a Messi en sus dos primeros partidos en el Mundial podría quedar eternamente sin respuesta, algo así como la de qué le sucedió a Ronaldo en la final de Francia 98. Lo importante para la selección, en todo caso, es que Messi volvió a ser Messi.
Buena parte de los 64.468 espectadores en el estadio de Zenit, en una suave noche del verano ruso, abucheó a Jorge Sampaoli antes del partido, tanto como aplaudió al arquero Franco Armani. El equipo ante Nigeria era mucho más del núcleo duro de la selección, de los históricos, que del golpeado director técnico, pero era, sobre todo, de Messi.
La angustia relativa a qué pasaba por la cabeza del hombre de botines verdes fluorescentes se aplacó un tanto ya antes de comenzar el choque: Messi escuchó con corrección el himno y no mostró gestos atormentados como el previo al encuentro con Croacia. No era poco. Y ya en el partido, la constatación era unánime: esta vez sí estaba bien, esta vez sí iba a jugar como el “10” que es.
Los grandes momentos del fútbol tienen una intensidad que ningún otro espectáculo ofrece, y el estadio se estremeció exactamente 195 minutos después de que Messi debutara en su cuarto Mundial. Desconocido en los primeros 180 y muy prometedor en los siguientes
15, Messi entendió que 195 ya eran suficientes.
Apareció el Messi de verdad, el del esplendor, para anotar un gol maravilloso. Éver Banega, uno de sus mejores amigos en la selección, le puso un pase de 45 metros desde exactamente el medio de la cancha. Messi, utraveloz y progresando desde la derecha hacia el arco –su jugada de toda la vida–, amortiguó la pelota con el muslo izquierdo y la dominó enseguida con el botín de la misma pierna. Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos, cinco pasos y en el sexto se afirmó bien para sacar un derechazo cruzado imparable para Francis Uzoho.
El festejo de ese gol, de rodillas en el banderín del córner, está ya entre los momentos más impactantes de una carrera repleta de ellos. Ese Messi reloaded era parte de un equipo que se dio una descarga eléctrica antes de entrar. Era otro equipo, era otro Messi. ¿Era otro equipo porque era otro Messi? Qué duda cabe.
El capitán siguió enloqueciendo a nigerianos y electrizando a sus compañeros. Así llegó un gran pase en el área a Gonzalo Higuaín, que el delantero de Juventus no logró controlar. Así estrelló a los 34 un tiro libre en el poste izquierdo de Uzoho. Era gol, casi fue gol.
Y eso que Messi fue bastante más que el gol. Se jugaba el minuto 42 y Gabriel Mercado no encontraba una salida segura en el lateral, a metros del área argentina. El jugador más idolatrado del mundo bajó corriendo desde el medio del campo, se ofreció a Mercado, viboreó con la pelota cerca del banderín y la sacó limpia y lejos. El día y la noche en comparación con el fantasmal “10” que jugó ante Islandia y Croacia.
Pero el fútbol no sería fútbol si no traicionara. El penal para los nigerianos, VAR mediante, hizo crecer la angustia hasta bien cerca del final. Fue Marcos Rojo el que selló un triunfo para el recuerdo, pero nada habría sido ayer posible si Messi no se hubiera despertado. Lo hizo al borde del abismo y, seguramente por eso, festejó el triunfo como pocas veces: se subió, en estado de felicidad salvaje, a Rojo para celebrar el gol.
Y así, salvajemente feliz y sonriente, se abrazó con cada uno de sus compañeros tras el partido para terminar dedicándole la noche y el pase a octavos a una hinchada que canta extasiada, noche tras noche rusa, que es del país que tiene a Messi y Maradona. Como para no cantarlo.