LA NACION

La noche blanca y salvaje del Messi feliz

El capitán dejó la fantasmal versión de los dos partidos anteriores y fue lo que se espera de él, con un golazo y una producción de calidad; se lo vio alegre como nunca en la selección

- Sebastián Fest

SAN PETERSBURG­O, Rusia.– “Por favor”, les dijo a los árbitros. “Ese penal que nos cobraron...”. En el cierre de una de sus noches más salvajes en la selección, Lionel Messi no quería dejar ningún cabo suelto. Se fue a buscar al juez turco Cüneyt Çakır y a sus asistentes para dejarles bien claro que no les perdonaba el penal que, VAR mediante, habían sancionado contra Javier Mascherano. Era su momento más civilizado en la ciudad de Pedro el Grande. Antes de eso, Messi el Grande había sacudido el partido como no lo hacía desde la noche en que había sellado el pase al Mundial con tres goles en Ecuador.

Messi eligió una noche de sol para despertars­e y decirle al Mundial de Rusia que ahí está, que nadie debería firmar su caída ni cantar victoria antes de tiempo. Les dijo a 35.000 argentinos en éxtasis en medio de la noche blanca del Báltico ruso que recuerda muy bien cómo es eso de hacer goles –en realidad, golazos–, y añadió que tiene muy claro lo que implica ser el capitán de la Argentina. Dijo, sin decirlo, pero hablando con su fútbol, que nadie debería volver siquiera a insinuar eso de que es un pecho frío.

El “10” le habló al Mundial para dejarle un mensaje: “Cuidado, aquí estoy y quizá todo sea posible ahora”. “Agradezco a Dios por esta alegria y les agradezco a ustedes por esa locura hermosa que tienen en cada partido !!! Nada más lindo que ser argentino en las buenas y en las malas”, escribiría en un post dedicado a los hinchas en su cuenta de instagram.

La pregunta de qué le pasó a Messi en sus dos primeros partidos en el Mundial podría quedar eternament­e sin respuesta, algo así como la de qué le sucedió a Ronaldo en la final de Francia 98. Lo importante para la selección, en todo caso, es que Messi volvió a ser Messi.

Buena parte de los 64.468 espectador­es en el estadio de Zenit, en una suave noche del verano ruso, abucheó a Jorge Sampaoli antes del partido, tanto como aplaudió al arquero Franco Armani. El equipo ante Nigeria era mucho más del núcleo duro de la selección, de los históricos, que del golpeado director técnico, pero era, sobre todo, de Messi.

La angustia relativa a qué pasaba por la cabeza del hombre de botines verdes fluorescen­tes se aplacó un tanto ya antes de comenzar el choque: Messi escuchó con corrección el himno y no mostró gestos atormentad­os como el previo al encuentro con Croacia. No era poco. Y ya en el partido, la constataci­ón era unánime: esta vez sí estaba bien, esta vez sí iba a jugar como el “10” que es.

Los grandes momentos del fútbol tienen una intensidad que ningún otro espectácul­o ofrece, y el estadio se estremeció exactament­e 195 minutos después de que Messi debutara en su cuarto Mundial. Desconocid­o en los primeros 180 y muy prometedor en los siguientes

15, Messi entendió que 195 ya eran suficiente­s.

Apareció el Messi de verdad, el del esplendor, para anotar un gol maravillos­o. Éver Banega, uno de sus mejores amigos en la selección, le puso un pase de 45 metros desde exactament­e el medio de la cancha. Messi, utraveloz y progresand­o desde la derecha hacia el arco –su jugada de toda la vida–, amortiguó la pelota con el muslo izquierdo y la dominó enseguida con el botín de la misma pierna. Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos, cinco pasos y en el sexto se afirmó bien para sacar un derechazo cruzado imparable para Francis Uzoho.

El festejo de ese gol, de rodillas en el banderín del córner, está ya entre los momentos más impactante­s de una carrera repleta de ellos. Ese Messi reloaded era parte de un equipo que se dio una descarga eléctrica antes de entrar. Era otro equipo, era otro Messi. ¿Era otro equipo porque era otro Messi? Qué duda cabe.

El capitán siguió enloquecie­ndo a nigerianos y electrizan­do a sus compañeros. Así llegó un gran pase en el área a Gonzalo Higuaín, que el delantero de Juventus no logró controlar. Así estrelló a los 34 un tiro libre en el poste izquierdo de Uzoho. Era gol, casi fue gol.

Y eso que Messi fue bastante más que el gol. Se jugaba el minuto 42 y Gabriel Mercado no encontraba una salida segura en el lateral, a metros del área argentina. El jugador más idolatrado del mundo bajó corriendo desde el medio del campo, se ofreció a Mercado, viboreó con la pelota cerca del banderín y la sacó limpia y lejos. El día y la noche en comparació­n con el fantasmal “10” que jugó ante Islandia y Croacia.

Pero el fútbol no sería fútbol si no traicionar­a. El penal para los nigerianos, VAR mediante, hizo crecer la angustia hasta bien cerca del final. Fue Marcos Rojo el que selló un triunfo para el recuerdo, pero nada habría sido ayer posible si Messi no se hubiera despertado. Lo hizo al borde del abismo y, segurament­e por eso, festejó el triunfo como pocas veces: se subió, en estado de felicidad salvaje, a Rojo para celebrar el gol.

Y así, salvajemen­te feliz y sonriente, se abrazó con cada uno de sus compañeros tras el partido para terminar dedicándol­e la noche y el pase a octavos a una hinchada que canta extasiada, noche tras noche rusa, que es del país que tiene a Messi y Maradona. Como para no cantarlo.

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Y una noche, Messi volvió a ser Messi, y volvió a ser feliz
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AníbAl Greco / enviAdo especiAl

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