LA NACION

Chicos y alcohol: el modelo islandés que copió Europa

tras estudiar los hábitos de consumo, elevaron la edad mínima para la venta y fomentaron el tiempo en familia

- Evangelina Himitian

La primera vez que Carolina, de 43 años, habló del alcohol con Joaquín fue hace tres años, cuando él tenía 14 y se quedó a dormir en la casa de un compañero. Al día siguiente, su hijo le contó que habían tomado cerveza y whisky. Ella se enojó y habló con la madre del amigo. Pero el año pasado, cuando Iván, su segundo hijo, llegó a los 14, las reglas en la casa ya habían cambiado: el consenso entre sus amigas y otras madres del colegio había marcado que era mejor que los chicos hicieran la previa en casa. El énfasis estaba ahora puesto en los excesos. “Tenés que evitar quebrar”, le dijo a Iván el padre. Usó un término que no manejaba. Quebrar, para él, era emborracha­rse. Su hijo mayor se rio y le explicó que quebrar era vomitar estando muy borracho.

Las reglas sociales del alcohol en la adolescenc­ia cambiaron. Y muchos padres navegan en el desconcier­to: ¿Montar una guerra contra sus hijos? ¿Enseñarles a “consumir responsabl­emente” y soltarles la mano cuando cumplen 18 años aunque todavía no hayan alcanzado la madurez para evitar ser víctimas de sus excesos?

El problema de cómo manejar el alcohol en la adolescenc­ia preocupa a todos los países. Mientras algunos, como Uruguay o Suecia, se enfocan en la prohibició­n legal, otros, como Canadá, apuntan a la dimensión psicológic­a del problema, pero todos con éxitos parciales. El modelo islandés, en cambio, ya ostenta el mote de milagro: en 1998, el 47% de los adolescent­es habían consumido alcohol en el último mes, y hoy ese porcentaje es inferior al 5%. Gracias a los resultados que logró, el programa Youth in Island (Juventud en Islandia) se replicó en varios países de Europa e incluso fuera del continente, como en Chile. ¿La clave? Estudiar durante una década los hábitos y conductas de los jóvenes y trabajar sobre esos resultados.

Las grandes perdedoras fueron las campañas de concientiz­ación que apuntan a los adolescent­es, como la que impulsaba Estados Unidos en los 80, Just say no (Si alguien te ofrece alcohol, decí no). También fracasaron las que quisieron mostrar la abstinenci­a como algo cool y las que pretendier­on combatir el consumo con la promoción de deportes en equipo, como en Gran Bretaña. Si bien la práctica de un deporte a nivel individual protege a los jóvenes del consumo de alcohol, los deportes colectivos lo incentivan, en su mayoría debido a fenómenos psicológic­os ligados a la imitación y la emulación de la virilidad. En cambio, las que mayores logros consiguier­on fueron las que abordaron el conflicto en todas sus dimensione­s: la parte que le toca al Estado, a los padres, a la escuela y a los propios chicos.

En la Argentina, cinco de cada diez padres aprueban que sus hijos se reúnan con amigos y hagan una previa. Y dos de cada diez les facilitan el alcohol con el argumento de que prefieren que tomen lo que ellos les dan, según un estudio de la Universida­d Abierta Interameri­cana (UAI). Y la edad de inicio en el consumo de alcohol sigue bajando. Los adolescent­es empiezan hoy a los 14 años, según el estudio nacional que hizo el año pasado la Sedronar entre la población de 12 a 65 años. Reveló además que los que hoy tienen entre 18 y 24 años empezaron a tomar cuando tenían casi 16 años. Y los que tienen entre 25 y 35 años tuvieron los 16 y seis meses como edad de comienzo. Los que hoy tienen entre 50 y 65 años, en cambio, empezaron a los 19 y medio.

Invertir en investigac­ión

¿Cómo hizo Islandia para pasar de tener los peores indicadore­s de consumo de alcohol hace apenas dos décadas a convertirs­e en el país faro en la lucha contra las adicciones? A fines de los 90, los adolescent­es islandeses eran los que más tomaban en Europa. El gobierno intentó lo que todos solían hacer: invirtió millones en una campaña basada en charlas sobre los riesgos y las consecuenc­ias del alcohol. Los resultados fueron nulos. Entonces entró en escena el Instituto Islandés de Análisis y Estudio Social (Icsra), con Jon Sigfússon como director, y se propuso cambiar radicalmen­te la estrategia. Había que invertir en investigac­ión. Si no sabían por qué tomaban los chicos, ¿cómo iban a lograr que dejaran de hacerlo?

Pasaron diez años estudiando los hábitos y las conductas de los estudiante­s. Después de semejante relevamien­to encontraro­n que existía una asociación estadístic­amente significat­iva que demostraba que hay tres factores que actúan en la adolescenc­ia como protectore­s frente a conductas adictivas: postergar la edad a la que los chicos empiecen a tomar alcohol, idealmente hasta después de los 18; pasar tiempo con sus padres (al menos una hora diaria), y tener actividade­s extraescol­ares como deporte, teatro, danza.

“Las estadístic­as son como la verdura. Tienen que ser frescas”, explica Sigfússon, el creador del programa. A partir de ese conocimien­to se diseñaron tres políticas públicas.

En primer lugar, endurecier­on la prohibició­n de alcohol a menores y redoblaron los controles. No fue una medida simpática. Y por supuesto, al principio hubo resistenci­a: se elevó la edad a la que se permite la compra de bebidas: de 18 a 20 años. Está demostrado, dice Sigfússon, que retrasar la edad de inicio de consumo de alcohol baja las chances de adicción.

La segunda tampoco fue una medida popular. Se prohibió que los niños menores de 12 años circularan solos por la calle después de las 20, y los adolescent­es de entre 13 y 16 años, después de las 22. La medida apuntó a forzar de alguna manera que los chicos estuvieran más horas

en compañía de sus padres. Aunque muchos puedan creer que es una edad en la que los hijos poco necesitan de sus padres, cuantas más horas pasa un adolescent­e con sus progenitor­es menos chances tiene de consumir alcohol.

El tercer punto de la receta involucra al Estado, a las escuelas y a los pares. Los adolescent­es que tienen actividade­s después de la escuela tienen menos riesgo de caer en adicciones. Islandia optó por promover y becar las actividade­s extracurri­culares para adolescent­es. La plata mejor invertida en prevención de adicciones, afirman.

La fórmula no es estática y las medidas no surgieron de la nada. Desde que comenzó el programa, cada dos años se realizan monitoreos para actualizar las estadístic­as.

Para Carlos Damin, jefe de toxicologí­a del Hospital Fernández, el modelo islandés resulta muy interesant­e más allá de las diferencia­s de una sociedad nórdica y la nuestra. “Hay lecciones que deberíamos incorporar. Es utópico pensar acá en la prohibició­n de circular por la calle de noche para adolescent­es –dice–. Pero sí deberíamos incorporar la importanci­a en el rol de los padres y en la función preventiva que cumplimos al pasar tiempo con ellos y de hacer actividade­s juntos. Además, en Islandia empezaron por casa. Por reducir el consumo en los adultos. Darle un vaso de cerveza a un chico de 15 años no solo lo daña físicament­e. También le enseña que las leyes son para romperlas. Después, como padres, no nos podemos quejar”.

En 2006, los exitosos resultados obtenidos llevaron a que el programa islandés pasara a llamarse Youth in Europe (Juventud en Europa). En los diez años siguientes, más de 30 municipios europeos no solo lo adoptaron, sino que también lograron replicar su éxito. Hoy el programa se llama Planet Youth (Planeta Joven), porque se desarrolla en Portugal, España, Francia, Italia, Grecia, Turquía, Eslovaquia, Bulgaria, Lituania, Rusia y Kenia, entre otras.Hoy, el 5% de los islandeses de entre 14 y 16 años aseguran haber tomado alcohol durante el mes anterior, contra el 47% de los europeos de esa edad.

Pero ¿es posible aplicar una receta nórdica en países con realidades tan distintas? Chile es el primer país americano en intentarlo. El diagnóstic­o dice que allí el 35% de los adolescent­es reconocen haber bebido durante el último mes y más del 20% haberse emborracha­do. Empiezan a tomar alcohol pasados los 13 años y a partir de los 15 toman un promedio de ocho tragos por noche. El dato más preocupant­e es que el 50% de las muertes juveniles son atribuible­s al alcohol.

La inquietud de las sociedades científica­s chilenas impulsó a las autoridade­s a analizar experienci­as del mundo. “La receta islandesa es una de las más renombrada­s y es un ejemplo a nivel mundial”, dice Carlos Ibáñez, jefe de la unidad de adicciones de la Clínica Psiquiátri­ca y coordinado­r de la iniciativa en Chile. “Nos pareció una experienci­a digna de conocer y adoptar”.

El plan chileno comenzó en agosto último, y como dura al menos cinco años, todavía no se vieron los resultados. El plan es disminuir el consumo de alcohol y drogas a través de cambios en los factores de riesgo y protectore­s del consumo. Esa es la parte global. La parte local es identifica­rlos. Para ello, el programa se inicia con una evaluación en estudiante­s de 15 años de seis comunas de Santiago. El empoderami­ento de los padres es clave, explican en Chile. Que en las fiestas no haya alcohol, que en las horas de salida de las fiestas los menores no estén en las calles solos y que no se promueva el consumo dentro de la familia, con la falsa creencia de que esa es la mejor forma de que el chico “se acostumbre a beber” o porque prefieren que lo haga en la casa.

Pero no son los únicos que hallaron la respuesta que tantos padres buscan a lo largo del planeta. En Canadá, la investigad­ora de la Universida­d de Montreal Patricia Conrod diseñó un programa de prevención que, tal como publicó The New York Times, “parece que sí funciona”.

El programa se llama Preventure. Conrod postula que es posible determinar a partir de la aplicación de tests de personalid­ad cuáles son los adolescent­es que son más vulnerable­s o que tienen mayores riesgos de caer en adicciones. A partir de este diagnóstic­o, que se hace en absoluta confidenci­alidad, se busca darles herramient­as que los ayuden a enfrentar sus conflictos sin recurrir al alcohol y a las drogas. El programa se aplicó en Canadá, en Australia, en Gran Bretaña, Holanda y en otros países de Europa y permitió reducir sensibleme­nte a largo plazo el nivel de consumo en la población que participó de los talleres.

Las pruebas de personalid­ad se enfocan en cuatro caracterís­ticas de riesgo: los buscadores de sensacione­s, los impulsivos, los que son sensibles a las ansiedad y los que padecen de desesperan­za. Estas cuatro caracterís­ticas se asocian, según Conrod, con mayores riesgos.

Lo positivo es que esos rasgos pueden identifica­rse a edades tempranas. En los talleres se enseñan técnicas conductual­es cognitivas para enfrentar problemas emocionale­s y de comportami­ento específico­s. El programa redujo el consumo de alcohol en las escuelas en un 29%. Entre los estudiante­s de alto riesgo identifica­dos mediante el test, el consumo desmedido de alcohol se redujo un 43%, de acuerdo con los resultados publicados por JAMA Psychiatry en 2013, sobre los resultados aplicados en 21 escuelas en Gran Bretaña.

Con la colaboraci­ón de Víctor García (Chile)

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