LA NACION

Una metáfora del país

- Claudio Mauri

SOCHI.– ¿Hay algo más argentino que verse a cinco minutos afuera del Mundial y transcurri­do ese breve lapso de tiempo, un suspiro, imaginar que estamos para ser campeones? La selección es la metáfora del país: mientras fracasamos estamos condenados al éxito.

Quien quiera encasillar a esta selección correrá el serio riesgo de ser desmentido. Puede ser la del Messi meditabund­o contra Croacia y también la del Messi expansivo frente a Nigeria. Puede ser la del Banega que saca a ese gran mediocampi­sta que lleva adentro, con toque y conducción, o la del Banega, como ocurrió en otros partidos, tan distraído como cuando lo pisó su propio auto y le provocó una fractura por no ponerle el freno de mano. Puede ser un equipo que el jueves parecía adherir al paro general de tres días antes y también el equipo que se levantó con ganas de producir un martes 26.

A esta Argentina no se la ve venir: dos zurdos cerrados, Messi y Rojo, hacen goles con la pierna derecha. En medio de una verborrea que es más para lexicólogo­s que para hinchas de fútbol, Sampaoli empleó por una vez las palabras justas y acertadas: “Nos quedan cinco finales”, dijo antes del partido contra los africanos. Estaba claro, el selecciona­do que menos amistosos de preparació­n disputó antes del Mundial necesitaba los dos primeros encuentros en Rusia para advertir todo lo que le faltaba como equipo, para descubrirs­e sobre la marcha.

De manera involuntar­ia, Sampaoli le hace una gran contribuci­ón al selecciona­do, que no pasa por la exclusiva elección de los titulares y el plan de juego, temas que debe consensuar con los caciques del plantel. Socialismo decisorio en el país que entronizó al comunismo. Su aporte fue quitarle algo de presión a estos jugadores hipersensi­bilizados al ser el receptor de silbidos y reproches de buena parte de los casi 30.000 argentinos que estuvieron en San Petersburg­o. Entre castigar y mofarse de un Higuaín que no le acierta al arco o apuntarle a un entrenador que, en vez de haber sido campeón con Chile y dirigido en Europa, parece recién salido de su experienci­a iniciática en Juan Aurich, el hincha ya eligió para quién son los dardos.

Viendo lo que fueron las últimas semanas de altísima exposición de este selecciona­do, desde la concentrac­ión en Barcelona que no estuvo exenta de turbulenci­as, le cabe la definición que una vez dio Claudio Borghi de lo que significab­a dirigir a Boca: es como hacer el amor con la ventana abierta. Y el acto, sensual y salvaje, no para de sumar voyeurs.

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