LA NACION

Con nuevos cardenales, el Papa profundiza los cambios en la geografía de la Iglesia

vaticano. En su quinto consistori­o, volvió a apuntar a curas de regiones periférica­s, que tendrán más peso en el próximo cónclave

- Elisabetta Piqué COrrESPONS­AL EN ITALIA

rOMA.– En el quinto consistori­o de su pontificad­o, en el que creó 14 nuevos cardenales, el Papa recordó hoy que “la única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo” y que “ninguno de nosotros debe sentirse ‘superior’ a nadie”.

“Ninguno de nosotros debe mirar a los demás por sobre el hombro, desde arriba. Únicamente nos es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, cuando la ayudamos a levantarse”, sentenció.

“La mayor condecorac­ión que podemos obtener, la mayor promoción que se nos puede otorgar, es servir a Cristo en el pueblo fiel de Dios, en el hambriento, en el olvidado, en el encarcelad­o, en el enfermo, en el tóxico-dependient­e, en el abandonado, en personas concretas con sus historias y esperanzas, con sus ilusiones y desilusion­es, sus dolores y heridas”, dijo el Papa, en una ceremonia solemne en la Basílica de San Pedro.

Antes de entregarle­s a los 14 nuevos purpurados de 11 países (11 de ellos electores, es decir, menores de 80 años) el birrete y el anillo cardenalic­io, Francisco advirtió, además, sobre el peligro de las “lógicas mundanas que desvían la mirada de lo importante” y de las “asfixiante­s” intrigas palaciegas.

Los nuevos cardenales lo escuchaban, atentos, en primera fila, con sus flamantes nuevas vestimenta­s rojas, el color de la sangre, que luego juraron estar dispuestos a derramar, en sendas fórmulas en latín. Entre ellos estaba su beatitud Louis raphaël I Sako, patriarca de Bagdad, el primero de la lista, que al principio habló en nombre de los demás y aseguró su colaboraci­ón con el Papa para que haya paz especialme­nte en su castigado país, Irak, en Siria, los territorio­s palestinos, Medio Oriente y en el resto del mundo. Junto a él, como sucedió en los anteriores consistori­os, estaban pastores “con olor a oveja” que trabajan en sitios difíciles y en las periferias del mundo, como Josep Coutts, arzobispo de Karachi, Paquistán, país musulmán donde la minoría católica es perseguida por grupos fundamenta­listas y Desiré Tsarahazan­a, arzobispo de Toamasina, en Madagascar. Los acompañaba­n el jesuita peruano Pedro Barreto, progresist­a arzobispo de Huancayo; el portugués António dos Santos Marto, obispo de Leiria-Fátima; el italiano Giuseppe Petrocchi, arzobispo de L’Aquila, ciudad destruida por un terrible terremoto en 2009, y Thomas Aquinas Manyo, arzobispo de Osaka, Japón, país que desde hace tiempo esperaba un cardenal. También recibieron el preciado birrete púrpura tres miembros de la curia romana: el actual prefecto de la Congregaci­ón para la Doctrina de la Fe, el jesuita español Luis Ladaria; el nuevo prefecto de la Congregaci­ón para la Causa de los Santos, exsustitut­o de la Secretaría de Estado y delegado especial ante la Soberana Orden de Malta, el italiano Angelo Becciu, y el limosnero pontificio y prelado famoso por su trabajo con los sin techo de roma, el polaco Konrad Krajewski.

Por haberse distinguid­o en su servicio a la Iglesia, también recibieron los símbolos cardenalic­ios tres prelados mayores de 80 años y sin derecho a participar en un cónclave: Toribio Ticona Porco, un boliviano que fue lustra botas y minero, arzobispo e mérito de Coro coro; el mexicano Sergio Obeso rivera, arzobispo emérito de Xalapa, y el padre misionero claretiano español Aquilino Bocos Merino.

Con este nuevo consistori­o, Francisco profundizó su huella en lo que será la geografía del cónclave que deberá elegir a su sucesor. De los 125 cardenales electores que hay hoy, 59 fueron nombrados por él.

Finalizada la ceremonia, en un nuevo gesto de respeto hacia su predecesor, Francisco y los nuevos cardenales, fueron, a bordo de dos vans, hasta el monasterio Mater Ecclesiae para visitar a Benedicto, papa emérito. En la capilla del monasterio donde vive, enclavado en los Jardines del Vaticano, todos juntos recitaron el Ave María y saludaron a Joseph ratzinger, de 90 años, que los bendijo.

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Reuters Una imagen inusual: Francisco y Benedicto XVI, con los nuevos cardenales

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