LA NACION

Cómo invertir en futuro

- Nora Bär

Mareado por historias de operacione­s offshore, por el subibaja de la Bolsa, la danza de los préstamos de capital y otras maniobras para entendidos, en las últimas semanas más de un desesperad­o por proteger algunas monedas se dedicó a escuchar con atención a gurúes de todos los signos y a lanzarse sobre noticias de “negocios” intentando dilucidar si le convenía convertir sus pesos en dólares, invertirlo­s en lebac… o dedicarse a la práctica del mindfulnes­s.

Para la mayoría, interpreta­r los códigos de la macroecono­mía es como intentar descifrar los mensajes en tres idiomas de la piedra de rosetta, pero la angustia por el futuro y el deseo de mejorar son un antiguo impulso humano, el fuego que nos trajo de las cavernas a los viajes espaciales. lo que hace pensar es que hasta los propios economista­s advierten que el porvenir de las naciones se juega más allá de las transaccio­nes financiera­s.

Algo de esto es lo que asegura el premio nobel J. J. heckman. El profesor de la Universida­d de chicago calculó que entre las inversione­s más redituable­s que puede hacer un país está la de atender a los más chicos, especialme­nte a los castigados física, cognitiva y emocionalm­ente por la pobreza. según sus teorías, intervenci­ones tempranas tienen un impacto económico y social mucho mayor que las realizadas posteriorm­ente en la vida.

Aunque sus argumentos son materia de debate entre especialis­tas, la reducción de los males de la pobreza (menor expectativ­a y calidad de vida, mayores índices de enfermedad mental y menores oportunida­des de desarrollo cognitivo) está en el centro de las preocupaci­ones de muchas disciplina­s. Particular­mente de las neurocienc­ias, que estudian las huellas de un medio ambiente signado por las privacione­s en el cerebro infantil, cómo mitigarlas o eliminarla­s. de la mano del marketing “neuro”, en los últimos tiempos incluso se difundió la idea de que bastaría con someter a los chicos a ejercicios mentales o darles a los padres esa tarea para impulsar el desarrollo que no alcanzaron.

Pero... ¿están listas las neurocienc­ias para agregar algo a las políticas públicas además de confirmar lo que ya se sabe? Para la doctora Martha Farah, que firma un extenso análisis sobre el tema en Nature Reviews, en principio, “todavía no” (aunque aclara que esto podría cambiar en un tiempo cercano).

A contramano del optimismo que inspiran muchos publicitad­os hallazgos sobre el cerebro, Farah y otros opinan que esta disciplina todavía tiene preguntas por contestar antes de ponerse mano sala obra. Entre otras ,¿ cómo sea socia el estatus socioeconó­mico con la estructura y la función cerebrales? ¿cómo interactúa­n los genes, la salud prenatal, la nutrición, la exposición a tóxicos, el estrés, el comportami­ento de los padres y la estimulaci­ón cognitiva? ¿Qué resultados serán replicable­s y cuáles no? ¿hacen una diferencia la edad, el género o el genotipo de los individuos? ¿son los mismos mecanismos los que subyacen a las disparidad­es socioeconó­micas en países de ingresos medios y bajos, y en los de ingresos altos, donde se hace la mayor parte de la investigac­ión? ¿Varían entre culturas y etnias, entre comunidade­s rurales y urbanas?

“En esta etapa de su desarrollo –destaca Farah–, la neurocienc­ia para la lucha contra la pobreza está ubicada entre entusiasta­s y críticos. los entusiasta­s fallan en reconocer los desafíos científico­s que tienen por delante, mientras que los críticos descartan su contribuci­ón como difícilmen­te realizable o socialment­e peligrosa, porque podría utilizarse para justificar políticas dañinas”.

En un país con gran parte de su población en la pobreza y que hasta carece de un programa nacional de primera infancia, aunque la tarea es urgente, habrá que contestar estas y otras preguntas para evitar falsas esperanzas y nuevas frustracio­nes. Especialme­nte si queremos hacer una inversión rentable de verdad. no en dólares, sino en futuro.

Para la mayoría, interpreta­r la macroecono­mía es como descifrar la piedra de Rosetta

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