LA NACION

Los tiros libres de Messi nacieron en Francia

- Cristian Grosso

Esta historia tiene fecha de comienzo. Fue el 10 de febrero de 2009. Noche fría y muy ventosa en Marsella. Termina el entrenamie­nto de la selección argentina en el estadio Vélodrome. Al día siguiente jugará un amistoso contra la Francia de Thierry Henry, Anelka, Ribéry y Eric Abidal. Lionel Messi tiene 21 años. Coloca la pelota en el ángulo izquierdo de la medialuna del área, patea a cualquier lado y ahoga un rezongo mientras enfila a la salida. “¿Te vas a ir a dormir con esta porquería? Mirá que vas a tener pesadillas…”, lo espolea el profesor Fernando Signorini. Diego Maradona había observado en silencio, pero ya no reprime su genio. Toma del hombro a Messi y le susurra una lección que abrirá una dimensión desconocid­a: “Escuchame papi, no le saqués el pie tan rápido, sino ella no sabe lo que vos querés”. Ella es la pelota. Le propone que la acompañe. Entonces, el técnico la apoya en el mismo lugar, toma dos pasos de distancia y saca un zurdazo que se clava en el ángulo del arquero Juan Pablo Carrizo. Messi sonríe tímido y busca alguna complicida­d con Signorini. La lección exprés estaba absorbida. Maradona le acababa de iluminar un atajo. Le confió un secreto que marcaría la carrera de Messi.

Hasta esa fría noche en Marsella, la trayectori­a de Messi apenas registraba un gol de tiro libre. Solo uno: el 4 de octubre de 2008, el equipo de Pep Guardiola arrolló 6-1 al Atlético de Madrid, en el Camp Nou, y Messi marcó el tercero de falta directa. Solo uno. Hoy, ya encadena 40, entre los 34 que festejó en Barcelona y otros seis con la selección. La clave maradonian­a estaba en escoltar a la pelota con el pie todo el tiempo posible. “Siempre hay que dejar el pie un segundo más…”, completó Maradona la clase magistral. “La cazó al vuelo”, sintetizó tiempo después el ‘Diez’. Es que Messi vive de los desafíos. Lo que no se permite el crack es descansar. Sentirse cómodo con lo que sabe y le da éxito, hasta lo puede aburrir. Entonces evoluciona, no tanto por ambición, sino porque directamen­te no puede evitarlo.

Siempre tuvo el toque para patear los tiros libres. Pero no reclamaba la ejecución porque respetaba una jerarquía que su talento bien podía desafiar. Aceptaba que los Ronaldinho, Xavi, Juan Sebastián Verón o Riquelme gozaban de la prioridad. Hasta la revelación maradonian­a. La progresión en el Barça lo demuestra: en la temporada 2008/9 marcó uno; dos en la 2009/10; uno en la 2010/11; tres en la 2011/12; cuatro en la 2012/13; tres en la 2013/14; dos en la 2014/15; siete en la 2015/16; cuatro en la 2016/17 y otros siete en la última, en la 2017/18, la que desembarcó en el Mundial de Rusia. Llegó calibrado. Los goles de tiro libre se convirtier­on en una deliciosa especialid­ad y, por esta vía, ya es el máximo anotador en la historia del club catalán. Su más cercano perseguido­r quedó muy lejos, el holandés Ronald Koeman, con 26.

Su dimensión como capitán del selecciona­do también lo empujó a asumir todas las responsabi­lidades. A partir de 2011, con Alejandro Sabella como entrenador, se adueñó de los tiros libres. Y ya son seis los festejos en albicelest­e. El bautismo llegó el 7 de septiembre de 2012, en Córdoba, en la victoria 3-1 sobre Paraguay en las eliminator­ias rumbo al Mundial de Brasil. Bastó que se lo propusiera… Nada más estimulant­e que un genio disconform­e. Repitió la función ante Uruguay (3-0), en Mendoza, con un sorprenden­te remate por debajo de la barrera. El tercero lo dibujó en el Mundial, en Porto Alegre, frente a Nigeria (3-2). Ya en el ciclo de Martino renovó el encantamie­nto en la Copa América del Centenario, en las metrallas contra Panamá (5-0) y los Estados Unidos (4-0). Tiempo después, en el tortuoso camino a Rusia 2018, sumó el sexto ante Colombia (3-0), en San Juan. Siempre que marcó de tiro libre, ganó la selección. El poste izquierdo de Nigeria le negó uno más. Pero ya está obsesionad­o con el próximo.

¿Tiro libre para la Argentina? Patea Messi, qué duda cabe. Aunque puedan estar Éver Banega, Lucas Biglia o Ángel Di María, que muchas veces en sus clubes administra­n la pelota parada. Puede ser en cualquier punto del mundo, en cualquier estadio, todos están advertidos que remata Messi y algo puede suceder. Tiro libre para la Argentina. Va Messi y una extraña electricid­ad se apodera del lugar. Como aquella fría y ventosa noche en Marsella, el instante de la mágica transferen­cia. Francia sabe de qué se trata.

La lección de Maradona dio resultado: hasta esa noche en Marsella, Messi tenía un gol det iro libre.¿ Yahora? 40

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