Japón sigue por el fair play, pero con un modo típico del anti-fútbol
La dignidad, a veces, puede quedar reducida a una mínima expresión. Sobre todo, cuando una frase, como aquella que reza “el fin justifica los medios”, se mantiene con vigencia en todos los ámbitos y a través del tiempo. El fútbol puede dar prueba de ello. En este caso, con una sutil ironía: Japón sigue su aventura en Rusia por haberse aferrado a la norma del fair play en los escritorios, aunque con la peor de las maneras sobre el césped, con el conocido “anti-fútbol”.
ElconjuntoasiáticoperdióconPolonia por 1 a 0 y se enfrentará en los octavosdefinalconBélgica,luegode ser responsable de una situación inédita. Detrás de Colombia, no marcó más goles ni consiguió más puntos que Senegal en el Grupo H, pero se amparó en la séptima cláusula: el juego limpio –todo un sarcasmo, en estecaso–,unodelosflamantescriterios de la FIFA para dirimir el avance a los octavos de final. Empatados en todo –victoria, empate, derrota, diferencia de gol, tantos a favor y choque entre sí, un 2-2–, Japón terminó con cuatro amonestados, mientras que Senegal, que cayó por 1 a 0 con Colombia, acabó con seis. Si habrían tenidolamismacantidaddetarjetas, hubiera surgido el sorteo.
En Volgogrado, frente a una intensa silbatina de buena parte de los 42.189 espectadores, Japón perdía por 1 a 0 con Polonia, ya eliminada, con un tanto de Jan Bednarek. El gol fue celebrado por un puñado de polacos y, sobre todo, por miles de colombianos, que no sabían cómo quebrar el cerrojo de Senegal, en Samara. Envalentonado, el equipo dirigido por José Pekerman, al rato, encontró la salvación con un cabezazo de pique al piso de Yerry Mina. La situación quedaba así: Colombia y Japón seguían en carrera. Pero no debía haber más goles... ni tarjetas: cualquiera de esos imponderables, lo cambiaban todo.
Faltaban 16 minutos en los dos escenarios. Senegal no tenía alternativa: debía empatar o... esperar que Japón sufriera, al menos, dos amonestaciones. Sin ideas y con Sadio Mané muy solo, trastabilló contra sus propias angustias. Japón, en cambió, decidió parar la pelota. Se quedó en su frontera, no pasó la mitad de la cancha e hizo rodar la pelota con una parsimonia y lentitud propia de los equipos que no quieren jugar. Ni avanzar, ni retroceder. Polonia no se involucró: se quedó en su campo. Entonces, durante largos minutos, el fútbol se pareció a una teatralización. Once jugadores de un lado, parados, y once jugadores del otro, cómplices. Porque Japón, además, evitó cualquier tipo de roce: habría sido una suerte de amenaza de... amonestación.
En el medio, un polaco se arrojó al césped, simulando una dolencia, otro polaco esperaba detrás de la línea sin poder ingresar –el balón, lógicamente, permanecía en el rectángulo– y hasta el árbitro Janny Sikazwe, de Zambia, se sentía incómodo.
Senegal no pudo –un gol habría cambiado el discurso, porque Japón, de pronto, habría necesitado, al menos, pasar la mitad de la cancha– y el conjunto asiático pasó con la dignidad tocada. Toda una curiosidad en un país en el que los valores suelen ser un modo de vida milenario. Suele ser un ejemplo de admiración en todo el mundo. Más aún: días atrás se viralizó el ejemplar esmero de los hinchas que, luego de un partido, limpiaron todo lo que habían ensuciado durante un partido. No había quedado ni un papel en el piso.
Akira Nishino, entrenador del seleccionado nipón, reconoció que le ordenó a sus jugadores que dejaran de atacar. “Fue una decisión difícil y una situación muy arriesgada. Las circunstancias así lo requerían. No atacamos más ya que decidimos confiar en el otro partido”, reconoció Nishino.
“No estoy muy contento con eso, pero se los exigí a mis jugadores. El mensaje final que envié al terreno de juego fue que se mantuvieran así, y los jugadores me escucharon. No importaba qué pasara, iban a mantener el status quo”, fue su sugestiva reflexión.
¿El fin justifica los medios? La teoría fue analizada largas décadas atrás, por especialistas de diversos ámbitos. La imagen de Japón, al menos en Rusia, retrocedió largos escalones. Recientemente, en 2017, en el Mundial Sub 20 en Corea del Sur, Japón –otra vez–, empataba 2-2 con Italia; ambos seguían en carrera; entonces, en los últimos 7 minutos, se limitaron a tocar la pelota sin marcas. No es algo nuevo: lo que cambia, ahora, es el ingreso del fair play, una broma de mal gusto por cómo Japón especuló con el juego limpio.
¿Qué ocurría años atrás? Se tiraba una moneda: la fortuna decidía el clasificado. Hasta hubo un tiempo en que un equipo seguía porque sumaba más córners. Otros tiempos. Japón es el primer equipo beneficiado con el fair play y lo celebró con la peor cara del fútbol.