LA NACION

El fútbol, un espectácul­o dentro de un gigantesco show que monta la FIFA

Los partidos son el eje de la Copa del Mundo, pero las sedes ofrecen un menú de música y color antes y después de los encuentros

- Marcelo Gantman

MOSCÚ.– “Hasta la próxima, buen regreso...”. Decenas de voluntaria­s ofrecen una despedida casi personaliz­ada a los espectador­es que se dirigen a la estación de metro, en la salida del estadio Spartak. Algunas están con megáfonos, subidas a esas sillas que usan los umpires de tenis. Al ras del suelo hay otras que portan una mano gigante de esponja que dice “High Five”, e invitan a dar una palmada en lo alto, como saludo final. El partido terminó; la celebració­n, no. El esquema se repite en otras sedes, con otros encuentros y con espectador­es distintos. En el Otkrytie Arena, después de la victoria de Brasil sobre Serbia, en la última jornada del Grupo E, y la sensación de fiesta brasileña interminab­le va más allá de la medianoche. Pero ese clima que propone la FIFA es un concepto integral de espectácul­o. Con Brasil, con Australia o con cualquiera de los 32 participan­tes que iniciaron la Copa del Mundo.

Los noventa minutos de juego son el gran imán para la audiencia. Para la televisiva y para la presencial. Pero en realidad, para quien va a la cancha, es el desenlace de un menú de variedades que se compone de varias estaciones. Los estadios abren sus puertas tres horas antes del partido, pero el público suele acercarse a sus inmediacio­nes hasta con cinco horas de antelación. Los días en Rusia son sofocantes, en cualquiera de sus sedes. El público que llega temprano se ubica a la sombra y empieza a disfrutar del entretenim­iento. Hay bandas musicales, acróbatas con zancos, voluntario­s que pintan en las mejillas las banderas de los países que jugarán un rato más tarde y personal de seguridad que con su solo posicionam­iento ya le marcan al hincha por dónde se puede y por dónde no se puede pasar.

Abiertos los ingresos, comienza el show principal. Una pareja de conductore­s, como si se tratara de un programa de TV, animan la espera. Presentan videos de los equipos que jugarán, entrevista­s grabadas a jugadores y un DJ musicaliza las tres horas que separan la apertura de las puertas con el juego. El DJ desempeña un rol clave en un momento en particular: cuando los equipos están a segundos de salir a la cancha, en fila y con el árbitro como única separación entre ellos, hace sonar “Thunderstr­uck”, del grupo de rock australian­o AC/DC. Entonces el estadio ruge y el sonido de la música y el griterío de la gente están a un mismo nivel. El último toque llegará con el cambio de jugadores que ejecuta el DJ: sale AC/DC, entra The White Stripes, con la canción “Seven Nation Army”, el fraseo tan pegadizo que desde 2006 se convirtió en el cantito de cancha universal de los Mundiales.

“La FIFA abandonó el tono imperativo para que la gente se comporte de buena manera en la cancha. Antes, bajaba la orden de no insultar a los rivales, no tener actitudes racistas y respetar las órdenes en los ingresos y egresos de los estadios. Ahora se consigue lo mismo dentro un clima festivo”, cuenta un allegado a la organizaci­ón de este espectácul­o.

Una de las novedades en Rusia 2018 es ofrecer conexiones wifi gratuita para que los fanáticos alimenten sus redes sociales con la experienci­a que están viviendo. Parte del contenido solicitado por la propia FIFA es que los hinchas suban a sus cuentas una foto con un rival. Esas imágenes son luego mostradas en las pantallas del estadio y entre todos los que las suben se sortean entradas y viajes a los partidos decisivos del Mundial. El cambio es evidente: en lugar de advertir que no se agreda al adversario, se busca el acercamien­to a él para celebrar la gran fiesta del fútbol.

Una vez que termina el juego, desde los sistemas de sonido se saluda al público y se le comienza a dar indicacion­es precisas sobre las salidas más convenient­es para llegar al transporte público. En Moscú hay más de una estación que permite transitar con lentitud, pero sin pausa, el camino hacia el metro. La desconcent­ración es parecida al ingreso: hay bandas musicales, los acróbatas con zancos lucen cansados pero simpáticos y los carteles luminosos indican cuál es el mejor sendero para acceder al metro. El personal de seguridad no permite tomar atajos. Las pantallas que se suceden por las calles felicitan al equipo ganador, si es que lo hubo. Termina un espectácul­o en el que el partido de fútbol fue el corazón de la fiesta. Pero se acaba un show integral que busca divertir y controlar a una multitud que no logra advertirlo del todo.

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Rebecca blackwel / ap High Five, saludo final: un simpatizan­te serbio choca su palma con la manopla de esponja de la voluntaria

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