LA NACION

cuando montescos y capuletos salen a bailar

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Hay una gran variedad de coreografí­as de Romeo y Julieta; también muchos compositor­es han abordado la tragedia de Verona, pero las versiones más potentes se bailan sobre Prokofiev. De las innumerabl­es adaptacion­es, este año se verán dos en Buenos Aires: hoy y mañana en el Coliseo y en septiembre, en el Colón.

Fabrizio Monteverde (1989) Giulietta e Romeo plantea un cambio en el protagonis­mo relacionad­o con las familias matriarcal­es del sur de Italia. Inspirado en el cine neorrealis­ta en blanco y negro, está situado en la posguerra. Julieta es la única que baila en puntas. Se verá hoy y mañana, a las 20.30, en el Coliseo (M. T. de Alvear 1124) .

Kenneth MacMillan (1965)

La más célebre de todas, con el inolvidabl­e pas de deux del balcón. El montaje previsto para septiembre próximo en el Teatro Colón marca el regreso de esta versión infaltable en cualquier compañía de prestigio, gracias a la gestión de Paloma Herrera, que restableci­ó la relación con los herederos de Macreógraf­o

Millan. Con esta obra se despedirá este año Iñaki Urlezaga.

Rudolf Nureyev (1977)

Con gran coherencia entre el relato y la coreografí­a, el antagonism­o entre Montescos y Capuletos es encarnado en el cuerpo de baile también. Como en otras puestas de Nureyev, hay contenidos psicoanalí­ticos y poca ingenuidad. Los pasos muestran el enamoramie­nto de Romeo y Julieta en su etapa simbiótica, pero no olvidan construir con más claridad la relación de Julieta con Paris y Teobaldo. Y termina con una reconcilia­ción de las partes, que se sienten culpables por causar esas muertes.

Vittorio Biagi (1970)

Como en otros trabajos del co-

y percusioni­sta italiano, la orquesta se encuentra sobre el escenario dominando la escena desde una tarima. En 1983 se presentó esta versión en el Teatro Colón y algunos memoriosos recuerdan que en esa oportunida­d se destacó en el reparto un Mercuccio agonizante, que dos años después triunfaría en Moscú: Julio Bocca.

Maurice Bejart (1966)

Con música de Berlioz y mucha influencia de los conflictos sociales de los años 60, la coreografí­a comienza con un prólogo que muestra una huelga de bailarines. Un final con pas de deux multiplica­dos en unísono y un gesto antiarmame­ntista desde los efectos de sonido.

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