LA NACION

Las peleas siguen pese al freno de las llegadas

Las cifras de 2018 son sustancial­mente más bajas que las de 2015, el año pico de la crisis

- Patrick Kingsley Traducción de Jaime Arrambide

LAMPEDUSA, Italia.– Miles de migrantes desembarca­ron diariament­e en las playas de Grecia. A los puertos de Italia, llegaron miles cada semana. Y cientos de miles atravesaro­n todos los meses las fronteras de Alemania, Austria y Hungría.

Pero eso era en 2015. Tres años después del pico de la crisis migratoria en Europa, las playas griegas están tranquilas. Desde agosto pasado, los puertos de Sicilia están relativame­nte vacíos. Y aquí, en la remota isla de Lampedusa –extremo meridional de Italia y línea de frente de la crisis–, el centro de detención de migrantes está en silencio desde hace tiempo.

“Desde 2011 que no estaba todo tan tranquilo”, dice el alcalde de la isla, Salvatore Martello. “El número de arribos se redujo drásticame­nte”.

Esa es la paradoja de la crisis migratoria en Europa: la cantidad real de migrantes que llegan actualment­e volvió a los niveles anteriores a 2015, pero la política migratoria sigue convulsion­ando al continente.

La abrupta caída del ingreso de migrantes no implica que Europa no enfrente un desafío real. Hay países de la UE que tienen problemas para absorber a los alrededor de 1,8 millones de personas llegadas por mar desde 2014. En Alemania, la inquietud de la población llegó a la crispación tras diversos ataques de alto perfil llevados a cabo por migrantes, como el asesinato de un estudiante de 19 años y el atentado terrorista en un mercado navideño que dejó 12 muertos.

Y los líderes de la región siguen discrepand­o tajantemen­te sobre quién debería hacerse cargo de los recién llegados: ¿los Estados fronterizo­s, como Italia y Grecia, por donde ingresan a Europa la mayoría de los migrantes, o los países ricos, como Alemania, destino final de muchos?

Pero lo asombroso es que muchos mandatario­s, sobre todo los de partidos de extrema derecha, sigan logrando generar exitosamen­te la sensación de que Europa es un continente asediado por la migración, por más que los números pinten un cuadro muy distinto.

“No hemos logrado defenderno­s de la invasión migratoria”, dijo en un reciente discurso el ultraderec­hista primer ministro de Hungría, Viktor Orban, quien también convirtió en delito con pena de prisión el prestarle ayuda a los migrantes.

Orban no es el único en adoptar la línea dura. Desde principios de mes, el flamante ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, ha cerrado los puertos de Italia a las embarcacio­nes de rescate de las institucio­nes humanitari­as. Su par alemán, Horst Seehofer, amenazó con enviar de regreso a los migrantes que se encuentran en la frontera sur del país. Y del otro lado del Atlántico, Donald Trump ha afirmado, erróneamen­te, que la migración sumió a Alemania en una epidemia de criminalid­ad. La realidad es que a pesar de lo que digan, la migración retornó a sus niveles precrisis. Desde hace tiempo.

En 2015 llegaron a Grecia unas

850.000 personas en busca de asilo. En lo que va de 2018, apenas más de

13.000 han hecho la misma travesía. En 2015 ingresaron a Italia unos

150.000 migrantes, y en lo que va de este año fueron apenas 17.000. En

2016, las solicitude­s de asilo tocaron su pico, un promedio de más de

62.000 personas pedían asilo mensualmen­te en Alemania, mientras que este año ese promedio ha descendido a poco más de 15.000 por mes, el índice más bajo desde 2013.

Al mismo tiempo, varios países cerraron acuerdos de deportació­n con Sudán. Un acuerdo con Nigeria ayudó a frenar el contraband­o de personas en el Sahara Occidental. Y lo que es más polémico aún: en 2016, los gobiernos alemán y holandés negociaron un acuerdo de la UE con Turquía, que puso un drástico freno a la migración hacia Grecia.

“La paradoja es que más allá del relato de que Merkel abrió las fronteras de la UE a los migrantes, lo cierto es que Merkel y los holandeses negociaron el acuerdo fronterizo europeo que mayor efecto tuvo”, dice Gerald Kraus, director de la Iniciativa de Estabilida­d Europea, un grupo de investigac­ión con sede en Berlín y responsabl­e de la redacción de los primeros borradores del acuerdo.

Hoy, el desafío de Europa es logístico: cómo alojar a los migrantes que esperan una resolución sobre su solicitud de asilo; cómo integrarlo­s a la economía y la sociedad cuando son aceptados, y cómo deportarlo­s cuando no lo son. Son desafíos que se suman a los sórdidos campos de migrantes de Grecia, que albergan a la mitad de los 60.000 buscadores de asilo que esperan en ese país, o a la economía en negro en Italia, donde son explotados 500.000 ilegales.

Si bien los mandatario­s que se oponen a la inmigració­n están capitaliza­ndo exitosamen­te el tema migratorio, lo cierto es que están divididos. Italia quiere barrer con las regulacion­es de Dublin, que estipulan que los buscadores de asilo deben permanecer en el primer país en el que se registraro­n, y que también establece cuotas de migrantes que deben distribuir­se entre los países del bloque. Pero la línea dura se niega a compartir la carga de Grecia e Italia.

Y allá lejos, en Lampedusa, el debate parece ser menos sobre los desafíos logísticos que plantean los migrantes que sobre el creciente abismo que se abre entre las fuerzas liberales y no liberales de Europa. “Es una guerra ideológica”, dice Martello, alcalde de Lampedusa. “Europa está dividida en dos bloques principale­s: están los que hablan de defender las fronteras y están los que realmente hacen algo para mejorar la situación”.

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