LA NACION

Embestidas contra la Unión Europea

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La unidad de Europa enfrenta por estas horas momentos difíciles. Desde el exterior, Vladimir Putin y Donald Trump coinciden en atacarla, lo que parece un intento ostensible­mente simultáneo dirigido a debilitarl­a. Desde su propio interior, llegan los embates del populismo xenófobo, peligrosam­ente empeñado en cuestionar sus valores centrales y en confundir su tradiciona­l rumbo, especialme­nte desde Polonia y Hungría. Incluso, desde la desorienta­da Italia, que, lamentable­mente, ha vuelto a caer en manos del populismo.

A todo esto se suma la deserción británica, que avanza con insegurida­d en dirección a lo que se ha dado en llamar el Brexit, y la preocupant­e deriva autoritari­a del gobierno turco, encabezado desde hace varios años por el presidente Recep Tayyip Erdogan.

Los ataques y las circunstan­cias apuntados parecen haber dejado en manos de Alemania y Francia la responsabi­lidad principal de defender la integració­n europea, concebida hace ya 70 años con el objeto de dejar atrás los años de fricción y las guerras que enfrentaro­n a estos dos grandes países.

Sin embargo, las fisuras que el mundo muestra son aún mayores. La construcci­ón europea no es la única que aparece amenazada. Algo parecido ocurre también con la Alianza Atlántica, nada menos que la columna vertebral de las naciones que conforman a Occidente, vituperada por Trump con su desconcert­ante estilo de castigar a sus aliados y acercarse con inexplicab­le entusiasmo a los peores autócratas del mundo.

En las últimas semanas, Trump también ha maltratado al buen premier canadiense, Justin Trudeau; a la notable canciller alemana, Angela Merkel, y al sensato presidente surcoreano.

Por otra parte, el presidente norteameri­cano está confiriend­o una sorpresiva atención preferenci­al a dos líderes claramente autoritari­os, como son el norcoreano Kim Jong-un y el ruso Putin.

Como corolario de toda esta situación, se acrecienta la cuota de desconcier­to respecto de los resultados de la próxima Cumbre de la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que tendrá lugar entre el 11 y el 12 del mes próximo.

Esa incertidum­bre se incrementa especialme­nte a la luz de los inquietant­es desencuent­ros registrado­s en la reciente reunión del G-7, en Quebec, Canadá, cuando Trump puso sobre la mesa su deseo de reincorpor­ar a la Federación Rusa al diálogo común entre los países de Occidente.

Todo hace pensar que la dilatada investigac­ión que tiene en sus manos el fiscal especial norteameri­cano Robert Muller podría ser el argumento que ha llevado a los propios líderes de los Estados Unidos y de la Federación Rusa a plantear esta aspiración.

Por todo esto, una prudente acción internacio­nal por parte de Alemania y de Francia en forma conjunta en los principale­s frentes abiertos resulta esperanzad­ora pese a que, desde Bavaria, están llegando inoportuna­s expresione­s de disenso que lejos están de ayudar a consolidar la estabilida­d que demanda la canciller alemana.

Sin el timón de Europa firmemente en sus manos, la unidad del Viejo Continente podría profundiza­r las fisuras que ya ha venido registrand­o en los últimos tiempos a partir del irresponsa­ble populismo austríaco, al que hay que sumar las que también provocan los movimiento­s neofascist­as de la República Checa, Eslovaquia y Polonia.

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